domingo, 21 de febrero de 2010

Mi abuela y los hombres.

O los jambos. O los payos. O los saragustines, o los satélites, o los nenicos. Mi abuela, cual Linneo, elaboró toda una tipología de hombres, aunque sus favoritos eran los jambos, los tíos altos y grandes, por los que mi abuela tenía pasión: una tarde llegó a casa mi amigo J. P. para probarme una copia de un modelo de Jesús del Pozo (acabo de darme cuenta de la coincidencia de las iniciales: no, evidentemente no fue Jesús del Pozo el que vino a casa). Mi abuela, que también había sido modista, asistió al espectáculo de un J. P. que se dejaba llevar por los espíritus de Balenciaga y Manolita Chen mientras me clavaba alfileres en una suerte de bondage adolescente. Ella observaba desde su mecedora y, cuando se fue, soltó: “¡Qué alto es el tío que llega hasta la lámpara! Pero tó lo que tiene de alto lo tiene de maricón”. Y se quedó tan pancha. Por cierto, el vestido quedó ideal pero a J.P. se le olvidó hacerle una raja a la falda: cuando empecé a caminar parecía la mezcla perfecta entre una geisha y Belén Esteban con tacones. Ideal.

Lo de mi Tata con mis amigos jambos era impresionante. Si venía P. M. con sus rocky (que ya estaban demodé en aquella época y P. M. los lucía sin ser consciente de su estilismo vintage), ella no paraba de darle golpecicos en los muslos y mientras me decía “¡Mira qué muslos tiene! ¡Muchacho, si parecen dos columnas!” Por lo visto estaba interesada en cruzarme con alguien de una raza genética superior para así mejorar nuestro árbol genealógico futuro. Le faltó abrirle la boca para verle la dentadura, aunque llevaba razón: si el culo de Lady Chatterley podía sostener el mundo, los muslos de P. M. podían aguantar dos sistemas solares. Y fue su afición por los jambos lo que marcó profundamente su ideología: evidentemente era monárquica porque los hombres de la Familia Real española medían casi dos metros; si en España hubiera reinado el emperador Akihito se hubiera hecho republicana.

En casa los gustos por los hombres estaban divididos: mi madre era fan de Rock Hudson mientras que a mí me gustaban James Dean y Montgomery Clift. Mi madre se mosqueba conmigo cada vez que los veía (“Hija, si son medio maricones” –como ven éramos políticamente muy incorrectas-). Ni les cuento el cachondeo que tuvimos cuando años después el pobre Rock Hudson confesó su homosexualidad. En cambio a mi Tata le gustaba Mel Gibson: recuerdo una portada de un dominical con un primer plano del actor. Ella lo cogió y empezó a repasarlo como si fuera una cirujana plástica: “¡Qué cejas tan bien perfilaicas! ¡Y qué nariz tan recta! ¡Y qué boca! Sí que está bien el jambo”. Supongo que hoy en día el único que nos hubiera puesto de acuerdo a las tres sería Hugh Jackman, el hombre conciliador: digan su nombre en un grupo de mujeres y jamás verán una disidencia.

Lo de Pedro Almodóvar ya lo saben; admiraba profundamente su pelazo y se quedó traspuesta cuando comprobó que sacaba en sus películas a su madre (“¡mira la tía vieja saliendo en el cine” decía). Mi madre también alucinó con Almodóvar. Durante años oyó por mi boca que era un director maravilloso, estupendo, modernísimo y tal, hasta que vio una peli suya (no recuerdo si fue Pepi, Lucy, Boom… o Laberinto de pasiones). En ese momento comenzó a pensar que su hija estaba realmente enferma, pensamiento que se agudizó cuando descubrió mi dibujo alegórico sobre la canción de Siniestro Total Todos los ahorcados mueren empalmados. A un paso estuve del electroshock.

Mi Tata era una mezcla de Herminia, la abuela de los Alcántara, y Ángela Channing. A ella y sólo a ella le contaba mis primeras y nefandas andanzas con los chiquillos. Y la muy cuca, para saber hasta dónde llegaban mis relaciones con ellos me decía “la vecina te ha visto dándote un beso con un nenico”, y hasta que yo no lloraba sangre jurándole y perjurándole que era mentira, no paraba. Cuando conoció a mi abuelo le mintió sobre su edad, ya que era mayor que él, y sostuvo la mentira durante toda su vida: ni les cuento lo que hubiera pensado sobre el romance de la Duquesa de Alba con Alfonso Díez (¿cuántos años tendría que quitarse la duquesa para ser menor que Alfonso?). Ella sí que hubiera escrito un buen blog.

lunes, 15 de febrero de 2010

Y entonces llegó él

Y entonces llegó él, y la ahora ministra y entonces presidenta se quedó loca, y todos en pie (yo no me levanté porque estaba calentica con la manta, si no me levanto también. No, otro año más no fui a la gala, ni me pregunten). De la Iglesia había prometido sorpresas, y vaya si las dio. Y el caso es que Buenafuente dejó caer una pista al comienzo de la gala, diciendo que si había venido Pedro... Pedro García, pero todos lo interpretaron como un chiste.

