lunes, 22 de agosto de 2016

GASOLINA

Carburante para perrear

En el verano de 2005 una desconocida afirma que le gusta la gasolina, se celebra el primer matrimonio gay en España y Letizia pasea el embarazo de Leonor

Agosto de 2005. Nuestro primer verano como padres y ya me estoy arrepintiendo de no haberme ligado las trompas: yo, que me pasaba los veranos hecha una chiringuitera y que bajaba a la playa con un cigarrillo en la mano por todo complemento, ahora salgo menos que la señorita Rottenmeier y bajo a bañarme como si abandonara el Palacio de Invierno, que para darnos un chapuzón tenemos que cargar con la silleta, la sombrilla, la balsita, los pañales, tres toallas, una muda, el biberón de agua, la pera a trocitos, el factor de protección y el flotador. Me dan ganas de llorar. Pero no, no lloro, que para eso ya está mi hijo: cuando intento que duerma a su hora, el susodicho manifiesta su total desacuerdo con la unilateralidad de la medida berreando como si le estuvieran arrancando las uñas de los pies. La vecina llama a la puerta y me pregunta los apellidos del crío. Que le va a quitar el mal de ojo, dice, que por eso llora tanto. Me quedo mirándola de arriba abajo mientras decido si le meto con el mechero o le comento algo acerca del ruido que hacen ellos jugando a la brisca hasta las dos de la mañana. Opto por el silencio; mi hijo no, que sigue llorando. Y el llanto aumenta cuando, desde el Club Náutico, llega a todo volumen la canción de la Gasolina, que a ella le gusta la gasolina, que cómo le gusta la gasolina, que dame más gasolina. Daddy Yankee se llama el terrorista musical. Acaban de entrar en nuestra cultura las gorras de cabecicono, los cadenones de oro, las tías en bikini y la perrea, ese ritual de cortejo tan sutil que consiste en que te restrieguen la cebolleta por el bullarengue. Paquirrín ve el video en los 40 Principales y tiene una revelación: el reggaetón es el camino, la verdad y la vida. Si Saulo se cae del caballo y se convierte en Pablo, Paquirrín se cae del sofá y se convierte en Dj Kiko. Dice un estudio reciente que los que escuchan reggaetón son un 20% más tontos que los que escuchan rock o música clásica. No dicen nada acerca de los que componen reggaetón. Esos deben de ser un 60% más tontos, tirando por lo bajo.

Lo cierto es que 2005, año en el que el reggaetón llegó a nuestras vidas (y se quedó por siempre jamás, para felicidad de tronistas, viceversos y forocoches), empezó de una forma extraña, que en enero pasó de todo en nuestra región: nevó en Cabo de Palos y La Manga, hubo un fuerte terremoto en Lorca y Bullas y el Ministerio del Interior dejó tirados en el aeropuerto de San Javier a veinte inmigrantes subsaharianos procedentes del centro de internamiento de Fuerteventura. Pero si el comienzo fue desconcertante, el final del año fue raro, raro, raro: en diciembre murió Papuchi, padre de todos los españoles, ginecólogo (¿qué iba a ser si no?) y picha brava, que nos dejó como legado varias frases para estampar en camisetas, un hijo póstumo y un lío familiar donde los sobrinos son treinta años mayores que los tíos. Entre tanto, en primavera muere el Papa Juan Pablo II Te Quiere Todo El Mundo y lo sucede Benedicto XVI, al que no quería casi nadie, y en mitad de las exequias por el pontífice fallece Rainiero III, que no nos pudimos quitar la mantilla negra en una semana: el pobre Rainiero, eso sí, se ahorró de ver a su heredero con dos hijos bastardos, a su nieto Andrea casándose de penalti, a su nieta Carlota convertida en madre soltera, a su nieta Paulina en topless, a su hija Estefanía con falta de tinte, a su hija Carolina separada de Ernesto de Hannover y a Ernesto de Hannover pedo (y a Ernesto de Hannover dándole paraguazos a los periodistas, y a Ernesto de Hannover haciendo pipí en la calle).

Otro pipi, éste sin acento, se lía con Terelu. Pipi acabará contando sus encuentros sexuales en Interviú, y a Terelu le dará un terele. Es lo que tiene salir con un tipo con ese apodo. Nos solidarizamos con la Campos como lo hicimos con Chenoa cuando la vimos aquel abril en chándal gris, con la cara lavada por las lágrimas y el pelo sucio, llorando por el Bisbal perdido.

Pero no todo iban a ser desgracias y desastres amorosos: Letizia se queda embarazada de la princesa Leonor, nace Irene Urdangarín de Borbón y Carlos y Camila se casan. Camila hizo suya una frase que leí en Twitter: “Quédate con el que sepa comprar tus tampones en el súper, que comprar chocolate saben todos”. Camila no sólo se quedó con el que sabía comprar sus tampones, sino con el que quería ser uno de ellos. Y la gente siguió casándose: en julio se celebró el primer matrimonio gay en España. A pesar de que Fran Lebowitz ironizaba sobre el matrimonio afirmando que si lo bueno de ser gay era no casarse cómo es posible que quieran entrar en una de las instituciones más limitantes que existen, me alegra que todos tengamos el mismo derecho a jorobarnos la vida casándonos, especialmente porque acabaría asistiendo a dos bodas gays, maravillosas, mucho mejores que las bodas heterosexualas, dónde va a parar. La pena es que aquel año no asistí a la de Farruquito, pero tuve que ser la única: más de mil personas se colaron en el convite, se metieron en la cocina e interceptaron a los camareros, haciendo una línea Maginot que los invitados de postín no podían cruzar. Farruquito de blanco nuclear con la manicura francesa y la novia de Barbie Princesa del Polígono sólo fueron superados por la boda de Genoveva Casanova y Cayetano Martínez de Irujo, ella de pastel de chantilly, él de soldadito de plomo. Al final, la curiosidad antropológica y estilística con la que se mira una boda gitana o una pija es la misma. Y el desorine, también.

Pero pasó el amor, como pasó aquel verano gasolinero del 2005: Cayetano y Genoveva acabaron separándose, Chenoa siguió soltera, Dj Kiko perpetró “Quítate el top”, Benedicto XVI se retiró después de colocarse todos los gorros que encontró en el Vaticano y mi hijo el poseído dejó de llorar, convirtiéndose en un medio hombre que ya va solo a bañarse. Y ahora que puedo volver a bajar a la playa como antes, con un cigarrillo en la mano por todo complemento, veo el Mar Menor enmierdado y se me quitan las ganas. Dame más gasolina, sí, pero para prenderle fuego a unos cuantos.



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