PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 7 DE MAYO DE 2019
Lo que es la vida. O, mejor dicho, lo que es la muerte: había empezado esta columna tecleando sobre la foto que le han hecho a Isabel Preysler traspuesta en el tren cuando me he enterado del fallecimiento de Pitita. Y, en el mundo de las señoras requetebién, todavía hay clases, que cuando Preysler apareció, Pitita ya estaba allí. Así que paren las rotativas.
Pitita era tan conocida que no necesitaba apellidos, ni siquiera nombre, ante el asombro de José María Pemán ("¿Por qué te llaman Pitita si tu nombre es Esperanza que es palabra tan bonita?", le dijo). Pitita lo mismo aparecía en una película de Fellini, que era amiga de Imelda Marcos, que coincidía con Isabel II en casa del maharajá de Jaipur, que veía a la Virgen. También es verdad que esto último pudiera deberse a una intoxicación por clorofluorocarbonos, que para eso era presidenta honorífica del LACA, la Liga de Amantes del Cardado Atómico. Porque Pitita elevó al cardado a los altares, lo hizo bandera y seña de identidad, lo convirtió en el peinado indispensable de las señoras requetebién. Y ser una señora requetebién no es sólo una estética, sino también una ética: es mantener el cardado intacto ante cualquier situación, es un vive y deja vivir, es ser capaz de no sorprenderte por nada aunque tus cejas permanentemente enarcadas y pintadas con un lápiz marrón digan lo contrario: ante la frustración de Warhol, Pitita ni siquiera se inmutó cuando fue a entrevistarlo y el artista la recibió con todos los muebles, adornos y lámparas de la habitación del hotel tirados por el suelo, una puesta en escena que había preparado para epatarla. Pero Pitita estaba acostumbrada a todo, y todo lo contemplaba desde la distancia porque nada la turbaba ni nada la espantaba.
Era esa aparente y loca duplicidad entre lo místico y lo mundano la que le permitía montar fiestas de traca y rezar la misma noche antes de acostarte, la que la habilitaba para dar titulares más grandes que las perlas de sus collares y para decir lo que se le pasara por la cabeza con el único filtro de la buena educación: Pitita era capaz de anunciarla llegada del Apocalipsis mientras te invitaba a un té con pastas sin que se le moviera un pelo. Yo hoy, en su honor, me lo voy a cardar. Aunque me cargue media capa de ozono.
1 comentario:
Siempre pensé que hubiera sido interesante ver qué hubiera sucedido si Walt Disney la hubiera conocido, pues Pitita tenía la apariencia de algunos de sus personajes (busque a la madrastra de Cenicienta en Google, por ejemplo).
Pitita tuvo una vida interesante y abundante. Y eso es lo que le deseo a usted.
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