miércoles, 15 de mayo de 2019

UN MOMENTO DE DESCANSO

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 14 DE MAYO DE 2019

Estamos todas muy contentas. Las mortalas, digo. Las humanas, especifico. Total, porque hemos visto a Isabel Preysler en el AVE con la boca abierta, el hilillo de baba colgando y la cabeza apoyada en la ventanilla. Parece que nos contentamos con poco, pero es que es más fácil toparse de morros con el Yeti que pillar a Preysler en un renuncio, que Preysler siempre aparece preparada, lista, presta. ¿Para qué? Pues para cualquier cosa que implique dinero y lujerío: ir a la fiesta en casa del embajador, asistir a la inauguración de un restaurante postinero, comprarse unos pendientes de diamantes en la joyería Rabat o lucir un vestido de noche. Por eso, encontrársela dando una cabezada la humaniza, la convierte en una de las nuestras. O en algo parecido.

Preysler se hizo carne (poca, que está escuálida la tía), habitó entre nosotros y nos dieron ganas de echarle una mantita por encima. De vicuña, eso sí. Preysler frita nos ha demostrado que los ricos también roncan. Y que todos necesitamos un momento de descanso. Aflojar el rictus y el cinturón, quitarnos los zapatos, cerrar los ojos, parar, abandonarnos, derrumbarnos, rendirnos. A veces, la única manera de sobrevivir a un día completo es morirse un poco a la mitad. Resucitas y ves que nada ha cambiado; te quitas las legañas y vuelves a la lucha o a la desidia, a una agenda apretada o a pensar en qué ocupar el tiempo que te queda hasta que llegue la noche y te derrumbes de nuevo. Pero, a diferencia del sueño nocturno, que tantas veces se nos resiste, el sueño durante el día es un sueño no buscado, es un sueño inevitable, que te asalta en el asiento del tren o en el sofá de tu casa, un sueño vertical, dulce y ligero, superficial, interrumpido de forma abrupta por los avisos de próxima estación o por el cambio de canal en la televisión. Es un quedarse traspuesto intermitentemente.

Pero esto de Preysler es un espejismo: Preysler abrirá un ojo, se atusará un poquito el pelo, se arreglará los faldones de la camisa y estará, de nuevo, tan pichi. Bajará del tren como una semidiosa, volverá a su cielo alicatado hasta el techo por azulejos de Porcelanosa, y ni siquiera tendrá la boca patosa. El resto de las mortalas, en cambio, nos despertamos como si viniéramos de las trincheras. Así nos va.



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