miércoles, 24 de diciembre de 2014

Nuevas familias


PUBLICADO EL 23 DE DICIEMBRE DE 2014 EN LA VERDAD

Decía Guerra (adiós, Alfonso, hasta más ver) que a España no la iba a conocer ni la madre que la parió. Y llevaba razón: ni la madre, ni el padre, ni los abuelos, que aquí han cambiado hasta las Navidades. Si antes la Nochebuena era una película de López Vázquez con la familia nuclear cantando alrededor de una botella de Anís El Mono, ahora es una serie de Globomedia protagonizada por el amigo soltero, la sobrina con novio extranjero y la hermana divorciada y deprimida porque acaba de volver al mercado y se ha percatado de que sólo quedan restos de serie, desechos de tienta, el remate final de la pescadería. Ante el panorama, pienso en separarme y me entra la alferecía, que más vale santo conocido que diablo por conocer.

Claro que eso sólo nos pasa a los mortales anónimos, porque los holísticos tienen más facilidad para cambiar de pareja que de bragas: Genoveva Casanova ha celebrado varias Navidades con Cayetano de Alba, otra con el hijo de Vargas Llosa y la última con José María Michavila. Y a Alfonso Díez, al que aún no se le han secado las lágrimas que caían por su rostro recauchutado y viudo, una revista sueca ya lo relaciona con Doña Sofía. Normal: después de la Duquesa de Alba, o iba a por nuestra reina emérita o a por Isabel II de Inglaterra, que uno sólo se casa para mejorar.

Pero llega una cena de Navidad en la que los anónimos separados ya han rehecho su vida, que dicen los cursis. Y aparecen con su pareja recién estrenada. Y te das cuenta de que tienes un nuevo cuñao: ahora que estabas aprendiendo a soportar al antiguo gracias a un curso de control de ira por internet, van y te lo cambian. Y eso es la encarnación del mal, el doble mortal hacia atrás, el rizar el rizo del pelo de Bisbal. Por no hablar de las novias: miedo me da que mi heredero crezca y llegue cada Nochebuena con una tipa distinta y una caja de polvorones. Con la suerte que tengo, desfilarán por mi mesa todas las ex chonis de Paquirrín, que Dios castiga sin piedra ni palos. Pero, a pesar de ello, refunfuñando o sonriendo, tragando quina y langostinos, pondremos un cubierto más en la mesa para la novia choni, el nuevo cuñao o el ligue extranjero, porque no hay nada más lindo que la familia unida. Aunque sólo sea por una noche. Feliz Navidad. 

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Colegas


PUBLICADO EL MARTES 16 DE DICIEMBRE DE 2014 EN LA VERDAD

Servidora es morena, celulítica y misántropa; tan sociable como Fernando Fernán Gómez un día de resaca, tan solidaria con los demás como Carmen Lomana con los pobres. Vivo en una casa en lugar de en un piso para no asistir a las reuniones de las asociaciones de vecinos, jamás me he afiliado a nada, no voto, no me manifiesto, no colaboro con ninguna ONG y tengo la misma necesidad de pertenecer a un colectivo que de meterme cerillas debajo de las uñas. Nunca he practicado deportes de equipo (bueno, nunca he practicado ningún deporte), escribo porque puedo hacerlo sola y el día que se inventó el e-mail y ya no tuve que hablar con nadie por teléfono fue el más feliz de mi vida. Soy la fábula de la rana y el escorpión hecha señora de provincias. Qué quieren, es mi carácter.

En “La bola de cristal”, el único programa donde a los críos los han tratado como a adultos y no como a enanos descerebrados, metían cortinillas con mensajes: mientras desayunábamos los sábados por la mañana galletas María con Cola-Cao, nos soltaban un “Solo no puedo, con amigos sí” entre Kiko Veneno haciendo de Frankestein  y Santiago Auserón antes de ponerse tonto con el son cubano. Pero exceptuando a la Bruja Avería gritando “Viva el mal, viva el capital”, que a punto estuvo de convencerme de que me afiliara a las juventudes del PCE (aunque luego me quedé en anarquista burguesa, lo único que te permite ser progre y comer jamón de pata negra sin que la conciencia social te atormente), ninguno de esos anuncios hizo mella en mí.

