miércoles, 31 de octubre de 2018

LA BUENA MUERTE

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 30 DE OCTUBRE DE 2018

Cuenta Lolita que, cuando su hermana Rosario y ella se toman tres vinitos y se ponen pedo, empiezan a hablar de sus muertos y a reírse mientras los lloran. Es lo que tiene mezclar vino con dolor, que te montas un calimocho que hace que vomites las penas. Y eso te puede pasar cualquier día, ya sea el de Todos los Santos, el del Domund o el de la Independencia de Méjico. Porque la muerte es siempre una putada. Y de las gordas. De las que no se te olvidan nunca.

Por eso hay que intentar morirse bien, para que la putada no sea doble. Y yo, precavida, ya tengo mi obituario hecho para este periódico: no quiero que lo último que se escriba sobre mí quede a merced de un pavo de guardia que lea a Paulo Coelho y escuche a Macaco. Eso sí, el título no lo tengo claro: me debato entre "La mujer que nunca estuvo allí", "La ridícula" o "La impostora". Lo mismo debería de elegirlo usted, jefe, que aunque yo vaya por la vida de espía rusa impenetrable, soy más transparente que un vestido de la Pedroche, y seguro que usted ya me tiene calada. En fin, que dejo el título en sus manos.

También tiene que darme tiempo limpiar la casa, a cerrar las redes sociales (qué mierda cuando alguien muere y te encuentras sus fotos sonrientes de vacaciones en Cancún, qué oxímoron, qué broma tan cruel) y a ordenar los libros. Las columnas me dan igual: que las guarde el heredero, si quiere, y que las lea cuando le dé la gana, que el tío brevas no siente curiosidad por saber lo que escribe su madre cada semana; que las queme en la hoguera de San Juan, que haga máscaras de papel maché con ellas o que las lleve al contenedor de papel. Más pena me dará irme sin hablar bien inglés, sin haberme puesto nunca una minifalda de vértigo o sin saber qué se siente al ser la más guapa de la fiesta; la misma pena que me dará irme con un montón de frases que nunca dije y un montón de respuestas preparadas que nunca pude dar. Y me iré sin ganas, claro. Eso sí, procuraré morirme lo más tarde posible, y morirme bien, que sólo tengo una oportunidad para hacerlo. A ver si no la cago.    

miércoles, 24 de octubre de 2018

ESTEREOTÓMICO Y TECTÓNICO

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 23 OCTUBRE DE 2018
El otro día utilicé por primera vez la palabra "prístino" en una conversación; en mi defensa he de decir que llevaba tres copas de vino encima. No sé cuántas llevaría José María Cano cuando se inventó lo de "mariconez", aunque ése no es el peor pecado que ha cometido Mecano: como dice A., mucho peor es lo de "Eungenio". Pero no seré yo la que se meta con las letras de los hermanos Cano, aunque haya ripios que deberían ser perseguibles de oficio. Y no seré yo, digo, porque a servidora le encanta inventar palabras, y descubrirlas, y jugar con ellas. Y como soy una cría pequeña en un cuerpo premenopáusico, descubro un término nuevo y no paro de utilizarlo: ahora he aprendido "estereotómico" y "tectónico", dos palabros que suenan a título de ensayo de Umberto Eco, y me paso la vida intentando meterlos en cualquier frase. 
Desafortunadamente, como no puedo usarlos en el contexto adecuado porque no soy ni arquitecta ni ingeniera ni artesana ni carpintera, los tengo que utilizar en el submundo de "Sálvame": Belén Esteban, desligada de la tierra y de la realidad y con una cabeza tan ligera como una cabaña de paja, sería tectónica, cáscara pura, mientras que Kiko Hernández sería estereotómico, macizo, pétreo. Y es que los estereotómicos son impenetrables; son piedra dura de Chipiona, que le dijo Lola Flores a Rocío Jurado. Como Pedro Sánchez, un señor que parece tectónico por lo volátil de su pensamiento cuando, en realidad, es estereotómico: sólo un bloque de granito aguanta que le den por muerto en su propio partido para después resucitar y llegar a ser presidente. 
Las palabras están para juguetear con ellas, para cultivarlas, para divertirse. No sé si están para provocar cambios sociales, no sé si la justa lucha contra el machismo o la homofobia justifica romper la integridad del idioma, no sé si los que seguimos usando el acento en "sólo" somos la resistencia o un atajo de viejos snobs, no sé si los que utilizan la "-e" como género neutro para terminar las palabras son asturianos o modernos. Lo que sí sé es que, para deconstruir el lenguaje, primero hay que dominarlo. Igual que para poder deconstruir una tortilla de patatas, antes hay que saber hacer la tradicional. Lo de con cebolla o sin cebolla, eso ya otro día, que hoy estoy tectónica perdía y no me entra luz ni por sustracción. 


