miércoles, 19 de diciembre de 2012

Pesadilla antes de Navidad


PUBLICADO EN LA VERDAD EL 18 DE DICIEMBRE DE 2012

Estoy vieja y llorona. Oigo los villancicos en Mercadona y se me saltan las lágrimas, pero cuando veo el precio del salmón ahumado entonces sí que lloro de verdad. Y sigo llorando cuando pienso lo que me espera estas Navidades: las cenas con la familia, el amigo invisible, las comidas con los compañeros, la función del colegio, los niños de San Ildefonso, el árbol, Papá Noel, que vienen los cuñados, que vuelven los amigos, las felicitaciones, que si quedamos para el aperitivo, los resúmenes del año, la Nochevieja, las compras de última hora, la tarjeta que echa humo, la cabalgata, los Reyes Magos y el sursum corda. “La tregua de las fiestas”, leo. ¿Tregua? Esto es la guerra, amigos.

La juerga aún no ha empezado y ya tengo pesadillas antes de Navidad: sueño con Naomi Watts diciendo “Mi encanta” mientras la arrastra una ola de turrón blando y un coro de cien botellas de cava semiseco canta la canción de Cortylandia. En el desayuno, mi hijo me da la carta para los Reyes Magos: es más larga que la guía telefónica. Añade un anexo con los regalos marcados en el catálogo de juguetes. “Para que no se equivoquen este año”, me dice. Las tira con bala, el tío. Y mi santo, feliz, remata: “Pues el 25 comemos todos en casa”. Eso, que donde caben tres caben treinta y uno. Me desmorono sobre las tostadas. Que me agobio por nada, dice. Que cortamos un poquico de jamón, abrimos unas latas y ya está. Claro que sí, hombre: ganas me dan de llamar a Alberto Chicote para que lo ponga en órbita. Tras soltar la bomba, se acaba el café y se va a montar el Belén, ese Belén de serie B donde el niño Jesús es más grande que los camellos, mientras tararea “Campana sobre campana”. Y lloro de nuevo por no haberme casado con un ateo radical y porque ni sacando los vasos de Nocilla tengo cristalería suficiente para tanta gente. Y me sueno los mocos y me voy a comprar palometa ahumada y a pedirle sillas a la vecina. Si ya lo dice mi suegra cuando llegan estas fechas: “Me acostaba ahora y me levantaba el 7 de enero”. Y yo. Pero seguro que si me duermo sueño que me ahogo dentro de una lata de melocotones en almíbar.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Pelillos a la mar


PUBLICADO EN LA VERDAD EL 11 DE DICIEMBRE DE 2012

Llevo un pelo criminal. Parece que la Sole me dio con el mechero, pero encendido, porque está quemadísimo gracias a las planchas del demonio, así que acudo a mi peluquero como si fuera la Virgen de Lourdes. “Córtame un dedico”, le digo, olvidándome con las prisas de que ellos miden un dedo pero en vertical, no en horizontal, que los peluqueros españoles parecen ingleses y nuestras unidades de medida nunca coinciden con las suyas. Al final me deja más pela que un haba.

El ratico de la peluquería da para mucho: mientras te cortan, alisan, cardan y tiñen, tú vas soltando por esa boca que si el crío, que si el trabajo, que si el marido, que si hazme algo que me lo pueda apañar yo en casa que estoy sin un duro y no puedo venir hasta el mes que viene. Y ellos de pie aguantando mecha. O creando drama: a un peluquero con ínfulas de estilista le pides que te eche unos reflejos en tu melena negra zahína y te deja como a Isabel Tocino. Y ya está la tragedia servida: ahora, a vivir como una rubia pepera hasta que se te caigan las mechas. Estos dramas peluqueriles los conocemos las mujeres desde siempre, y nos llevan a cambiar más de peluquero que de novio, pero, en cambio, los hombres muestran una fidelidad extraordinaria en este terreno: mi santo dejó de ir al suyo de toda la vida por causa mayor; que se murió el peluquero, vamos. Era de esa estirpe casi extinta de peluqueros futboleros que echaban un poquico de agua con un spray para cortar el pelo mientras criticaban la alineación del Efesé. Tras recuperarse de la pérdida, encontró al segundo y, desde entonces, le ha seguido por todas las peluquerías por las que ha pasado. “Es que me ha cogido el aire”, me dice, lo que equivale a que durante los últimos veinte años le ha cortado el pelo igual. Y él, tan feliz, leyendo la prensa sin abrir la boca mientras el otro le repasa las patillas. Yo a mi peluquero tampoco le cuento mucho, que una ya no se fía: miren a Rosa Benito, tantos años cardándole el pelo como una ola a Rocío Jurado y ahora cascándolo todo. Que me hago famosa de la noche a la mañana y sale el mío diciendo que si tengo canas. Y eso es mentira. 

