miércoles, 30 de mayo de 2018

ENCUESTA

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 29 DE MAYO DE 2018
Acabo de lanzar una encuesta entre mis seguidores. Entre los diecisiete, vamos. Es que no sé qué hacer, de verdad, que estoy en un sinvivir, en un dilema moral, en una encrucijada: ¿me compro un bolso monísimo de Purificación García que vale un pastizal, o me pillo un cesto de mimbre ecológico en una tienda de comercio justo? No me lean con esa cara, que esto sí que es una duda existencial y no la de los filósofos contemporáneos. Que una quiere ser responsable, y tener conciencia social y todo eso, pero es que el bolso de Purificación es monísimo y me pega con todo, mientras que con el cesto de mimbre parece que voy a recolectar arroz a Camboya. O a Calasparra, que hay que consumir productos de kilómetro cero.
Y así estoy, debatiéndome encima. El hombre es elección, que decía Sartre. También decía que la conciencia de la responsabilidad se incrementa al darnos cuenta de que nuestra elección no se refiere solo a la esfera puramente individual, ya que todo lo que hacemos tiene una dimensión social. En fin, un marrón. Así que lo más fácil es patada a seguir y pasarle a los demás la responsabilidad de nuestros actos: si antes le preguntábamos al I Ching, ahora las encuestas son el nuevo oráculo. Por eso, a partir de hoy voy a consultarlo todo: ¿me pinto los labios de Rojo Atacao o de Carmesí Rabioso? ¿Me hago un lifting o una rinoplastia? ¿Pongo hoy lentejas y mañana merluza a la vasca, o mejor planto un cocido que me dura para dos días? 
Lo malo es que, bien mirado, pasarte el día preguntando es poco operativo: yo estoy más por la puesta en práctica del "Lo hacemos y ya vemos", la filosofía tuitera de los Javis. Y de Montero e Iglesias. Claro, que ellos han tenido suerte: casi un 70% de los participantes en la consulta les ha dicho que sí, que se pueden quedar con la casa, y bañarse en la piscina con un mojito en la mano y un libro de Gramsci en otra, y hacer una fiesta de inauguración con catering sin que les de un paparajote moral. Pero eso tiene mucho riesgo: imagínense que me opero la nariz y luego mis seguidores me dicen que no, que estaba mejor antes, que ahora parezco un cruce entre Kalina de Bulgaria y Alicia Sánchez Camacho. No veas tú qué risa.

miércoles, 23 de mayo de 2018

OXÍMORON

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 22 DE MAYO DE 2018

Miren lo que les digo: esto es una estafa. Pero de las gordas. Una estafa monumental, tremenda, acojonante, más grande que la carrera de Paquirrín como cantante, mayor que aquel intento de colarnos a la Jesulina como modelo. Hablo de esta cosa de hacerse mayor, de madurar, de cumplir años. Es un timo en toda regla. 

Una creía que, al cumplir los cincuenta, alcanzaría algo cercano a un estado zen basado en la mezcla perfecta entre sudapollismo y lucidez, que miraría el mundo con distancia y desafección, que sabría separar lo necesario de lo contingente y lo importante de lo urgente. Una se pensaba arrugá pero ideal, sosegada y juiciosa; inmune ya, al fin, a la kriptonita. Una se veía a sí misma con una buena pata de jamón en la cocina y una copa de vino tinto en la mano leyendo a Thomas Mann, escuchando a Chet Baker y vestida con una túnica exótica de manga larga, que una buena capa todo lo tapa. Pero qué va, esto no es lo que me habían vendido: sigo echándome chupitos al coleto, quitándole la camiseta de Bowie al heredero para ponérmela yo, enfadándome con el mundo como si tuviera trece años. Seguimos como cabras, con cabezas de adolescente en cuerpos de desechos de tienta, creyéndonos inmortales, pensando que no damos el cante cuando vamos a conciertos de modernitos y haciéndonos los análisis de colesterol el viernes en lugar del lunes para que no nos salgan la pata de cordero de la comida, el vermut del aperitivo y los gintonics del tardeo. Poco nos pasa.

