miércoles, 30 de enero de 2019

EXHIBICIÓN IMPÚDICA

PUBLICADO EL MARTES 29 DE ENERO DE 2019 EN LA VERDAD

Una, con los años, es cada vez más laxa con las debilidades ajenas, porque tiene que empezar a serlo con las propias. Una, con la edad, entiende cada vez más lo del miedo a envejecer y lo de disparar los últimos cartuchos, aunque sean de pólvora. Lo que una no termina de comprender es el gusto por la exhibición impúdica. Por eso, cuando te encuentras en "Vanity Fair" a Juan Luis Cebrián enseñando a su tercera esposa igual que Benzemá presume de su último Lamborghini, te da el parraque. 

El amor es una fuerza tan poderosa que te crea, te destruye y te transforma, tanto que ha hecho que Cebrián haya pasado de ser Ciudadano Kane a Paco Martínez Soria en "El abuelo tiene un plan". Y el plan es una tipaza altísima, de ojos claros, melena al viento y treinta siete años menos que él. Pero no se confundan: Cebrián no se enamoró locamente de ella por su físico, sino por su intelecto, que se quedó picueto cuando la muchacha le preguntó qué opinaba de Bukowski "porque no es un autor muy extendido entre los jóvenes”. Amárrame esos pavos: no sé con qué jóvenes hablará Cebrián, pero si no has leído a Bukowski con veinte años, ya no lo hagas. Lo que si sé es que, si en lugar de preguntarle por Bukowski una walkiria imponente le hubiera preguntado servidora de ustedes, no es que no me hubiera pedido matrimonio, es que no me hubiera pedido ni la hora.

En la revista, ella posa ora pensativa y reflexiva, ora pizpireta y saltarina, mientras que él aparece sentado en un sofácomo el padre paciente y risueño que espera a que su hija acabe de jugar en las camas elásticas. Ella es juventud y alegría, él es piedra angular, principio y fin, faro y guía, señoro importante que lo mismo te presenta al rey Felipe que te pone al teléfono a Paulo Coelho para darte una sorpresa. Por cierto, que ella lo tiene en el móvil memorizado como Love. Tal cual. Me he emocionado hasta el Tena Lady. Pero más he llorado cuando he leído que Cebrián es un aliado feminista: “Juan nunca me ha puesto ningún límite. No me ha dicho cómo me tengo que vestir ni comportar. Me ha dejado ser libre”. Las cabezas no están buenas, que decía mi abuela. Espero que, a mi santo, ninguna rubia leonina le pregunte por Bukowski. O por Solari.  

TAL COMO ÉRAMOS

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 22 DE ENERO DE 2019
En este invierno de nuestro descontento y en estas tardes de procrastinación, a veces me dedico a buscar a viejos amigos en Facebook. Por aburrimiento, por curiosidad, por morbo, por el malsano placer que produce quitarse las costras de las heridas o por saber en qué punto del camino entre nuestro instituto y el de nuestros hijos se quedaron las expectativas y las ilusiones. 
Hoy me he encontrado con Q. Cuando le conocí, Q. tenía una moña larga y lisa como el cantante de China Crisis, ya trabajaba, bebía Voll-Damm y se iba a comprarme el "Madrid me mata" al único kiosco de la ciudad donde lo vendían. No le entusiasmaban los Smiths, pero hacía como que sí por darme el gusto. Salíamos, entrábamos y soñábamos juntos sueños distintos: yo, con la capital y el moderneo; él, con un trabajo mejor y una familia. Q. era un buen tipo; posiblemente, demasiado bueno para mí en aquel momento. 
Ahora, Q. tiene un muro de Facebook que parece el de las lamentaciones: que si los independentistas, que si los inmigrantes, que si los podemitas, que si las feminazis. Me encuentro con un señor al que no reconozco, que ha llegado a ser lo opuesto de lo que era (o de lo que yo pensaba que era), que se ha desabrochado el botón del pantalón y se ha dejado ir. No es el mismo. No somos los mismos. O sí: yo sigo siendo igual de idiota, pero con más celulitis. O sí: él sigue siendo un buen tipo al que, en algún punto de ese camino entre institutos, le han convencido de que las cosas no funcionan por culpa de los demás, de que está enfadado, muy enfadado, y de que es hora de exigir algo que se supone que es suyo. O no, yo qué sé. 
De repente, entre el ruido y la furia, descubro a Q. posando en varias fotos junto a su familia. Se ha cortado la moña, pero sigue teniendo pelazo. Parece dichoso, satisfecho, tranquilo, y es por eso por lo que me chirrían tanto sus exabruptos: a lo mejor es que quieren convencernos de que somos más infelices de lo que somos para poder manejarnos con mayor facilidad; no sé, tampoco sé. Lo que sí sé es que conservar el pelo pasados los cincuenta es motivo más que suficiente para estar agradecido, y no cabreado. Aunque a mí me gustaba más con moña.


