miércoles, 31 de enero de 2018

CURSIS

PUBLICADO EL MARTES 30 DE ENERO DE 2018 EN LA VERDAD

Los ricos también lloran. Y, desde el sábado, también rajan. Y mucho: fue salir Ágatha Ruiz de la Prada poniendo a parir a Pedro J. Ramírez y quedarnos pegados a la pantalla, que ver a una señora bien tirándose al fango es tan fascinante como pillar a Isabel Preysler haciéndose el moco o a Naty Abascal limpiándose los dientes con un palillo. En las señoras bien, lo cotidiano se transforma en insólito.

Ágatha es una diseñadora que no encontraba su sitio en el mercado hasta que se dio cuenta de que no estábamos dispuestas a vestirnos de mamarrachas, pero que sí nos molaba hacerlo con nuestras hijas, nuestros azulejos y nuestra ropa de cama. Y, entonces, Ágatha agathizó todo lo agathizable, incluso a Pedro J., al que le puso tirantes de corazones y calcetines de payaso. Y eso duró hasta que el innombrable fue desagathizado por el beso de otra señora. En ese momento, Ágatha se convirtió en una bruja malvada que empezó a llamarle cursi, vanidoso, pretencioso e hijo de puta. Lo de cursi es lo peor, sí. Y lo curioso es que, en treinta años de convivencia, no se hubiera dado cuenta antes.

Criticar a tu ex marido en público es un derecho constitucional que nos ampara a todos, que si Rosa Benito puede insultar a Amador Mohedano previo pago de su importe, las finústicas de buena familia también. La diferencia es que ellas lo hacen sonriendo, sentaditas en el filo del sillón, con la espalda bien recta y las piernas cruzadas; que ellas adelgazan con los disgustos mientras que el resto de las mortalas nos amorramos a los gin tonics con torreznos y acabamos más gordas que Paquita Salas; que ellas ahogan las penas pasando la Nochevieja en la embajada de Italia y bailando rodeadas por ochenta maromos que están para ponerles un piso, mientras que nosotras pasamos el fin de año en un bar donde suena Luis Fonsi en bucle y al que sólo acuden desechos de tienta. Con ese panorama, si me deja mi santo, me meto a monja.

A todo esto, hoy es el cumpleaños del Rey. Para celebrarlo, las redes se ceban con el video de la familia real, que también son ganas de darle munición al enemigo. Pero lo cierto es que decir "sopita", "caprese" y "examen de Natu" te hace parecer más cursi que unos Juegos Florales. Y hasta que Pedro J.



EL DISCURSO

PUBLICADO EN REVISTA GURB EL VIERNES 26 DE ENERO DE 2018

No seré yo, que me aprovecho de los trenes baratos y de las ofertas del Carrefour, que me amorro a los tipos más listos que conozco para sacarles las entrañas y que me pego como una garrapata a todo aquel que pueda beneficiarme, no seré yo, repito, la que critique a los que intentan sacarle el pringue a todo lo que pueden. ¿O sí? Pues miren, eso parece, porque al final voy a ser yo (entre muchos otros) la que ponga a caldo a todos aquellos que se han apuntado al discurso de Los Javis en los Feroz al recoger el premio por "La Llamada". Porque las bellísimas, emocionantes e inspiradores palabras de Javier Calvo (que deberían poner los profesores en sus clases, que todos los padres deberían ver, que todos los niños deberían escuchar) han sido utilizadas por los partidos para subirse al carro. Y aunque estemos acostumbrados a que políticos impúdicos, con los egos más dopados que Lance Armstrong, se cuelguen medallas que no les corresponden arrimando tuit y cebolleta a todo aquel que pueda proporcionarles un voto, una foto o un buen titular, lo de González Pons dando las gracias a Javier Calvo por su valiente y conmovedor discurso ha sido el garrapatismo que más me ha chirriado. Afortunadamente, se han encargado de recordarle que el partido al que pertenece es el mismo que estuvo en contra del matrimonio homosexual, el mismo que se hizo una macedonia mental de peras y manzanas y el mismo que se sigue poniendo de los nervios con todo aquello que huele a LGTB.

No discuto que González Pons pueda haber sentido sinceramente las palabras de Javier Calvo, pero en su boca suenan a violín desafinado, a postureo, a morro que te cagas. Sólo falta que ahora enarbolen el discurso feminista, especialmente después de ver cómo contestó Rajoy a Carlos Alsina a su pregunta acerca de la desigualdad salarial entre hombres y mujeres. Lo de Rajoy es de otro planeta, en serio. Del planeta Raticulín. O del planeta de los simios, según el día. Ya están tardando sus asesores, que tienen que estar tomando Orfidales como si fuera pipas, en colocarle una camiseta que ponga "We should all be feminist" para salir a andar por los caminos de España. Entonces yo, ya, me parto y me mondo.



miércoles, 24 de enero de 2018

LA PREGUNTA DEL MILLÓN

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 23 DE ENERO DE 2018

Me lo preguntaron, de nuevo, el viernes pasado: "Pero, escucha: tú solo ves "Sálvame" porque te viene bien para escribir las columnas, ¿no?". Esa es la pregunta que más veces me han hecho, seguida de cerca por "¿Verdad que esas pestañas son postizas?" y "¿Estás despierta?". Y no: ni las pestañas son postizas, ni estaba despierta, ni veo "Sálvame" por obligación. Lo veo (y menos de lo que quisiera) porque me da la gana, porque me produce la misma fascinación malsana que mirar un accidente de carretera y porque "Sálvame" es la mejor máquina de picar carne del mercado.

El programa, además de engendrar un microcosmos caníbal retroalimentado por sus mismos personajes y de implantar un nuevo lenguaje televisivo, ha conseguido crear un léxico propio digno de un ensayo filológico: para soslayar el horario protegido, los puticlubs han pasado a ser "locales de lucecitas", los gin tonics "agua con misterio", y las putas "princesas", al más puro estilo Fernando León de Aranoa. Aunque, haciendo honor a la verdad, lo cierto es que los primeros en utilizar esta terminología fueron los redactores de ¡HOLA!, una revista cuyos lectores también viven en horario protegido: si publican un reportaje fotográfico sobre una casa tan llena de trastos que parece que haya sido amueblada por Diógenes en pleno síndrome, dicen que su dueña es "una reconocida coleccionista"; si la susodicha tiene más años que las pirámides y ha conseguido borrar los estragos de las juergas marbellíes a base de liftings, afirman que vive "una espléndida y serena madurez", y si no saben cómo decir que dos maromos mantienen una relación homosexual, se refugian en que están unidos por "una entrañable amistad". Y así todo.

Eufemismos aparte, en "Sálvame" los cuernos siguen siendo cuernos. Y tan cuernos son los que le puso Gustavo González a su mujer con María Lapiedra como los que le colocó Pedro J. Ramírez a Ágatha Ruiz de la Prada con una compañera del periódico. Pero, en lugar de hacerse un "Poli de Luxe" como Dios y San Paolo de Todos los Audímetros mandan, Pedro J. y su churri se fueron a Florencia a currarse un cursi y sonrojante reportaje para "Harper's Bazaar" (él sobreprotector con gabardina, ella acurrucadita en manga corta), mientras que Gustavo y María iban a frotarse a Sanchinarro. Entre el glamour portera y el realismo sucio, me quedo con el segundo. Y que vivan Raymond Carver y Kiko Hernández.



miércoles, 17 de enero de 2018

SAN ANTÓN

PUBLICADO EL MARTES 16 DE ENERO DE 2018 EN LA VERDAD

Límites. Se necesitan límites para educar a los niños, para el cálculo de las funciones trigonométricas, para las tertulias televisivas, para las vestimentas de Sergio Ramos y para saber cuándo tenemos que dejar de felicitarnos el año, que esto es un no parar. Afortunadamente, en este último caso sale en nuestra ayuda el refranero popular español, estableciendo una clarísima linde temporal : "Hasta San Antón, Pascuas son", dice. Así que nos podemos felicitar hasta el diecisiete de enero sin que a Carmen Lomana, a Pitita Ridruejo y a otras abanderadas de las buenas maneras les de un parraque. Además, el día de San Antón no sólo marca el fin definitivo e inapelable de las fiestas, sino que también señala el momento en el que hay que quitar la decoración navideña. Excepto que usted sea Julita Salmerón, claro: la madre de Gustavo Salmerón, protagonista del delicioso documental "Muchos hijos, un mono y un castillo", es una señora bien, caótica y locuela que se planta en junio con el Belén montado en el jardín. También es verdad que la señora es un catálogo de rarezas con moño: guarda en una caja las vértebras de la abuela, sueña con que se come a Primo de Rivera hecho croquetas y tiene un tenedor extensible en la mesilla de noche que utiliza para pinchar a su marido y así asegurarse de que no ha muerto mientras duerme. Al final, lo menos extraño es que Julita riegue a manguerazos al Niño Jesús y a los pastores para que no pasen calor en verano.

