miércoles, 6 de junio de 2018

EL BAR

PUBLICADO EL MARTES 5 DE JUNIO EN LA VERDAD
Tener un bar de referencia es importante. Tanto como tener un periódico de cabecera, un médico de confianza o una buena sartén para hacer tortillas. Un bar en el que entras por la puerta y el camarero ya te está marchando el café y las tostadas con tomate mientras te saluda por tu nombre. Un bar donde acodarte en la barra con la misma tranquilidad con la que te desparramas en el sofá de tu casa. Un bar por el que, antes o después, aparecerá uno de los nuestros. Un bar en el que encontrar refugio mientras esperas a que amaine la tormenta. Definitivamente, una tiene espíritu de cliente habitual.
Que Rajoy se pasara la tarde de la moción de censura metido en uno de sus restaurantes favoritos es normal: era su última comida como presidente, así que estiró la sobremesa todo lo que pudo, que entró de día y salió de noche. Porque liarse es fácil: pon otra ronda de chupitos, y ya que estamos nos tomamos aquí las copas, que para qué vamos a ir a otro sitio, y sácate unas almendras y algo de picar, jefe, que mira que hora se nos ha hecho, y así nos vamos cenaos. Rajoy sabe que no hay como el calor del amor en un bar, y por eso se quedó allí, recibiendo el cariño de sus colegas y de los camareros, lamentándose por los paraísos perdidos. Rajoy sabe que en un bar no te puede pasar nada malo, y por eso se quedó allí, protegido, a salvo, tranquilo, aislado del espacio exterior, de vuelta al útero materno con el vino como líquido amniótico. Pero la verdad estaba ahí fuera, esperándole en forma de señor con pinta de cenar quinoa con brócoli y de ir a bares modernitos, asépticos, blancos, de esos que parecen un quirófano y donde lo mismo te sirven un batido detox que un capuccino con leche de soja que una cerveza artesanal que un gin tonic con cosas. Rajoy no pudo escapar de su destino, como tampoco pudo escapar de un resacón de primera después de pasarse el día anterior trasegando güisquitos. Yo hacía lo mismo durante la carrera cuando sabía que no tenía posibilidades con una asignatura: me saltaba la clase y me iba al bar de la facultad a tomar cañas y a hacer clavelitos con servilletas de papel. Y tampoco pude escapar de que me suspendieran. 

No hay comentarios: