PUBLICADO EL MARTES 14 DE NOVIEMBRE DE 2017 EN LA VERDAD
Usted y yo lo sabemos: tener sentido del ridículo y salir a
cantar en un karaoke son conceptos antitéticos. Tanto como Paquirrín y la
elegancia en el vestir. O como Falete y las acelgas hervidas. Pero, en cuanto
llevamos tres gintonics en el cuerpo, nos olvidamos de la vergüenza y nos creemos
capaces de cantar por Nino Bravo, aunque éste se revuelva en su tumba. Si no es
por la influencia del alcohol, no se explica que gente con poquita voz pero desagradable
se lance a cantar como si estuviera en la final de Operación Triunfo.
Un karaoke es un submundo donde la gente aguanta
que le machaquen no sólo los oídos, sino también los ojos: los videos de las
canciones están hechos a base de unos bancos de imágenes de los noventa que
redefinen el kitsch y que convierten las películas de Pajares y Esteso en un
prodigio de dirección técnica y artística. Pero, y al margen de las torturas
varias infligidas al respetable, la observación sociológica que permite el
karaoke es superior a las dinámicas de grupo, al test de Rorschach, al que le
hacen a los replicantes de "Blade Runner" y al polígrafo de Conchita:
el karaoke es la mejor forma de ver la personalidad del individuo y su relación
con el entorno. Indefectiblemente, siempre nos vamos a encontrar con las amigas
que suben al escenario en rebaño dispuestas a destrozar a Abba como si Suecia nos
hubiera declarado la guerra, con el que canta un tema de un grupo modernito que
sólo conoce él y que amodorra al respetable (que esto no es el FIB, sino la
OTI), con la que grita como una gataperra trastornada porque confunde la entrega
vocal con una posesión infernal, con el compañero de oficina que te roba los
bolis y acaba sacando a la locaza que lleva dentro a ritmo de Raffaella, y con
el que se tira a cantar en inglés con acento de Chiquitistán. Y luego está el
que llega, coge el micro con más profesionalidad que Arguiñano los cuchillos y
se planta en el escenario dispuesto a honrar a la Jurado, a Raphael o a Camilo
Sesto. Y lo borda. Porque un karaoke es el hábitat natural de los bendecidos
con un chorro de voz. Para ellos, siempre es su gran noche. Para el resto de
los mortales, es la noche de Walpurgis. Poco nos pasa.
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