miércoles, 17 de octubre de 2018

MINIMALISMO

PUBLICADO EL MARTES 16 DE OCTUBRE DE 2018 EN LA VERDAD
"A mí sólo se me pierde una vez", dice Aramís Fuster. Qué suerte: a mí me han perdido varias veces, y yo solita me he perdido aún más. Un día me perdí hasta en las escaleras de mi casa, algo que es triste, literal y humillantemente cierto. Y eso que mi casa no es tan grande como la de GH VIP, ese sitio con más hormonas sueltas que el campamento de verano de los incorregibles albóndigas. Tampoco es como la de Bertín que, por mucho que diga, su casa no es la nuestra; su casa es de sus colegas famosos, los que van allí a contar su vida mientras beben vinito blanco con fondo de canciones pop de los ochenta interpretadas a ritmo lipotímico por una vocalista lánguida, que así es mucho más fácil de digerir cualquier cosa, desde la conversación inane hasta lo que cocina Bertín. 
En la casa de Bertín cabemos usted, yo y toda la familia de Viva la gente. Es lo que tienen los ricos: mucho concepto abierto, muchos espacios desaprovechados y muchos metros cuadrados por habitante. Babeamos en nuestro sofá viejo viendo habitaciones en las que se puede montar un estadio olímpico y cocinas que podrían acoger a varias tribus amazónicas. Y sin enredos de por medio, que es lo que más envidia nos da: yo me hice una casa minimalista, limpia, de líneas rectas y muebles italianos, con la vana esperanza de poder deshacerme de un montón de cosas y de empezar de cero, pero no funcionó: al final, el asesino siempre vuelve al lugar del crimen y servidora siempre vuelve a los viejos hábitos, que van desde acumular libros y papeles hasta no tirar ropa de la talla 38 por si alguna vez quepo de nuevo, algo tan improbable como que Falete pase por el ojo de una aguja o por la puerta de Imaginarium. Por eso, cuando va a llegar una visita, lo guardo todo a presión en los armarios, y rezo para que a nadie le de por cotillear el romi y le salte un peine al ojo. Lo cierto es que el minimalismo, ese movimiento falaz inventado por interioristas sin hijos, sólo me dura el tiempo que tarda en irse la visita; después, todo vuelve a ser zona de guerra. Tanto que, si miro debajo de los cojines del sofá, lo mismo me encuentro a Aramís Fuster. Perdida otra vez. 