jueves, 6 de diciembre de 2012

Donde viven los monstruos


PUBLICADO EL 4 DE DICIEMBRE DE 2012 EN LA VERDAD

Mi médico no me deja ver películas de miedo. Que soy hipersensible, me dice, y yo muerta y pená por ver “El resplandor”. Que soy altamente impresionable, me diagnostica, y me prohíbe que me acerque a “Funny games”. Pero lleva razón: las películas de miedo me dan eso, miedo, y cague, y giñe, y todos los términos escatológicos que ustedes quieran, así que siempre las he evitado por prescripción facultativa. Eso y los armarios entreabiertos, porque todo el mundo sabe que es ahí donde viven los monstruos. O al menos antes, porque ahora no, ahora viven en cualquier sitio: en las peluquerías de barrio con ínfulas donde te dejan como si te hubieran cortado el pelo con una motosierra, en los informativos (ya no hay noticia que no hiera nuestra sensibilidad), en los desinformativos (sí, mi médico también me prohibió ver la enésima reaparición postquirófano de Belén Esteban), en las redes sociales, en el móvil. Surge en internet una lista de teléfonos de famosos y todo bicho viviente se dedica a llamarlos. Monstruos aburridos llamando a monstruos televisivos. No es nuevo: Ruiz Mateos fue el precursor cuando puso el teléfono de Boyer en una página de contactos, pero ahora son 80 los afectados. Como dice Boris Izaguirre, esta lista de móviles ha originado un nuevo quién es quién de la celebridad nacional. A unos les ha dado un ataque de ansiedad por aparecer en ella, otros se han mosqueado porque no están. La famosa lista me ha llegado vía WhatsApp, y los nombres que contiene son de lo más heterogéneo; me pregunto en qué agenda esquizofrénica pueden convivir los números de la baronesa Thyssen y del padre de la Campanario. Y ya me contarán ustedes para qué quiero yo la lista, ¿para llamar a Falete y pedirle la receta del puchero? Prefiero el cocido de pava con pelotas.

El tema sería distinto si los teléfonos pertenecieran a políticos: si no escuchan las protestas de la gente en la calle, si ignoran las manifestaciones y siguen con las orejeras puestas, habrá que probar a masacrarlos con llamadas y mensajes hasta que les reviente el smartphone, que tener tienen. Pero claro, como somos tan listos, siempre es mejor llamar a Enrique del Pozo para pedirle que le cante el Cocoguagua al crío. Si es que es pa darnos con el teléfono en la cabeza.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Tres cervezas


PUBLICADO EL 27 DE NOVIEMBRE DE 2012 EN LA VERDAD

Hoy no me puedo levantar. El fin de semana me sentó fatal. Total, me tomé tres cervezas y me he levantado peor que Sue Ellen el día de Año Nuevo. Madre mía, cómo han cambiado los cuerpos: antes hubiera podido retar a Mario Vaquerizo a beber quintos a morro, ahora mi colon irritable me hace pagar el más mínimo exceso. Porque mira que nosotros hemos ido de bares, bares cutres a los que Chicote no hubiera entrado ni con la Guardia Civil, de acuerdo, pero bares al fin y al cabo, que somos de la era prebotellón. Salíamos todos los fines de semana y fiestas de guardar, nos pegábamos un festival por cuatro duros y nos recuperábamos con un domingo de sofá y manta que duraba de “Estudio Estadio” a “Estudio Estadio”.