"MADRID ME MATA", LA REVISTA CREADA POR MARINÉ.
EN ALGÚN SITIO DE LA BUHARDILLA TENGO ALGUNOS NÚMEROS. HABRÁ QUE BUSCARLOS

ORDEN

PUBLICADO EL MARTES 15 DE ENERO DE 2019 EN LA VERDAD
En estos tiempos de sobredosis informativa de tontunas, ya sabrán ustedes quién es Marie Kondo, esa japonesita de flequillo liso que, bajo su sonrisa permanente, oculta una sociópata empeñada en reducir tu vida a treinta libros, clasificarte los cubiertos por tamaños y colocarte las camisetas en vertical. Su obsesión por el orden y la limpieza es tal que es capaz de convertir un piso de estudiantes en la casa de dos hermanas solteronas. Será por eso por lo que la Kondo ve una fregona y se pone como una motoreta. Y no les digo nada si se encuentra con un roomba lamiéndole los pies, que estamos en horario protegido.  
Kondo es sádica por naturaleza: llega a tu casa, te hace acumular toda tu ropa encima de la cama y te obliga a guardar sólo lo que te hace feliz y a deshacerte del resto. Conmigo lo tendría fácil, porque yo no es que me quede con la ropa que me hace feliz, sino con la que me cabe. Eso sí, antes tienes que despedirte de todo lo que vas a tirar dándole las gracias: gracias, pantalones que me hacéis parecer un morcón; gracias, bragas con la goma dada de sí; gracias, sujetador que ya no me puedo cerrar porque se me ha puesto la espalda de un luchador de sumo. La Kondo despide con más consideración a una camiseta vieja que a un amante ocasional.
Yo voy a contratar a la Kondo, pero para que me ordene la cabeza. En el cajón de la derecha del armario, los recuerdos bonicos plegados en vertical y ordenados por años; en el de la izquierda, las esperanzas y las motivaciones metidas en cajitas; en el cubo de la basura orgánica, las angustias, los miedos y el insomnio. Y si es capaz de eso, ya subimos a la buhardilla. Porque desde aquí te lo digo, Marie Kondo: tú no tienes lo que hay que tener para venir a ordenarme la buhardilla. Que si Diógenes la ve, le da un parraque. Que esa sonrisa pérfida se te cae a ti de la cara según vayas subiendo las escaleras. Que hay que entrar a machete. Que unas Navidades subí a buscar los adornos del árbol y me dieron por desaparecida una semana. Y que no tiro yo mi caja de jamón de Joselito así te pongas como Godzilla, porque eso es lo que más feliz me ha hecho en el mundo. 


LA PSICÓPATA MARIE KONDO

miércoles, 9 de enero de 2019

TOMAR LAS CALLES

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MIERCOLES 8 DE ENERO DE 2019

Miren que una se ha propuesto empezar bien el año. Miren que una se ha cansado de lamentarse y flagelarse por los kilos y por la edad. Miren que una está resuelta a súper vitaminarse y mineralizarse la moral. Pero es que ha sido comenzar enero e írseme la autoestima a tomar viento: estamos N. y yo tan pichis trasegándonos unas cervezas en la puerta de un bar, cuando pasa una chiquilla de piernas kilométricas y culo prieto, da un golpe de melena y me suelta "Esta calle no es pa ti". Y sí, es verdad: estamos de marcha rodeados de chavales que podrían ser nuestros hijos y somos los únicos en 500 metros a la redonda que hemos visto a Kiko Ledgard presentar el "Un, dos, tres", a Sabrina salírsele la teta en vivo y en directo y a Torrebruno en la plaza de toros de Cartagena. Pero eso no se dice. 

La calle, para el que se la trabaja. Y yo me la he trabajado, y mucho. Que ni antes era de Fraga, ni ahora es de los jovenzuelos. Que la calle es de todos, y de las señoras, más. Que no me vuelven a meter a mí en mi casa ni los millennials, ni VOX, ni el miedo a salir de noche ni la madre que los parió. Que si he aguantado toda la vida la dictadura del heteropatriarcado, no estoy dispuesta a sufrir también la de la muchachada. Que si me vuelvo a mi sofá no es porque soy mujer y mayor, sino porque no queda ni un local abierto. Que las señoras mayores lo mismo vamos al frutero a comprar kiwis para el tránsito que al peluquero a teñirnos la canas que al ginecólogo a que nos mida los niveles de estrógenos que a un bar a ponernos como Las Grecas. Que no me meto yo en un salón de té, con esa mala leche un salón de té, porque no me gusta el té, que a mí lo que me gustan son los quintos a morro. Que una hace el ridículo como le da la gana. Que, nenes, ya dejaréis de ser semidioses para convertiros en simples mortales. Que no tenéis la exclusividad del atrevimiento y de la irreverencia. Y que eso de "vieja" no me lo decís a mí en la calle. Bueno, sí. Ya me lo habéis dicho. Empezamos bien el año.