"Yo tenía mis peros", cuenta Almodóvar. Oculto para no destapar la sorpresa (tras la gala los miembros de la organización juraban y perjuraban que no sabían nada de lo de Pedro) estaba preocupado por si le daban el premio al mejor guión original y tenía que salir a recogerlo fastidiando la traca final. "Pedro, no te preocupes por eso porque no te lo van a dar", le decía Alex. "No me gustan las ceremonias", seguía argumentando Pedro. "Pero si dentro de tres semanas te vas a Hollywood a entregar un Óscar, que me estás contando". Pues eso, una alegría inmensa porque nadie se explicaba cómo el director que más ha hecho por internacionalizar el cine español estuviera fuera de la Academia. Llegó con su cuello alto (Candice Bergen se tapa las arrugas, él la papada) y su pelo blanco cardadísimo ("¡qué pelazo tiene el tío maricón!" decía mi abuela siempre que lo veía en televisión) y todos tan contentos. Ole.

Empieza la gala y los realizadores de TVE enfocan 4 veces seguidas, ¡4! a Javier Bardem y a Penélope Cruz uno al lado del otro en la primera fila (por lo visto el resto de los asistentes son figurantes). Pe ha entrado sola con su Versace vintage porque Javier lo ha hecho por otra puerta para no llegar juntos a la ceremonia ¿¿¡¡!!?? Ni les cuento cómo los van a poner, sobre todo después de que Bardem no hablara con los periodistas y Penélope sólo lo hiciera con TVE. Afilando los cuchillos que están. Y la gala bien, gracias. Mucho discurso en inglés, lo cual demuestra que nos estamos internacionalizando, mucho modelazo (con el toque alternativo de Óscar Jaenada con su smoking rosa de Dsquared2, que no se diga que no somos modelnos) y ninguna sorpresa en cuanto a las estatuillas: 8 Goyas Celda 211 y 7 Ágora, sobre todos los técnicos.

Y Alex de la Iglesia, por el que servidora siente debilidad (como cineasta, eh, aunque a mi abuela seguro que le encontraba algo; los comentarios de mi abuela sobre los tíos merecen un post aparte), con un magnífico discurso: por primera vez alguien pone el acento en la realidad del cine español y habla de humildad, de trabajo y de dejar de mirarse el ombligo. Terminó De La Iglesia con un "¡Fuerza y honor!". A ver si es verdad. De momento, lo que va prometiendo lo cumple, como lo de abrir la Academia a la gente: aunque no creo que sea suficiente el concurso telefónico que posibilitó que alguien ajeno al mundo del cine pudiera entregar un Goya, no es una mala política, sobre todo si puedes dar el premio al lado de Santi Millán (¡ay, Santi!). Si llego a saberlo fundo el teléfono.

Y en esta línea meses antes hizo un llamamiento a los internautas para que votaran sobre su presentador favorito para la gala, y entre los nombres manejados estaba el de Belén Esteban. Ganó Pocoyó (estupenda elección), por lo que ahora Belén podrá montar un pollo acerca de por qué no ha podido presentar los Goya. Pili y Mili, Karmelita y Belén juntas contra TVE. El ninguneo de Belén no tiene explicación, porque Belén no sólo presenta, sino que también baila; es lo que se llama una artista integral, como Concha Velasco: ¿o acaso no la vieron en MQB? ("¿el traje te lo ha diseñado la Campanario?" le dijo Jorge Javier ante lo feísimo del vestido). Seguro que la pobre se ha metido ahí para poder hacer el dúo con Secun de la Rosa, que se ha quedado delgadísimo, por cierto, y no le ha servido de nada. Pobretica. A lo mejor por tamaño desprecio los de "Sálvame" no hicieron un "Prémiame De Luxe" como el que se marcaron tras la primera edición de MQB. ¿Se imaginan? Marujita Díaz y Sonia Monroy como representantas del cine patrio y Mari Cielo Pajares, que estuvo en la gala (y yo en mi casa, madre mía qué injusticia tan grande) como enviada especial. Mila podía haber contado su rollo con Pepe Sacristán, Kiko haber comentado las películas nominadas y Benenito hablar, como madre y como pueblo, de las sagas familiares del cine español.

Momentos emocionantes: la entrega del Goya de Honor a Mercero, recogido por sus hijos, fue como una mini peli del galardonado, con humor y ternura a partes iguales. Contaba uno de ellos que tras acabar Verano Azul, un avispado productor le ofreció a Mercero rodar una película sobre la resurrección de Chanquete; Chanquete bajaría del cielo vestido de blanco y con unas alas. Mercero se negó, claro. Para que luego digan que no hay ideas en el cine español.

Cosas curiosas, como la entrega de Goya a la Actriz Revelación a Soledad Villamil, que lleva casi 20 años trabajando. O el peinado decimonónico de Vicky Peña (a ver si sale de cuerpo entero en alguna foto, porque el traje parecía ir a juego). O el tsunami que empapó a Buenafuente. Y el año que viene parece que no habrá más de lo mismo porque De la Iglesia promete un cambio en los Goya muy ambicioso que repercutirá a nivel social, afirmando que ésta es la última de la antigua versión de los Goya. Estaremos para verlo. Y mientras tanto lo dicho, Alex: fuerza y honor y buen cine.