Pero los chicos de la era prebotellón, los que pensábamos que no había nada como el calor del amor en un bar, nos hemos convertido en resacosos padres de familia. Ahora sales una noche y al día siguiente tu hijo, el mismo al que hay que despertar todos los días para ir al colegio, abre el ojo a las 7 de la mañana y se cuela en tu habitación al grito de “¡Hazme la leche!”, y tú te levantas dándote con la brenca de la puerta, y el crío que quiere tostadas, y tú que buscas un ibuprofeno que no aparece, y el crío que se pone a aporrear la batería que le trajeron los Reyes, y tú que te acuerdas de la familia de Melchor, de Gaspar, de Baltasar y de todas las monarquías orientales, y el crío que venga redoble, y tú que sigues buscando el maldito ibuprofeno y te encuentras con la factura del restaurante, y el crío que cambia la batería por la guitarra, y tú que te pones a echar cuentas de por cuánto te ha salido la fiesta entre la canguro, la cena y las copas. Y te pasas el domingo a base de infusiones de menta poleo, leyendo los dominicales con los ojos a media asta y deseando que lleguen las diez de la noche para que el crío se acueste. Y te das cuenta de que te has hecho mayor y ni siquiera sabes cómo ha pasado. Y juras que no vas a volver a salir nunca más. Hasta la próxima, claro.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

La vida falsa


PUBLICADO EL 20 DE NOVIEMBRE DE 2012 EN LA VERDAD

Yo ya no voy de compras, voy de escaparates. Me echo cinco euros al bolsillo y a darle al ojo y al tacón, y las tarjetas me las dejo en casa, que ya se sabe que las carga el diablo para vestirse de Prada. Se acabaron aquellos tiempos en los que entraba a una tienda carísima, donde las dependientas me atendían con cara de estreñimiento crónico y me llevaba lo que fuera sólo por darles en los morros; ahora no me gasto ni un duro en ropa, me apaño los vestidos de cuando estaba embarazada con un cinturón y me hago un drapeado que ni Fortuny. Tampoco gasto nada en cremas: con el rollo de que no compro nada sin probarlo antes porque soy alérgica, me hincho a coger muestras. Y he descubierto una perfumería de marca blanca baratísima donde puedo comprar “Opimúm”, “Carlin Klevin” y “Jean Gaul Clásico” por litros. Sí, parece que los nombres los haya puesto un disléxico, y sí, los perfumes son más falsos que el flequillo del Dioni, pero da lo mismo, porque ahora todo es falso, falsísimo: los bolsos son de imitación, las tetas de silicona y las uñas de porcelana. Hasta la vida que hemos llevado era falsa, una falsa vida de clase media con aspiraciones cuando, en realidad, estábamos a tres recibos sin pagar de la clase baja.

Así que se acabó el pastel y se nos ha visto el plumero. Unos impostores con todas las letras es lo que somos, unos farsantes, unos fanfarrones que nos hemos gastado los cuartos sin ton ni son. Nuestra vida falsa olía a Hugo Boss; nuestra vida auténtica huele a Bugo Hoss. Menos mal que han venido tecnócratas y políticos a ponernos en nuestro sitio, a quitarnos la careta, a que no nos olvidemos de quienes somos y volvamos al lugar del que nunca debimos salir, que siempre ha habido clases y la miel no está hecha para la boca del asno. Y yo ahora soy mucho más feliz haciendo una comparativa entre precios de congelados en una hoja de cálculo que comprando en la pescadería de El Corte Inglés, dónde va a parar, que al fin soy consciente del valor de las cosas. Eso sí, mi hijo me ha dicho que el fletán me lo coma yo, que él quiere lenguado. No sé a quién le habrá salido este crío tan caprichoso.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

El fin del mundo


PUBLICADO EL 13 DE NOVIEMBRE DE 2012 EN LA VERDAD

El fin del mundo va a llegar. El 21 de diciembre, para ser exactos, que también es mala leche. Ya podía ser a principios de año, que con el resacón de Nochevieja ni nos íbamos a enterar, y encima nos ahorrábamos la cuesta de enero, la dieta postnavideña y la vuelta al gimnasio: iban a ser las primeras Navidades de mi vida que me hinchara a cordiales sin remordimiento de conciencia. En fin, lo único bueno es que me quito de encima el regalo del amigo invisible. Y no, no me miren con esa cara de escépticos, que es verdad, que las señales del Apocalipsis están ahí, que yo he visto una: ayer, un conductor de autobús me dijo “Que tenga usted un buen día”. Y me echó una sonrisa. ¡Una sonrisa! ¿Cómo no interpretar como un aviso ese gesto extraordinario en un gremio donde la mayoría parecen los Hermanos Malasombra? Eso, más que una señal, es un hito.

