lunes, 27 de abril de 2009

A dos grados Porto de Clint Eastwood

Seguro que ustedes conocen la "Teoría de los seis grados de separación": cualquier persona puede estar conectada a otra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios, de tal forma que ambas personas se conectan con sólo seis enlaces. Y sobre dicha teoría existe una variante muy divertida, la Teoría de Bacon: en 1994, Kevin Bacon comentó durante una entrevista que él había trabajado con todos los actores de Hollywood o con alguien que hubiese trabajado con cualquiera de ellos, enunciando la "Teoría de los seis grados de separación de Kevin Bacon". Se trata de relacionar cualquier actor del mundo con este actor norteamericano mediante actores -o directores- que hayan trabajado en una misma película. El resultado es el "número Bacon" o el grado de separación entre el actor propuesto y Kevin Bacon. Incluso hay un juego por el cual metes cualquier nombre que esté en el IMDb y te hace la conexión con Bacon.

Prueben. Funciona hasta con Isa P., que tiene un nº 3 de Bacon. Es muy fácil:
Y yo estoy a 4 grados de Kevin Bacon. ¿Cómo? Verán, Juan Antonio Porto, guionista y maestro de guionistas, ha impartido un Taller de Guión esta semana y ha conseguido que yo tenga un 4 de Bacon, pero eso no es lo mejor. Lo mejor es que podemos cambiar la teoría de Bacon por la "Teoría de los dos grados de separación de Juan Antonio Porto" (¡chúpate esa, footloose!), ya que los que hemos asistido a sus clases estamos a dos grados Porto de Clint Eastwood, Orson Welles, Saramago, Cela, García Márquez, Robert de Niro, Coppola y de todo el cine español. Tal cual. Imaginen, sabiendo como saben que el tomatismo de servidora es tan legendario como su belleza, lo que he disfrutado estos días oyendo cómo Orson Welles se tragaba 12 platos de alubias con chorizo de una sentada, Clint Eastwood llegaba al rodaje hecho un cuatro en el coche de la sastra mientras que Sergio Leone fusilaba plano a plano el Yojimbo de Kurosawa, Coppola se ponía morado a cocido y Robert de Niro le hacía la autopsia a un filete (conocer este dato me viene muy bien para cuando venga a casa a cenar, venderé un riñón y le pondré buey de Kobe del que come en Nobu).

Porto nos ha seducido con la idea más revolucionaria del mundo: trabajar en lo que a uno le gusta. Rompedor ¿eh? Porque entre coño y coño (ahora entiendo por qué las señoras de derechas se quejan de que en el cine español se dicen muchas tacos; al lado de Porto yo parezco una ursulina) Porto nos ha llenado de ganas de leer, viajar, observar, leer, aprender, seguir leyendo y leer más. El auténtico revolutionary road. Que se vayan preparando, porque como a todos nos de por hacerle caso entonces sí que se va el sistema a tomar viento.

Pero además Porto tiene el mayor de los poderes posibles: el de contar historias, propias y ajenas, y hacer que las vivas. Porto proyecta la película con sus palabras. Interpreta los personajes, describe el escenario, te mete en situación y tararea la banda sonora delante de un solo descafeinado de máquina. Una delicia.

¿Y lo malo de todo esto? Pues que a semejante tío listo lo único que le pudimos enseñar nosotros es la hueva de maruca, que no la conocía (qué quieren, el presupuesto no daba para la de mújol), y que ahora estoy a 3 grados Porto de Marina Castaño. ¡Y a dos de Álvarez Cascos! ¡Glups!