Esta prolongación sanantonera de las Navidades hace que perder los kilos que has cogido estas fiestas sea aún más doloroso de lo normal, que llegarte el olor del pulpico a la plancha y revolucionarse los jugos gástricos es todo uno. Lo malo es que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena y de San Antón cuando hay pulpo: metidos en despachos alfombrados y en cafés modernitos donde te sirven los cortados a precio de sangre de unicornio, se nos olvida que, de vez en cuando, hay que abandonar el centro de las ciudades y callejear por los barrios, porque en ellos también se ha de invertir en infraestructuras, recursos y limpieza. Y eso es más fácil de hacer que conseguir que Sergio Ramos deje de vestirse como un tío tiñalpa. O que acabar con las tertulias en televisión.



viernes, 12 de enero de 2018

HIEL CON CEREALES

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 28 DE NOVIEMBRE DE 2017
La gente tiene unas ganas de indignarse que es demasié. De verdad. Que va el personal por el mundo a punto de ebullición, esperando un mal gesto, un comentario desafortunado, un despiste, para ponerse a hervir como las ollas de un cuartel. Y, encima, nos lo ponen muy fácil en esta época de relatos y postverdades (de rollos y mentiras, vamos), en la que lo mismo se coge el rábano por las hojas que el toro por los cuernos que la parte por el todo que Paquirrín por los michelines, y a partir de ahí se monta un pollo que pa qué. Sin contrastar, sin verificar, sin preocuparse lo más mínimo de si ese primer impacto que recibimos entre los ojos es cierto. Las fronteras entre la verdad y la mentira están más difuminadas que mi lápiz de labios después de comerme unos espaguetis.
Al final, la caricatura del español bajito y cabreado va a ser cierta. Justo ahora, que ya nos creíamos que la habíamos superado porque de pequeños nos daban dos petit-suisse y habíamos crecido dos palmos (bueno, algunos). Pero la indignación sigue ahí, enfeltría en la masa de la sangre, metida hasta el tuétano. Y motivos para cabrearse hay a mogollón, públicos y privados, y tenemos todo el derecho del mundo a manifestar nuestro desacuerdo y nuestro enfado, con el ceño fruncido y la voz bien alta, y la pancarta en la mano y el pie en la calle. Pero de ahí a que todo sea susceptible de convertirse en un ataque, hay un trecho. Que parecemos un viejo de Wisconsin con la escopeta cargada sentado en el porche de su casa esperando a que alguien salte la cerca para descerrajarle un tiro. Que dices "Buenos días" y te contestan "Serán para ti, gilipollas". Que la gente parece que desayuna hiel con cereales. Que vivimos en una tertulia inacabable de La Sexta. Que una ya escribe las columnas con miedo en el cuerpo, por si alguien se molesta, se enfada o malinterpreta lo que dices. Que vamos a hacer de José Luis López Vázquez un estoico. Y que ya lo decía Zenón de Citio: "La naturaleza nos ha dado dos oídos y una boca para enseñarnos que vale más oír que hablar". Claro, que también nos ha dado diez dedos para teclear improperios como si no hubiera un mañana. Así estamos. 

MUNDO KARAOKE

PUBLICADO EL MARTES 14 DE NOVIEMBRE DE 2017 EN LA VERDAD

Usted y yo lo sabemos: tener sentido del ridículo y salir a cantar en un karaoke son conceptos antitéticos. Tanto como Paquirrín y la elegancia en el vestir. O como Falete y las acelgas hervidas. Pero, en cuanto llevamos tres gintonics en el cuerpo, nos olvidamos de la vergüenza y nos creemos capaces de cantar por Nino Bravo, aunque éste se revuelva en su tumba. Si no es por la influencia del alcohol, no se explica que gente con poquita voz pero desagradable se lance a cantar como si estuviera en la final de Operación Triunfo.