Pero no sólo he visto esta semana señales que dejan margen a la interpretación; también he visto otras auténticas, verdaderas, incontestables. Y esas sí que asustan, más que las profecías de Paco Rabanne, que temía que la estación MIR cayera sobre París y se fundieran todos sus vestidos de metal; más que los gritos milenaristas de Fernando Arrabal en el programa de Sánchez Dragó, que si Vasile se hubiera dado cuenta en su momento del potencial televisivo de los escritores macerados en gin-tonic, hoy Rosa Benito trabajaría como peluquera en Chipiona y Arrabal presentaría el “Sálvame De Luxe”; más que las predicciones de los mayas, de Nostradamus y de Pitita Ridruejo juntos. Porque el fin del mundo no va a ser una catástrofe natural ni una guerra nuclear, el fin del mundo ya ha llegado, y es pequeño y cotidiano, y tan pobre que ni siquiera da para una superproducción de Hollywood: nuestro fin del mundo se presenta a través de cartas de despido o notificaciones de desahucio.

Por eso, si mañana el conductor del autobús vuelve a sonreírme, me voy directa al búnker con mis latas de fabada y mis números atrasados del ¡HOLA! Aunque, a lo mejor, lo estoy interpretando mal. A lo mejor el hecho de que alguien te sonría cuando nadie lo hace es señal de todo lo contrario. A lo mejor es señal de que podemos sobrevivir al fin de mundo.

Mañana le sonreiré yo. Por si acaso.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Mediana edad


PUBLICADO EL 6 DE NOVIEMBRE DE 2012 EN LA VERDAD

He cumplido 43 años. Cuarenta y tres. Cosecha del 69, toma castaña. “No te preocupes, que la vida empieza a los 40”, me dicen. “Sí, a ir cuesta abajo”, les digo, que ya me tengo que poner las gafas de cerca para escribir esta columna: más que Rosa Palo soy Rosa Marchita. Encima, en vez de cumplir los años el 2 de noviembre, como la Reina Sofía, y nacer marcada por la realeza, los cumplo al día siguiente, el mismo que Raquel Bollo, y claro, nazco marcada por el chonismo. Predestinación astral.

Por aquello de la coincidencia numérica (y porque estoy canina, que también) se me ocurrió hablar con Licor 43 para que patrocinara mi fiesta de cumpleaños, pero me dijeron que si no iba Tamara Falcó, ná de ná, que un photocall con mis cuñados no vende. Y Tamara no podía venir porque el mismo día se casaba su hermano Julio José (E.M., Exclusiva Mediante) en la finca de Carlos Falcó, así que al final el cumple lo solventé con una olla de michirones, que no son tan finos como los macarons pero que nunca fallan. ¡Ay, lo que hubiera dado yo por estar en esa boda! Total, camuflada entre el equipo de traductores licenciados en Comiuniqueisons que necesitaron los invitados para poder hablar entre ellos, ni se hubieran percatado. Pero al final el enlace quedó algo descafeinado, porque no hubo reencuentro entre Julio Iglesias y su hijo Enrique, ni tampoco asistió Carlos Falcó, por lo que no hubo fotón de Isabel Preysler con sus tres maridos (Iglesias, Falcó, Boyer) cogiéndola en volandas, a lo Norma Duval con sus bailarines. Y como también fallaron Miranda y sus niños, se deduce que mucho “Nos llevamos todos fenomenaaaal” y mucho enseñar la piñata a la cámara, pero a la hora de la verdad a Julio José le caben los invitados en una mesa plegable del Carrefour.