Pero es que el entorno no ayuda: lo último que he leído es lo del "Scrotox". Sí, tal cual, es justo lo que están pensando: pincharse bótox en el escroto. Ni Pla hubiera podido encontrar mejor palabro para definirlo; un genio, el del naming. Que si usted los tiene como ciruelas pasas, se inyecta y se le quedan como dos melocotones de Cieza, tersos y jugosos. Nunca había costado tanto esfuerzo mantenerse joven. Ni tanto dolor. Ni tanto dinero. Si a nosotras nos recomiendan rejuvenecimientos vaginales, a ellos les pinchan en los mismísimos. La igualdad era esto. Claro, que luego ves el anuncio de una web de contactos para "jóvenes mayores de cincuenta años" y todo encaja. Somos un oxímoron con patas. Y así estamos, pidiendo permiso a las bases y a las basas para hacernos adultos. 


miércoles, 16 de mayo de 2018

UN POCO MIERDA

PUBLICADO EN LA VERDAD EL 15 DE MAYO DE 2018
Cuando yo era pequeña, siempre me quedaba con mi abuela viendo Eurovisión. Mis padres se acostaban tras la actuación de España, que ellos eran muy españoles y mucho españoles pero muy y mucho madrugadores, mientras que nosotras permanecíamos frente al televisor hasta el final de la gala, ella en su mecedora, yo tirada en el sofá, y criticábamos a media Europa con oído de melómana, ojo de modista y lengua de víbora, que lo mío viene de familia. Veíamos el concurso en un tiempo en el que aún podíamos recitar de memoria las capitales de los países participantes; hoy, en cambio, lo único que conozco de Moldavia es que Amanda Carrington fue su princesa en "Dinastía". Y sigo sin saberme la capital. 
Este año terminamos mal, como casi siempre; los trasantepenúltimosmohicanos de Eurovisión. La única novedad es que los participantes españoles lo han asumido sin falsas justificaciones: "El puesto es un poco mierda, la verdad", dijo Amaia. Chimpún. Hay muy poca gente capaz de admitir una obviedad en público, pero lo peor es hay algunos que ni siquiera lo admiten en privado: las elecciones las gana todo el mundo, y las encuestas, y hasta el Estudio General de Medios. Y es raro, porque para que haya ganadores siempre tiene que haber perdedores, pero estos nunca aparecen. Por eso, encontrar alguien que admite la derrota y que dice la verdad sin montar un drama es para ponerle un piso. "Nunca es triste la verdad / lo que no tiene es remedio", cantaba Serrat, el mismo Serrat que no fue a Eurovisión por no poder cantar en catalán y que tuvo que cargar con la etiqueta de antiespañol hasta que llegaron los auténticos antiespañoles y lo tildaron de facha y "botifler". Acabáramos.
Pero si la verdad no tiene remedio, lo de España en Eurovisión, tampoco. Y lo de la canción ganadora, menos aún: Salvador Sobral, otro sincericida, dijo que el tema de Israel era horrible. Y lleva razón, que si el año pasado tuvimos gallo español, este año tuvimos gallina israelí a cargo de un cruce entre Pucca y Björk. Visto lo visto y oído lo oído, el año que viene podríamos probar con María Teresa Campos y Bigote Arrocet, que han grabado un disco de versiones con la Orquesta Sinfónica de Bratislava. No me miren así, que es una idea como otra cualquiera. Vale, un poco mierda, la verdad. Por cierto, ¿dónde está Bratislava?