Un karaoke es un submundo donde la gente aguanta que le machaquen no sólo los oídos, sino también los ojos: los videos de las canciones están hechos a base de unos bancos de imágenes de los noventa que redefinen el kitsch y que convierten las películas de Pajares y Esteso en un prodigio de dirección técnica y artística. Pero, y al margen de las torturas varias infligidas al respetable, la observación sociológica que permite el karaoke es superior a las dinámicas de grupo, al test de Rorschach, al que le hacen a los replicantes de "Blade Runner" y al polígrafo de Conchita: el karaoke es la mejor forma de ver la personalidad del individuo y su relación con el entorno. Indefectiblemente, siempre nos vamos a encontrar con las amigas que suben al escenario en rebaño dispuestas a destrozar a Abba como si Suecia nos hubiera declarado la guerra, con el que canta un tema de un grupo modernito que sólo conoce él y que amodorra al respetable (que esto no es el FIB, sino la OTI), con la que grita como una gataperra trastornada porque confunde la entrega vocal con una posesión infernal, con el compañero de oficina que te roba los bolis y acaba sacando a la locaza que lleva dentro a ritmo de Raffaella, y con el que se tira a cantar en inglés con acento de Chiquitistán. Y luego está el que llega, coge el micro con más profesionalidad que Arguiñano los cuchillos y se planta en el escenario dispuesto a honrar a la Jurado, a Raphael o a Camilo Sesto. Y lo borda. Porque un karaoke es el hábitat natural de los bendecidos con un chorro de voz. Para ellos, siempre es su gran noche. Para el resto de los mortales, es la noche de Walpurgis. Poco nos pasa.

SEÑORAS DE CIERTA EDAD

PUBLICADO EN LA VERDAD EL 21 DE NOVIEMBRE DE 2017

Si Gigliola Cinquetti cantaba "No tengo edad para amarte", las Spice Girls no tienen edad para volver a reunirse. O, al menos, para hacerlo encima de un escenario, que han amenazado con reaparecer, las tías. Está muy bien que coincidan en un desfile de la Spice pija, en una barbacoa de la Spice deportista o en una bótox party organizada por la Spice pelirroja, pero no en un concierto, dando saltitos y cantando cosas que ya quedan un poco ridículas en boca de una señoras. Es lo que tiene pasar de desayunar Choco Krispis a leche de soja con isoflavonas, que cantas el "Wannabe" y le pareces a Bette Davis disfrazada de niña en "¿Qué fue de Baby Jane?".  Claro que, si ellas ya no están para actuar como si fueran unas adolescentes, nosotras tampoco estamos para asistir a muchos conciertos: a nuestra edad, eso requiere más planificación que la contraofensiva de Eisenhower en Las Árdenas. Que si con quién dejamos al crío, que si hay que colocarse cerca de los baños, que si tenemos que buscar algún bar para cenar antes, que si te eches el ibuprofeno y el omeprazol y que si nos pedimos libre el lunes para poder recuperarnos. Y de quedarte de acampada, nada de nada: mejor un hotelito pequeño donde poder descansar después de ponerte hasta las trancas en ese restaurante tan cuco que te ha recomendado tu amigo el gastrorunner.


Luego están las señoras que tienen edad para todo, como Carmen Martínez Bordiú, con una horquilla electoral más ancha que mis caderas: lo mismo elige a un chatarrero forrado que a un joven australiano. Y, por último, están las señoras que tienen la edad que les da la gana porque son y han sido siempre libres, como Agnès Varda, que a sus ochenta y nueve años sigue rodando maravillosamente. O como Rosa María Sardá, que ha devuelto la Cruz de Sant Jordi y ha renunciado a la esquela que le va a poner la Generalitat cuando muera. Normal: conociendo como se las gastan con todos aquellos que no comulgan con el procés, me temo que la esquela que le pondrían sería tan fina y delicada como aquella de un señor de Torremolinos que se publicó en Diario Sur, y que acababa con un "Sus hijos, nietos, hermana y demás familia comunican que la ha palmado". Se teme lo peor, la Sardá. Y con razón.