Curiosamente, hace poco empecé a darme cuenta de que Lolo Rico tenía razón. Que sola no puedo, pero con amigos sí. Que los necesito para muchas cosas, y no sólo para que me ayuden a pintarme las uñas de la mano derecha. Que tengo viejos amigos que siguen al pie del cañón; que he hecho nuevos amigos cuando pensaba que ya no iba a anotar más números en la agenda del móvil. Que los amigos son la familia que tú eliges. Que los amigos de mis amigas no son mis amigos (servidora es incapaz de levantarle el novio a nadie), pero mis amigos sí que lo son. Y que, en el fondo, soy más permeable de lo que creía, más dependiente de lo que pensaba y más rana que escorpión.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Honestidad brutal


Si alguien afirma “No me gusta Kubrick” en una mesa donde el más tonto es capaz de recitar del tirón la filmografía de Lars Von Trier en danés, se monta un tangana mayor que si sueltas en un “Sálvame De Luxe” que no conoces a Paqui La Coles. Es un acto valiente, suicida o inconsciente. Es algo tan punki como escupirle un Ferrero Rocher a la cara a Isabel Preysler, como decirle a Carlos Boyero que Almodóvar es el mejor director del mundo, como tirarte un pedo metrallético, tremebúndico y terremótico en la cena de Porcelanosa.

Pero a veces hay que desabrocharse el botón de los vaqueros y desparramarse: tras tanto años de postureo, un poco de desmelene no viene mal. Asumir que odias el cine asiático, que te pone Terelu o que bailas por Kamela en la soledad de tu casa es el primer paso para reconciliarse con uno mismo; admitir los placeres culpables es la mejor forma para que dejen de serlos. Pero si entre ser sincero con uno mismo y machacarse hay un paso, entre decir la verdad a los demás y utilizarla como un Kalashnikov, hay medio. La poesía es un arma cargada de futuro, pero la verdad es un arma cargada de dinamita que los sádicos utilizan a placer, disfrazando de honestidad brutal la crueldad intolerable. En un equilibrio tan frágil como en el que nos movemos, las pequeñas mentiras sin importancia nos permiten aguantar días de tedio, de angustia, de nervios, de dolor o de tristeza. Nos permiten aguantar la vida. Que se lo digan a Sterling Hayden en Johnny Guitar. O que me lo digan a mí cuando me comentan que salgo bien en las fotos.

Eso sí, hay gente que tiene arte hasta para tirar con bala: Rossini fue invitado a cenar a casa de una señora muy distinguida, pero conocida por servir minúsculas raciones a sus invitados, tan minúsculas que se quedaban con hambre. Al llegar la hora de la despedida, la dueña de la casa le expresó al compositor su deseo de volver a cenar con él lo más pronto posible, a lo que Rossini, respondió: "Por mi, señora, ahora mismo, si no le importa". Claro que, después de escribir con veintitrés años y en menos de quince días “El Barbero de Sevilla”, te lo puedes permitir todo. Hasta decir la verdad.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Tímidos


Decía Samuel Johnson que la causa más frecuente de la timidez es una opinión excesiva de nuestra propia importancia. Según esa afirmación, debo de creerme la reina del Chantecler, que servidora es de timidez intrínseca y de sonrojo rápido. Por eso me echo un trago al coleto para enfrentarme a las relaciones sociales, que ni les cuento cómo lo paso cuando me toca relacionarme con gente a la que no conozco o, lo que es peor aún, a la que admiro: lingotazo mediante, salto del balbuceo inicial con parálisis facial a ponerme en un modo fan que ni Juanito el Golosina con la Faraona o la Bollo con la Pantoja.