LA PORTADA DEL DISCO DE BIGOTE Y TERESA.
LA HA HECHO LA HIJA DE BIGOTE. Y SÍ, LA ARTISTA ES MAYOR DE EDAD

HABICHUELAS DE BOTE

PUBLICADO EN LA VERDAD EL 8 DE MAYO DE 2018
Cuando abro el periódico los martes, siempre me resulta extraño ver enmarcadas estas columnas dentro de la sección de "Opinión". Están ahí porque se supone que opino algo, claro, y con cierto criterio, además, pero esa es una suposición tan atrevida como afirmar que este año ganamos Eurovisión, que los trikinis le favorecen a alguien o que la quinoa está buena. Por eso me siento rara, porque una escribe desde la perplejidad y la estupefacción, intentando escapar de juicios paralelos y de pronunciamientos unilaterales, que a lo más que llego es a poner a caldo los estilismos de Terelu o a criticar sin piedad el criterio musical de los autobuseros reguetoneros. Y por eso, en estos momentos en los que tenemos que opinar sobre todo y sobre todos, en los que hay que volcar la bilis en público, ofenderse por las cosas más nimias y firmar iniciativas de change.org a cascoporro, me siento estúpida por no pontificar teniendo un lugar privilegiado para hacerlo. 
Con las opiniones tendríamos que hacer lo mismo que con las habichuelas: ponerlas a remojo, hacerlas a fuego lento y dejarlas reposar, que están mejor de un día para otro. Pero hoy, cuando no sólo se exige pronunciarse sino también hacerlo a la mayor brevedad posible, dejar reposar una opinión es un lujo. Así que el personal tira de habichuelas de bote, y se levanta con el argumentario en el móvil para saber qué decir en cada momento sin tener que calentarse la cabeza. O, tal y como reflexionaba uno de los personajes de Simone de Beauvoir en "Los Mandarines", "Puesto que de todas maneras no se pude vivir a su gusto, ¿por qué no renunciar del todo? Perderse en el seno de un gran partido, confundir la propia voluntad con una enorme voluntad colectiva; ¡qué paz, qué fuerza!". Pues eso. Qué tranquilidad aferrarse a una verdad absoluta, aunque sea impuesta. O aunque sea mentira. Qué gusto llegar a casa y abrir un bote de habichuelas, calentar y servir. El problema surge cuando una reconoce que no tiene ni idea de nada, pero tampoco tiene la fe del carbonero; entonces, está jodida. Dicen que Umbral tenía una columna escrita a favor de un tema y otra en contra, y que publicaba aquella por la que le pagasen más. A mí me pagan lo mismo. Al final, se ve que el criterio te lo dan las perras. 

miércoles, 2 de mayo de 2018

DEAMBULAR

PUBLICADO EN LA VERDAD EL 1 DE MAYO DE 2018
Miren que es fácil que yo me empodere: con que el heteropatriarcado opresor se vaya al fútbol y me deje suelta una tarde por Madrid, servidora ya se siente la reina del mundo. Y del mambo. Ir sola, sin rumbo fijo, por una ciudad que no es la tuya. Poseerla durante cuatro horas. Perderse. Deambular. Deambular es una palabra preciosa; hay que decirla más. Como hijo de puta, que últimamente hay que decirla muchísimo.
Al final, siempre acabo en un museo. Quizás porque son un refugio, quizás porque en los sitios donde hay cultura no puede haber barbarie, o sí, no sé; en estos días extraños, la barbarie aparece en los lugares más insospechados. Paseo por las salas, miro, me duele la espalda, me siento, observo a la gente: la condición humana es más atrayente, a veces, que la obra. Veo a los amantes jóvenes que aparentan disfrutar de intereses comunes; él le habla sobre Tristan Tzara y ella pone cara de estar fascinada por lo que le cuenta cuando, en realidad, sólo quiere que se calle para poder abrazarle, y besarle, y enroscar sus rizos entre sus dedos. Veo a los grupos de chavales de instituto que pasan de obra en obra con la misma rapidez que pasan de pantalla en pantalla, y a la señora bien que va al museo con sus amigas como la que va a echar un ojo a los escaparates de Serrano, y al paliza intenso que lo mismo pontifica sobre el surrealismo que sobre los pavos preñaos. Mientras, los vigilantes, aburridos de tanta belleza, deseando que alguien se acerque demasiado a un cuadro para poder actuar, igual que John Wayne espera, impaciente, a desenfundar. 
Definitivamente, los museos son el mejor escenario. De la vida, de las películas. Como cuando James Stewart se encuentra a Kim Novak hipnotizada ante un retrato. Como cuando Woody Allen intenta seducir a una chica ante un cuadro de Jackson Pollock. "¿Qué te sugiere el cuadro?", le pregunta Allen. "Reafirma la negatividad del universo. El terrible vacío y la soledad de la existencia. La nada. El suplicio del hombre que vive en una eternidad estéril, sin Dios, como una llama diminuta que parpadea en un inmenso vacío, sin nada, salvo desolación, horror y degradación que le oprimen en un cosmos negro y absurdo". "¿Qué haces el sábado?". "Suicidarme". "¿Y el viernes por la noche?". Siempre hay tíos que no entienden una negativa.