PUBLICADO EL 27 DE DICIEMBRE EN LA VERDAD
Tengo el gafe con la Nochevieja. En la última noche del año siempre me han ocurrido toda una serie de catastróficas desdichas: desde los calamares rellenos que me sientan como un tiro hasta las uvas malignas que se me atragantan (una vez mi madre estuvo a punto de hacerme una traqueotomía con el cuchillo jamonero y un boli BIC), han sido varios los desastres que me han hecho empezar el año maltrecha en el sofá haciendo zapping por todos los especiales de Nochevieja, justo castigo por no haber seguido los consejos de Rappel, porque nunca he llevado ropa interior roja ni, por supuesto, tampoco le he echado un anillo de oro al cava; con mi historial hubiera acabado tragándomelo.
Pero como todo es susceptible de empeorar, ha empeorado: este año Isabel Pantoja, gafe reconocida mundialmente, dará las campanadas, por lo cual su mala calafá y la mía juntas pueden hacer que, efectivamente, 2012 sea el año del fin del mundo y no nos salve ni John Cusack. La única esperanza que me queda es que Vasile haya deshecho el maleficio con el poder sanador del millón de euros que le ha pagado a Pantoja tras fichar por Tele 5 (yo en eso sí que creo, que le tengo mucha fe a los cuartos: te dan un buen puñao y se te quita el mal de ojo). Y aquí estoy, debatiéndome entre las uvas de la ira de la Pantoja y las uvas en almíbar de Igartiburu. Mi suegra, que siempre ha sido una mujer valiente pero que ahora ya es una temeraria, dice que no me preocupe, que desafiando a todas las fuerzas negativas del universo nos vamos a tomar las uvas con Isabel, que contrarrestaremos la maldición trianera con un conxuro galego y que nosotras vemos a la Pantoja pase lo que pase (mi suegra sabe que Isabel se llevó a su hermano Agustín de personal shopper, por lo que espera ansiosa el desparrame estilístico). Pero, a pesar de todo, yo no lo tengo tan claro: seguro que, en cuanto den las doce campanadas, me van a pasar más desgracias que al Coyote. Así que si ven que empieza el año y no hay columna, vayan a visitarme al Hospital de Santa Lucía. Y llévenme una caja de Godiva y el ¡HOLA!, pero si sale Pantoja arranquen la página, que esta tía me remata en el hospital. Gracias anticipadas.