Lo cierto es que el árbol genealógico de la familia Iglesias-Preysler-Falcó-Boyer es más complejo que el de los Buendía de García Márquez, pero el hecho de que recuerde perfectamente los nacimientos, matrimonios y divorcios del clan pone de manifiesto una verdad incómoda: que soy una señora de mediana edad. Así que aquí estoy, a mis cuarenta y tres cumplidos, apuntalándome la papada con un boli BIC y esperando a que salga el ¡HOLA! para ver cómo gente que me lleva veinte años parece que tiene la mitad que yo. Maravillas de la técnica.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Cambio de hora


PUBLICADA EL 30 DE OCTUBRE EN LA VERDAD

No me gustan los cambios. Nada. Niente. Nothing. Me gustan menos que a los de “La Voz”, que no se han mudado de ropa hasta que a Jesús Vázquez no se le han empezado a oxidar las tachuelas de la solapa. Menos que a la Pantoja, que ha pasado de cantar sobre los escenarios a cantar delante del juez, del “¡Guapa!” al “¡Choriza!”, del “Que se busquen a otra” al “Hoy quiero confesar”. No, si no me gustan los cambios en general, cómo me va a gustar el cambio de hora: estas tardes oscuras se me antojan tristes, tristísimas, con esa sensación en la boca del estómago de que el día se ha acabado antes de lo previsto. Las tardes de otoño son tardes para poetas románticos; “La tarde pide un poco de sol, como un mendigo /
y acaso hubiera sol si estuvieras conmigo”, escribía José Ángel Buesa. Pero para mí, que soy tan romántica como Chuck Norris con dolor de muelas, las tardes oscuras se reducen a las ganas de darle una patada giratoria al reloj para que la agujas vuelvan a su sitio.

Digan lo que digan, esto de atrasar el reloj nos afecta a todos: ¿recuerdan cuando Guti llegó dos horas tarde al entrenamiento? Y le echó la culpa al cambio de hora, al reloj del móvil y al Meridiano de Greenwich, el tío. Pero a mí me da que nos la están metiendo doblada, igual que Guti se la intentó colar a Florentino. Dicen que el reloj sólo se retrasa una hora, cuando en realidad hemos retrocedido varias décadas. Demasiadas. Se está produciendo una perturbación en el continuum espacio-tiempo que ni la que montó Marty McFly. Al paso que vamos, “Qué tiempo tan feliz”, ” (esa magdalena proustiana que se come la Campos porque es la única que no le engorda) se va a convertir en un programa de actualidad. Y “Cine de barrio” en un repaso a las últimas novedades de la cartelera. Las tardes vuelven a ser de brasero, mesa camilla y café de recuelo; menos mal que ya queda menos para que salga el DVD de las declaraciones de Pantoja, que viene con extras. Y mientras la tarde cae por la ventana, pondré en bucle lo de “Yo lo veía ir mucho al juzgado pero yo no le preguntaba, porque no éramos personas de hablar de juzgados en casa”. Y me jartaré de reír.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Te lo mereces


PUBLICADO EL 23 DE OCTUBRE DE 2012 EN LA VERDAD

Cae una lluvia suave. Hace fresquico ya; rescato una rebeca del armario y me refugio en internet para echar un vistazo a los periódicos. Entre elecciones autonómicas, mafias chinas, fútbol y cupones para conseguir sartenes, me salta a los ojos una promoción en la que sortean un fin de semana en un balneario. “¿Te mereces que te mimen en un spa?”, preguntan. Tal cual. Entre interrogaciones. Acabáramos.

Mira por donde hemos pasado en un plis de las oraciones afirmativas, en las que nos aseguraban que nos merecíamos todo lo bueno de este mundo, a las interrogativas: haga usted examen de conciencia antes de decidir si tiene derecho a algo. Y lo peor es que están ganando terreno las exclamativas: “¡Te lo mereces!”, nos dirán cuando estemos perdidos, sin rumbo, en el lodo. Porque, al final, nos van a convencer de que la culpa es nuestra, y eso a pesar de que cumplimos nuestra parte del trato: nos dijeron que si éramos niños buenos, si estudiábamos una carrera y aguantábamos unos primeros años de penuria laboral, nos mereceríamos alcanzar cierta seguridad en el trabajo, comprar ropa de marca en las rebajas y llevar a los críos a Eurodisney. Pero ahora usted, que se merecía un jersey de Adolfo Domínguez al 50%, un príncipe, un dentista, no se merece ni un Gelocatil: cúrese las migrañas con un emplasto de vinagre de manzana, después lo escurre y aliña la ensalada. Estamos a un paso de que Txumari Alfaro sea Ministro de Sanidad.

