miércoles, 20 de junio de 2018

MUNDIAL

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 19 DE JUNIO DE 2018
Esto ya no es lo que era. El Mundial, digo. Nada que ver, ni por asomo. Ya no hay discusiones en casa porque el heteropatriarcado futbolero quiera ver un Perú-Dinamarca un sábado por la mañana, que la minoría oprimida se prepara unas tostadas con tomate, se coge la tablet para ver una serie y aquí paz y después gloria. Tampoco hay alegrías compartidas con el barrio, ni decepciones vividas en comunidad: desde que cerramos las ventanas y ponemos el aire acondicionado, junio ha dejado de ser un patio de vecinos donde se mezclaban los goles con los olores para convertirse en un mes de módulos estancos. Y, este año, ni siquiera nos asombran los peinados de los jugadores: lo de Neymar al lado del sobaco que se hizo Ronaldo en la cabeza en el 2002 es una cosa de primero de Marco Aldany. Lo hemos visto casi todo, ya.
Lo único bueno de este mundial son los insultos de los argentinos hacia su selección. A partir del "cementerio de canelones" que le soltaron a Higuaín y que inauguró un nuevo movimiento literario, los argentinos han hecho unas filigranas lingüísticas que ni Borges puesto de anís: a Messi lo llaman "tatuaje de cromos de Bollycao"; la calva de Sampaoli es un "tobogán de piojos", una "cabeza de rodilla" o un "flequillo de carne", y el fiasco frente a la selección islandesa se ha resumido en "nos han empatado once tíos que sólo comen Licor del Polo". Los argentinos ofenden con el mismo fervor con el que viven el fútbol,demostrando que siguen siendo políticamente incorrectos, verborreicos, exagerados, superlativos y faltones. Para los argentinos, más es poco. Benditos sean. Ellos y los coreanos: el entrenador de la selección de Corea del Sur cambió deliberadamente los números en las camisetas de sus jugadores en los partidos amistosos para confundir a sus rivales porque los occidentales no distinguen a los asiáticos. Cierto: para la mayoría de nosotros, es lo mismo un chino que un coreano que un japonés que un vietnamita. O Albert Rivera que Pablo Casado. Mientras, Rajoy se ha largado justo a tiempo para comprarse un plasma y ver el mundial tranquilo en su casa. "El tipo puede cambiar de cara, de casa, de familia, de novia, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar: no puede cambiar de pasión”, decía uno de los personajes de "El secreto de sus ojos".  Pues eso. 

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