miércoles, 19 de diciembre de 2012

Pesadilla antes de Navidad


PUBLICADO EN LA VERDAD EL 18 DE DICIEMBRE DE 2012

Estoy vieja y llorona. Oigo los villancicos en Mercadona y se me saltan las lágrimas, pero cuando veo el precio del salmón ahumado entonces sí que lloro de verdad. Y sigo llorando cuando pienso lo que me espera estas Navidades: las cenas con la familia, el amigo invisible, las comidas con los compañeros, la función del colegio, los niños de San Ildefonso, el árbol, Papá Noel, que vienen los cuñados, que vuelven los amigos, las felicitaciones, que si quedamos para el aperitivo, los resúmenes del año, la Nochevieja, las compras de última hora, la tarjeta que echa humo, la cabalgata, los Reyes Magos y el sursum corda. “La tregua de las fiestas”, leo. ¿Tregua? Esto es la guerra, amigos.

La juerga aún no ha empezado y ya tengo pesadillas antes de Navidad: sueño con Naomi Watts diciendo “Mi encanta” mientras la arrastra una ola de turrón blando y un coro de cien botellas de cava semiseco canta la canción de Cortylandia. En el desayuno, mi hijo me da la carta para los Reyes Magos: es más larga que la guía telefónica. Añade un anexo con los regalos marcados en el catálogo de juguetes. “Para que no se equivoquen este año”, me dice. Las tira con bala, el tío. Y mi santo, feliz, remata: “Pues el 25 comemos todos en casa”. Eso, que donde caben tres caben treinta y uno. Me desmorono sobre las tostadas. Que me agobio por nada, dice. Que cortamos un poquico de jamón, abrimos unas latas y ya está. Claro que sí, hombre: ganas me dan de llamar a Alberto Chicote para que lo ponga en órbita. Tras soltar la bomba, se acaba el café y se va a montar el Belén, ese Belén de serie B donde el niño Jesús es más grande que los camellos, mientras tararea “Campana sobre campana”. Y lloro de nuevo por no haberme casado con un ateo radical y porque ni sacando los vasos de Nocilla tengo cristalería suficiente para tanta gente. Y me sueno los mocos y me voy a comprar palometa ahumada y a pedirle sillas a la vecina. Si ya lo dice mi suegra cuando llegan estas fechas: “Me acostaba ahora y me levantaba el 7 de enero”. Y yo. Pero seguro que si me duermo sueño que me ahogo dentro de una lata de melocotones en almíbar.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Pelillos a la mar


PUBLICADO EN LA VERDAD EL 11 DE DICIEMBRE DE 2012

Llevo un pelo criminal. Parece que la Sole me dio con el mechero, pero encendido, porque está quemadísimo gracias a las planchas del demonio, así que acudo a mi peluquero como si fuera la Virgen de Lourdes. “Córtame un dedico”, le digo, olvidándome con las prisas de que ellos miden un dedo pero en vertical, no en horizontal, que los peluqueros españoles parecen ingleses y nuestras unidades de medida nunca coinciden con las suyas. Al final me deja más pela que un haba.

El ratico de la peluquería da para mucho: mientras te cortan, alisan, cardan y tiñen, tú vas soltando por esa boca que si el crío, que si el trabajo, que si el marido, que si hazme algo que me lo pueda apañar yo en casa que estoy sin un duro y no puedo venir hasta el mes que viene. Y ellos de pie aguantando mecha. O creando drama: a un peluquero con ínfulas de estilista le pides que te eche unos reflejos en tu melena negra zahína y te deja como a Isabel Tocino. Y ya está la tragedia servida: ahora, a vivir como una rubia pepera hasta que se te caigan las mechas. Estos dramas peluqueriles los conocemos las mujeres desde siempre, y nos llevan a cambiar más de peluquero que de novio, pero, en cambio, los hombres muestran una fidelidad extraordinaria en este terreno: mi santo dejó de ir al suyo de toda la vida por causa mayor; que se murió el peluquero, vamos. Era de esa estirpe casi extinta de peluqueros futboleros que echaban un poquico de agua con un spray para cortar el pelo mientras criticaban la alineación del Efesé. Tras recuperarse de la pérdida, encontró al segundo y, desde entonces, le ha seguido por todas las peluquerías por las que ha pasado. “Es que me ha cogido el aire”, me dice, lo que equivale a que durante los últimos veinte años le ha cortado el pelo igual. Y él, tan feliz, leyendo la prensa sin abrir la boca mientras el otro le repasa las patillas. Yo a mi peluquero tampoco le cuento mucho, que una ya no se fía: miren a Rosa Benito, tantos años cardándole el pelo como una ola a Rocío Jurado y ahora cascándolo todo. Que me hago famosa de la noche a la mañana y sale el mío diciendo que si tengo canas. Y eso es mentira. 

jueves, 6 de diciembre de 2012

Donde viven los monstruos


PUBLICADO EL 4 DE DICIEMBRE DE 2012 EN LA VERDAD

Mi médico no me deja ver películas de miedo. Que soy hipersensible, me dice, y yo muerta y pená por ver “El resplandor”. Que soy altamente impresionable, me diagnostica, y me prohíbe que me acerque a “Funny games”. Pero lleva razón: las películas de miedo me dan eso, miedo, y cague, y giñe, y todos los términos escatológicos que ustedes quieran, así que siempre las he evitado por prescripción facultativa. Eso y los armarios entreabiertos, porque todo el mundo sabe que es ahí donde viven los monstruos. O al menos antes, porque ahora no, ahora viven en cualquier sitio: en las peluquerías de barrio con ínfulas donde te dejan como si te hubieran cortado el pelo con una motosierra, en los informativos (ya no hay noticia que no hiera nuestra sensibilidad), en los desinformativos (sí, mi médico también me prohibió ver la enésima reaparición postquirófano de Belén Esteban), en las redes sociales, en el móvil. Surge en internet una lista de teléfonos de famosos y todo bicho viviente se dedica a llamarlos. Monstruos aburridos llamando a monstruos televisivos. No es nuevo: Ruiz Mateos fue el precursor cuando puso el teléfono de Boyer en una página de contactos, pero ahora son 80 los afectados. Como dice Boris Izaguirre, esta lista de móviles ha originado un nuevo quién es quién de la celebridad nacional. A unos les ha dado un ataque de ansiedad por aparecer en ella, otros se han mosqueado porque no están. La famosa lista me ha llegado vía WhatsApp, y los nombres que contiene son de lo más heterogéneo; me pregunto en qué agenda esquizofrénica pueden convivir los números de la baronesa Thyssen y del padre de la Campanario. Y ya me contarán ustedes para qué quiero yo la lista, ¿para llamar a Falete y pedirle la receta del puchero? Prefiero el cocido de pava con pelotas.

El tema sería distinto si los teléfonos pertenecieran a políticos: si no escuchan las protestas de la gente en la calle, si ignoran las manifestaciones y siguen con las orejeras puestas, habrá que probar a masacrarlos con llamadas y mensajes hasta que les reviente el smartphone, que tener tienen. Pero claro, como somos tan listos, siempre es mejor llamar a Enrique del Pozo para pedirle que le cante el Cocoguagua al crío. Si es que es pa darnos con el teléfono en la cabeza.