No, es verdad, no nos merecemos un spa, nos merecemos un monumento. Al aguante, al temple, a las ganas de seguir. A la capacidad de cambiar los restaurantes por excursiones con bocadillos, de sustituir el viaje a Eurodisney por irse de acampada, de aguantar con la misma rebeca de Zara cuatro temporadas. A la adaptación a estos tiempos inciertos. Y del spa, no se fíe: me da a mí que le van a tener dos horas en la piscina de agua fría y, cuando salga tiritando, una alemana ex campeona de lanzamiento de martillo reconvertida en masajista le va a clavar el codo entre los omoplatos al grito de “¡Te lo merreses!”, y lo va a dejar más doblado que un chino saludando a las visitas. Ya me hago yo una exfoliación casera con arena de la playa, gracias. Y que se metan las burbujas por el desagüe, los listos.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Herencia


PUBLICADO EL 16 DE OCTUBRE DE 2012 EN LA VERDAD

Lunes por la noche. Mi hijo duerme ya. Lo miro y contemplo sus pestañas larguísimas. Consulto mi saldo en internet y confirmo mis temores: las pestañas es lo único que va a heredar de su madre. Eso y suficientes números atrasados del SEMANA como para dedicarse a hacer manualidades de papel maché los próximos cien años. Y pare usted de contar. Lo único bueno es que me ahorro problemas, que el que deja herencia, deja pendencia: si no heredas nada, malo, pero si lo heredas todo, peor. Miren al PP, que no para de quejarse de lo que les dejó Zapatero. Hartica me tienen.

Además de mis pestañas, espero que mi hijo herede la capacidad ocular de mi santo: mientras vemos “Isabel” el tío parece un camaleón, porque con un ojo ve la tele y con otro el iPad. Está buscando en la Wikipedia a Juana La Beltraneja. Y lo peor es que le digo que lo lea en voz alta, porque yo tampoco recuerdo quién es. Definitivamente, saber que tienes que saber algo que no sabes te deja la autoestima por los suelos. Y darte cuenta de que eres capaz de escribir del tirón un artículo sobre las luchas intestinas por la herencia de Paquirri y ni una línea sobre la sucesión de Enrique IV, te hunde en la miseria. Me empollo en un plis la dinastía de los Trastámara, no sea que el crío me pregunte; bastante tiene con los recortes en el colegio, que me paso el día rezando por la salud de sus profesores: si enferma el de Matemáticas les ponen al bedel de sustituto y les explica que un polígono es un hombre con muchas mujeres. Así estamos.

Antes los hijos heredaban el negocio de los padres, ahora sólo heredan deudas. Por eso, como la mejor herencia que le puedes dejar a tus hijos es la educación, yo estoy obligando al mío a comer con un par de libros debajo de los sobacos para que no despegue los brazos mientras trocea el pollo, que se lleva dos años con la infanta Leonor y nunca se sabe, que si Letizia es hija de un periodista y una enfermera, a ver por qué el futuro rey consorte no va a poder ser hijo de un economista y de una columnista, digo yo. Claro que, a lo mejor, cuando el chiquillo esté en edad de merecer, también se nos ha ido la monarquía a tomar viento.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Academia Preysler