Eso sí, no llego al extremo de Patty y Selma Bouvier con MacGyver, que todavía no me ha dado por secuestrar a nadie, ni tampoco por guardar cacas ajenas, que si el oro siempre es oro, la caca siempre es mierda. También evito comportarme como las señoras que le dicen al famoso “Soy muy ídola tuya” mientras le aplastan las mejillas entre las manos y le dan besos ruidosos, o como las que se hacen selfies con celebridades (para qué, si aunque me fotografíe al lado del feo de los Calatrava siempre salgo horrorosa), y procuro no disfrazar mi desmedida ambición de humilde admiración, al estilo de Eve Harrington en “Eva al desnudo”. La pena es que no bebo con tanta clase como Margo Channing, que se toma un martini de un trago y suelta cuchillas de afeitar en lugar de frases. Pero lamentablemente la vida no tiene diálogos tan brillantes, así que los tímidos pasados de rosca que no sabemos beber nos convertimos en adolescentes azorados y atolondrados, en incontinentes verbales que intentamos cubrir nuestra vergüenza con comentarios absurdos y torpes. A nuestro lado, José Luis López Vázquez doblando la bisagra y diciendo “Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo” es el colmo de la dignidad.

Lo único que me consuela es que dicen que los tímidos perciben el mundo de una manera diferente y muestran una actividad cerebral más intensa ante ciertos estímulos. Si a esto añadimos que recientemente se ha descubierto que las mujeres con culo gordo son más inteligentes que las culo carpeta, tengo que ser listísima. Claro, que la teoría del culo gordo cae por su propio cuando pienso en Kim Kardashian. Pero esa tímida, lo que se dice tímida, no es. Seguro.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Liberación capilar


PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 25 DE NOVIEMBRE DE 2014

No hay esclavitud más grande que la de retocarse las raíces, ni pena más dura que la de intentar domar un pelo crespo. Que me lo digan a mí, que lucho contra mis ondas más que las de Femen contra el patriarcado: ya podían ir las compañeras a la puerta de Llongueras para manifestarse a favor de la Liberación Capilar, que aquí una no se emancipa de verdad hasta que no se deja las crines al aire. A los hechos me remito: la Duquesa de Alba se hizo anarco aristócrata cuando pasó de alisarse el pelo a dejárselo a lo loco, a lo peluca del payaso de Micolor en versión albina, y Lolita se deshizo de su personaje rancio al dejarse la pelambre a todo lo que daba la mata, luciendo con orgullo el poderío melenístico de las Flores. Yo aspiro a tener suficiente personalidad como para deshacerme del yugo del patriarcado capilar y convertirme en una de esas sesentonas que abandonan el tinte y lo apuestan todo al blanco y al pelo corto, aunque se me ponga pinta de catalana cultureta.

Las mujeres se liberan cuando se sienten dueñas de sí mismas, de su vida, de su aspecto. Dice Caitlin Moran: “¿Tiene usted una vagina?¿Quiere hacerse cargo de esta? Cuando la respuesta a ambas preguntas es “Sí”, felicitaciones, ¡es usted una feminista!”. Pues debo ser una feminista de primera, porque yo quiero hacerme cargo de mi vagina y de todo lo demás. Y algunos hombres también deberían hacerse cargo de su picha, que se piensan que tiene vida propia y que no pueden controlarla: miren lo que le pasó a la de Monago, que se desnortó y acabó en Tenerife, volando a nuestra costa. El pobre Monago, que ha declarado que lo único que ha hecho es vivir en la carretera, como Miguel Ríos, se ha visto puesto en cuestión por no poder dominar a sus monaguillos. Así les luce el pelo a algunos, aunque sean calvos.

Y ahora les dejo, que tengo hora en la peluquería. Sí, qué quieren: de mi vagina me hice cargo hace muchos años, pero mis ondas no hay manera de domesticarlas. Probaré con la keratina, que ha hecho más por la emancipación de la mujer que la píldora anticonceptiva. A ver si así me libero, que si me dejo el pelo blanco y me lo corto, en vez de Rosa Palo voy a parecer Rosa Tous.