miércoles, 19 de diciembre de 2018

CELEBRACIÓN

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 18 DE DICIEMBRE DE 2018

Que una dedique por estas fechas una columna a hablar de lo que poco que le gusta la Navidad es un clásico. Que vuelva a sacar a relucir todos los topicazos de esta época, otro. Que haya cogido tres kilos en las comidas prenavideñas, que esté de los nervios con los regalos, que odie las películas familiares, que piense en exiliarse a Albania hasta el 8 de enero o que hubiera deseado casarse con un señor que fuera hijo único para librase de una familia más grande que los von Trapp reproduciéndose sin control, también. Todo eso es normal en estos días. Y, además, qué quieren: servidora tiene mucha plancha y poco tiempo, y si hay que tirar de cuñados, de unicornios de juguete que cagan purpurina y del villancico de Leticia Sabater para llegar a tiempo con el artículo, pues se tira y Santas Pascuas. 
   
El heredero me lee por encima del hombro mientras escribo, me mira con sonrisa de ala ancha de medio lao y me dice que no me gusta la Navidad porque soy una snob. Y, en parte, lleva razón: no me gusta por eso y por más, que cada uno deja de creer en la Navidad por distintos motivos: Shirley Temple porque su madre la llevó a ver a Santa Claus a unos grandes almacenes y él le pidió un autógrafo; yo, porque en la mesa de Nochebuena empezó a haber más sillas vacías que ocupadas. Pero si los que peinamos canas teñidas tenemos la certeza de que una vez fuimos más felices, también tenemos la seguridad de que habrá Navidades en las que lo seremos menos. Así que no nos pongamos tontos, que la vida ya nos da suficiente hostias sin avisar como para poner la otra mejilla. Celebremos que estamos juntos y calentitos en casa, que al abrir la puerta se huele a caldo con pelotas y que el único problema que tenemos es que no nos cabe ni un mazapán más sin desabrocharnos el pantalón. Que somos afortunados por tener un lugar al que regresar, aunque a las dos horas estemos pensando en huir. Y que si no soporta a su familia, peor lo lo tiene Chabelita celebrando la Nochebuena en "Cantora". Por eso, este año ya pueden ir borrándome de la lista de los damnificados por la Navidad. Que sí, que sigue sin gustarme. Pero menos me gustaría estar sola en esta época.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

LA MALA EDUCACIÓN

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 11 DE DICIEMBRE DE 2018
Rula por ahí un fragmento de una entrevista que Sánchez Dragó le hizo a Antonio Escohotado. En ella, dice Escohotado que Un país es rico porque tiene educación. Educación significa que, aunque puedas robar, no robas". Y lleva razón: los que han robado en este país no sólo son unos chorizos, sino que son unos maleducados. Y eso es aún peor.
Si no existieran la educación y la cortesía, a mí me habrían lapidado ya. O detenido. Que una, cuando le saca filo a la lengua, hace honor aquello que decía Mae West"Cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mucho mejor". Que una se pirra por un buen latigazo verbal, por una frase demoledora. Pero que una también sabe que, si llevara a la práctica esa milonga de ser auténtica y sincera y acabara soltando por la boca lo que pide el estómago, se encontraría sola, solísima. La educación es un filtro de Instagram; es eso que te autoriza a disfrazar la verdad, que te permite mentir a los demás para evitar males mayores, que mantiene alta la autoestima de los otros mientras la tuya se va por el desagüe, que evita que le digas a una amiga que sí, que es cierto, que se está poniendo hecha un morcón. Porque para eso estamos las amigas: para mentirnos entre nosotras y ayudarnos a sobrevivir. 
También es cierto que a mí me ha domado el tiempo: cuando era joven, la timidez me convertía en un orco insociable que caminaba con la cabeza gacha para no tener que saludar a nadie. Pero, ahora, eso es un lujo que no me puedo permitir, porque a partir de cierta edad la timidez se convierte en mala educación. Por eso les perdono a los millennials, tan insultantemente jóvenes, tan despiadadamente honestos, tan inocentemente genuinos, eso de no despedirse por wasap, o de no dar las gracias, o de no contestar a los mensajes. Ni un emoticono, oigan. Como si cobraran a euro el dibujico. Quién tuviera veinte años para poder ignorar todo lo que no te interesa sin sentirte culpable, para ser maleducado sin que te condenen o para poder ir sin mangas en invierno: "La próxima vez, acuérdate de hacer palmas con los brazos pegadicos al cuerpo y así no se te moverán las mollas", me dijo la otra noche una amiga. Ya me podía haber mentido, la cabrona.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

LA VIDA IMAGINADA

PUBLICADA EL MARTES 4 DE DICIEMBRE DE 2018

La vida no es nunca lo que te imaginas. La vida imaginada es la que planeas cuando te acuestas, la vida real es a la que te enfrentas cuando te levantas. Tumbada en la cama inventas conversaciones en las que desbaratas al enemigo con tu verbo ingenioso, diseñas escenarios en los que dominas la situación y fantaseas con momentos que jamás se van a producir; de pie, una se adapta a lo que hay. La vida soñada es el vestido monísimo que pides por Aliexpress, y la real es el trapillo chino que te encuentras al abrir la caja. La vida es muy puta, a veces, y muy maravillosa, también a veces. Y, mientras tú estás encerrada intentando con todas tus fuerzas que lo que imaginas coincida con lo que sueñas, la vida es lo que sigue ocurriendo a tu alrededor.

Me metí en mi período de aislamiento anual con Kiko y Makoke llevando un separación civilizada y con unas encuestas que daban a Susana Díaz ganadora en las autonómicas andaluzas, y salgo con los Makokos, que dice Paz Padilla, envueltos en una guerra catódica que va a ser más larga que la de los Cien Años y con Susana tocada y hundida. A la presidenta de Andalucía se le rompió el amor de tanto usarlo, como a Makoke: mientras ellas se pensaban eternamente queridas, amadas y respetadas, los suyos les ponían los cuernos; Kiko con todo bicho viviente y los andaluces con Vox, ese partido para gente sin complejos que se sienten orgullosos de videos que parecen la cabecera de Curro Jiménez pero con música de "El señor de los anillos". Es lo que tiene cerrar los ojos y hacerte la loca y no querer ver lo que pasa a tu alrededor y vivir la vida imaginada, que la hostia de realidad que te llevas te deja seca. Es despertarse una mañana y encontrarse ladillas en los calzoncillos de Matamoros (tal cual) o los doce escaños de Vox en el parlamento andaluz. Si Kiko llegaba a los puticlubs en cochazo y los de Podemos en bici al Congreso, los de Vox llegarán a caballo, como los jinetes del Apocalipsis. Y de loden verde caqui, que es lo peor. Al final, siempre acabamos improvisando sobre la marcha. Me veo a Susana Díaz contando sus cuernos en un "Poli DeLuxe". Para lo que hemos quedado, amiga.