PUBLICADO EL 9 DE OCTUBRE DE 2012 EN LA VERDAD

En mi barrio ya hay casi más academias que bares. Al lado de mi casa acaban de abrir cuatro, tres de inglés y una de apoyo escolar, pero yo me he apuntado a una de costura, a ver si así dejo de pegar los bajos con Super Glue. Mientras espero mi turno en la máquina de coser, leo: “Isabel Preysler se prejubila a favor de sus hijas”. Y releo: “Tamara y Ana cobran 20.000 euros por amadrinar una marca durante una noche”. Y yo aprendiendo a pasar pespuntes. Eso sí que es educar, Isabel. ¿No ha pensado en abrir una academia? Porque me inscribía de cabeza, que a mí me encantaría convertir mi hobby en una profesión. Además, yo con un cursillo rápido ya voy bien, que a mí a fina no me gana nadie, que yo la clase la llevo dentro, que de toda la vida he dicho “pompis”, lo que pasa es que mi entorno no me acompaña, Isabel, que cuando le digo a mi santo que se arregle para ir a una “soirée” me dice que eso qué es lo que es, y claro, me hunde, que le digo que me coja el tabaco del “shopping bag” y se va a las bolsas de Mercadona a buscarlo. Y así no se puede, oiga.

Usted sólo tendría que enseñarme algunas cosillas: a posar sin que se me vea mucho la molla del brazo, a hablar sin decir absolutamente nada y a pronunciar con acento nasal “ideaaal” y “fenomenaaal”, que yo la intento imitar a usted y parezco Arévalo contando un chiste de gangosos. Y no se preocupe, que me pongo extensiones para poder dar bien el golpe de melena. Y si me tengo que operar, me opero, que si no has pasado por quirófano te pagan menos en las fiestas. Y, si es menester, en vez de ponerme unas carillas de porcelana me pongo unas de Porcelanosa. Y le prometo no abalanzarme sobre las bandejas de canapés ni cocerme a base de champán rosado, que luego una echa la pota en la puerta del hotel Urban y se le salpican los Manolos. Catequíceme, Isabel, que la cosa está muy mal y necesito un sobresueldo, que el crío me ha salido listo y no para de pedirme que le compre libros, el muy pedazo de lector. Y, si le da pereza abrir la academia, no se preocupe: siempre puede adoptarme.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Traducción simultánea


PUBLICADO EL 2 DE OCTUBRE DE 2012 EN LA VERDAD

Mi amigo Ingmar habla 13 idiomas. Lo suyo no es poliglotismo, es bulimia. El último que está aprendiendo es el sindarin, no sea que un día se le aparezca un elfo preguntándole la hora y él no sepa contestarle. Ingmar, traductor y filólogo, ha escrito decenas de libros, entre los que destaca Godos, gautias y gotios: etnónimos nebulosos y reveladores. No, en serio, se llama así: soy incapaz de inventármelo. En un español mejor que el mío, Ingmar me dice que no es tan complicado, que cuando hablas dos o tres idiomas el resto se aprende en un plis. Y eso me lo cuenta a mí, que cuando me dirijo en inglés a alguien, el alguien me contesta “Por favorrr, si tú hablar en español despasito, yo entender mejor”, y a tomar por saco toda una vida de clases extraescolares. A mí, que respondo los emails extranjeros con una sintaxis propia de Tarzán. A mí, que pronuncio de tal forma que el Príncipe Gitano perpetrando “In the ghetto” parece un locutor de la BBC a mi lado. Mi amigo Ingmar no sabe que hablo inglés muy por encima de mis posibilidades.

Escuelas de traducción hay muchas, pero la que tiene más predicamento en España es una que consiste en gritarle al guiri hasta que se queda sordo. En nuestra familia, la tía Fina era la traductora oficial; según ella, el alemán es facilísimo, es como el español pero chillao. Las traducciones libres de la tía Fina las padeció su cuñado: tras sus últimas vacaciones en Ferrol, el pobre Henry regresó a Bremerhaven con seis kilos de empanada, una lesión irrecuperable en el tímpano y la certeza de que los españoles éramos capaces de romper la barrera del sonido al hablar. La tía Fina sigue convencida de que sabe alemán.

Lo cierto es que nunca me preocupó demasiado no saber idiomas: si en España uno puede llegar a presidente del Gobierno sin pasar del “Nice to meet you”, yo, que sé contar hasta cien, no tengo techo. Pero ahora la clase política no es que no hable inglés o alemán, es que tampoco habla español. El sistema de traducción de la tía Fina no nos vale: por mucho que gritemos, ellos aplican el “no me chilles, que no te veo”. Y, cuando se deciden a dar explicaciones, no las entiendo. Sólo si traduzco “austeridad” por “miseria”, empiezo a pillar el hilo. Y así vamos, from lost to the river.