miércoles, 11 de julio de 2018

JULIO

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 10 DE JULIO DE 2018
Julio, a veces, parece el fin del mundo. Es el mes en el que hacemos el último esfuerzo antes de irnos, largarnos, pirarnos, desaparecer; el mes en el que tenemos que cerrar y finiquitar asuntos como si no fuéramos a volver en septiembre; el mes en el que hay que dejar la mesa del despacho despejada de papeles, la bandeja de entrada del correo libre de emails y la nevera limpia de fruta y verdura; el del pasar lento y moroso; el que vacía las calles de niños que van al colegio y las llena de gente que va a trabajar arrastrando su ánimo y sus carteras. En julio tienes el cuerpo en la ciudad y la cabeza en la playa. 
Pero lo peor de julio son sus tardes, largas y brillantes, de cielos azules y limpios. Las tardes largas no están hechas para los apáticos e indolentes, para los que estamos condenados a vivir dentro de un fuerte hecho con el sofá, una silla, una sábana y una pila de libros y películas. Las tardes llenas de luz te obligan a salir al mundo exterior, a vivir más horas tu propia vida y a dejar de vivir la de los demás. Y, a veces, no sabes qué hacer con tanto tiempo y con tu incapacidad para exprimirlo; sólo puedes verlo pasar. Mientras tanto, el resto de la gente sí sabe en qué emplearlo: hay gente tomando cañas en las terrazas de los bares, paseando, en las tiendas, parada en una esquina charlando; gente en sitios. Y siempre parecen más felices que tú. 
A cambio julio, generoso, nos regala a los columnistas los grandes temas que preocupan a la humanidad: los unicornios hinchables, Quim Torra y Artur Mas en bañador, Carolina de Mónaco y su prolífica prole a bordo del Pacha III, los futbolistas de parranda en los chiringuitos de Ibiza y los ataques de los mosquitos asesinos, que no hay opinador que se precie que no les dedique una oda en verano, aunque servidora está tan acribillada a picotazos que podría escribirles un poema cosmogónico. Ahí está la musa del calor, que diría Camba. Julio también nos regala por las mañanas diez minutos en la cama con el fresquito entrando por la ventana, y los encierros de los Sanfermines mientras desayunamos. Y la esperanza en el horizonte de que agosto, ese sábado que dura un mes, merezca la pena. 

miércoles, 4 de julio de 2018

BORRAR EL TUIT

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 3 DE JULIO DE 2018
Si las reinas consortes no pueden tener pasado, que dice Jaime Peñafiel, los presidentes de Radio Televisión Española no pueden tener Twitter. Ana Pardo de Vera y Andrés Gil se han dedicado a borrar miles de tuits como locos en cuanto han sonado sus nombres para el cargo. Normal: que te propongan para un puesto así y no eliminar tu historial de Twitter es como que te llegue una visita de improviso y tú estés sin duchar, con los platos del desayuno aún sobre la mesa del comedor y la huella de tu culo en el sofá. Es que te pille en bragas, literalmente.
Borrar el tuit es el baile de actualidad. Hay que deshacerse del que escribiste una de esas noches en las que llegaste un poco borrachuzo y te invadieron la nostalgia, o el dolor, o la angustia; del que publicaste un día que estabas enfadado con el mundo y sus alrededores; del que subiste una tarde haciendo un chiste zafio porque el juego de palabras te quemaba en la punta de los dedos. Hay que eliminar el pasado en las redes, reinventárselo, reescribirlo. Y esa es la diferencia entre la vida virtual y la real: que la virtual se puede borrar, pero la otra no. Ojalá: tengo un colega al que le encanta sacar a relucir que tuve un novio feo y gilipollas, y una prima que en las comidas familiares siempre suelta que yo llevaba sayas hasta los once años, y una amiga que me amenaza con enseñarle a mis compañeros fotos mías de cuando iba a BUP, con el pelo al uno y las patillas rapadas. El pasado real es de todos los que lo compartieron contigo. Y, en cuanto se toman dos cervezas, se empeñan en recordártelo, que no hay nada más reconfortante para el alma humana que la humillación pública y ajena.
Si fuéramos todos siempre coherentes, en la ética y en la estética, podríamos suscribir lo que dijimos, hicimos o pensamos hace cinco años, o cinco días, o cinco minutos. Pero yo no soy así. Yo me arrepiento de lo que hecho, de lo que he dicho, de lo que no he hecho, de lo que no he dicho. Me arrepiento de casi todo. Especialmente de haberme afeitado las patillas en el 85, que después de aquello me crecieron tanto que ahora las tengo más largas que la Pantoja. No sé en qué estaría yo pensando.