PUBLICADO EL 3 DE MAYO EN LOS DIARIOS DEL GRUPO VOCENTO
Si abril es el mes más cruel, que ya lo escribió T. S. Eliot, mayo no se queda corto. Y no sólo porque la llegada de la luz nos provoque una inesperada ansiedad por vivir, que también, sino por algo tan prosaico como tener que aguantar unas nuevas elecciones. Y así estamos. Que Dios, los ansiolíticos y los antihistamínicos nos asistan.
En estos días de sol y alergias hemos pasado de lo nacional a lo local en una suerte de método deductivo que, en teoría, incluye las conclusiones en las premisas. Y digo en teoría porque, en la práctica, hasta el día 26 no sabremos si las conclusiones extraídas de las generales se extenderán al ámbito autonómico y municipal. Tampoco lo saben ellos, los candidatos que se presentan a estas nuevas elecciones y que ahora tienen una oportunidad para recuperar las asignaturas suspendidas en abril o para subir la nota final, según el caso.
Pero la diferencia entre los comicios pasados y los que están por venir es que, en esta ocasión, conocemos a muchos de los políticos que se juegan el puesto. Tanto que algunos se presentan en las listas con su apodo, como el Kichi (ya sólo nos faltan el Chuli, el Pai y el Cabra); tanto que te los puedes encontrar echándose un café al coleto en el bar de abajo, recogiendo a los críos en el colegio o comprando el pan. Los reconoces porque van con la ojera colgando, la prisa en el cuerpo y la incertidumbre en el gesto, desfondados antes de empezar, fatigados por una agenda extenuante donde todo está medido, desde el tiempo para comprarse unos zapatos nuevos hasta la visita a la peluquería, que cómo una se va a poner a hacer campaña con estas canas, hija. Y es entonces, en la cercanía, cuando resulta casi imposible no empatizar con ellos, que lo que ha unido el Farmatint no lo separa la política.
Lo que no sé es si este movimiento constante y esta pulsión por llenar el calendario no serán una forma de evitar la reflexión; no sé si ese agotamiento perpetuo que les hace llegar exhaustos a la cama es la única manera de impedir que se planteen si hacen la política que quieren o la política que les dejan hacer, si mantienen aún firmes los ideales que les llevaron al servicio público, si una vez ganado su puesto serán capaces de desempeñarlo de la mejor forma posible o sufrirán el síndrome del impostor. Y esto último no sólo es válido para los políticos en general, sino también para alguna que otra columnista en particular: aún me pregunto cómo me han dejado escribir durante estas semanas a todo lo que da la mata y compartiendo espacio con Olga Agüero y Rosa Belmonte. Cualquier día de estos, me pillan. Mientras tanto, que ustedes lo voten bien. Otra vez.
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