miércoles, 10 de octubre de 2018

PELUQUERAS ILUSTRADAS

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 9 DE OCTUBRE DE 2018
Estamos perdiendo los valores: una antes iba a la peluquería de su barrio con las canas al aire, las puntas abiertas y el último "Sálvame" en la retina, no fuera que la conversación pasara por algún drama pantojil y te pillaran en un renuncio,  y ahora tiene que llegar con las series vistas y los estrenos cinematográficos al pistón, que hay días en los que parece que te está cortando el pelo Carlos Boyero. Una, fiel a sus principios, trata de derivar el tema hacia las siete diferencias entre el heredero de la Casa de Alba, que se casó vestido de soldadito de plomo, y Juan Miguel, el ex de Karina, que llevó a su hija al altar disfrazado del Sombrero Loco, todo con una pinta tan desagradable que el video del enlace podría haber participado en el festival de Sitges, y la cosa acaba en que si en Sitges aceptan producciones de Netflix o no, que mira lo que pasó en Cannes. Y así todo. Desapareció el placer del deslengüe, del despelleje antropológico, del criticar por criticar revista en mano y papel de plata en los pelos; todo aquello se fue por el desagüe del lavacabezas. La civilización era esto.
Lo que nunca cambia en la peluquería es la sensación de indefensión: cuando una está frente al espejo del tocador, fea como un perro mojado y a merced de una señora con unas tijeras en la mano, se desmorona. Ante la peluquera estás expuesta. Sabe dónde tienes las canas, sabe dónde hay que cubrir y tapar, sabe tus puntos débiles. Y así, desprotegida, con la guardia baja y la capa de plástico sobre los hombros, a una se le suelta la lengua sin necesidad de un flexo apuntándole a la cara, y le cuenta a su peluquera los problemas con su nuera, o lo de su nieto el pequeño, o lo del hijo que se le ha quedado en el paro, o lo harta que está de su Paco, que si lo llega saber ella cómo es posible que se hubiera casado, pero que llevan cuarenta años juntos y ahora ya pa qué. Las peluqueras sí que tienen un contrato de confidencialidad, y no lo incumplen. No como los ex empleados de Pantoja, que saltan a la palestra a criticar en cuanto tienen que pagar la luz. Menos mal que, en mi peluquería, no saben quién es Dulce. Ni Pepi Valladares


JUAN MIGUEL EN LA BODA DE SU HIJA. ESE MATRIMONIO 
HA DE SER NULO DE PLENO DERECHO

miércoles, 3 de octubre de 2018

JUEGO DE ESPÍAS

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 2 DE OCTUBRE DE 2018
Lo dijo hace años Lydia Lozano, que de eso sabe un rato: nadie aguantaría que le hicieran una cámara oculta. Y menos recién levantada, que estas cosas te pillan sin producir y ya es la ruina. Tampoco aguantaría nadie que le grabaran una tertulia de bar asiático en mano y palillo en boca, que escucharan sus conversaciones telefónicas o que leyeran sus WhatsApps, que una, a veces, se toma un agua con misterio y se tira como una loca al teclado porque está que se escribe encima, porque los dedos son más rápidos que la cabeza o porque no hay nada más peligroso que "un día triste, un día peligroso y ofensivo, que puede justificar cualquier tontería juvenil", como dice Josep Pla en "El  cuaderno gris". Es entonces cuando el sentido común, el que nos protege en público, el que nos para y nos templa la bravura, salta en mil pedazos. Es entonces, en ese momento en el que te crees en confianza, en el que no tienes los ojos de alguien mirándote a la cara, cuando se produce una libertad ilusoria, una sensación de impunidad: la pantalla como biombo que protege al testigo de cargo. Y es entonces, también, cuando piensas que no tiene importancia, que total es un desahogo, y que, al fin de cuentas, los mensajes se perderán como lágrimas en la sopa. Pero no. Ahí están, ocultos pero no enterrados, dispuestos a reaparecer en el momento menos indicado para darte la vida mártir. Si ahora una también tiene que pensarse dos veces (y tres, y cuatro, y cinco) lo que dice en privado, apaga el móvil y vámonos. Pero a un monasterio cartujo, donde no haya cobertura. 
Lo paradójico es que, en esta época de exhibición impúdica en la que mostramos sin reparos lo que comemos, lo que viajamos y lo que besamos, es cuando más tenemos que reivindicar el derecho a nuestra intimidad. Porque no es lo mismo un posado que un robado; de eso Lydia Lozano también sabe un rato. Y Vasile: me juego el emoticono de la flamenca a que, en breve, le mandará a Villarejo cuatro docenas de rosas rojas de tallo largo como las que le mandó a Pantoja. Estamos a un ramo de flores de que el comisario salga en "Sábado Deluxe". Y de que le reviente el polígrafo a Conchita