lunes, 1 de agosto de 2016

ESCUELA DE CALOR

Los ochenta fueron nuestros
La selección española de baloncesto consigue la plata en Los Ángeles 84 mientras bailamos al ritmo de Radio Futura

Escribe Renata Adler que la única vez que llevó un diario, todo lo que contaba en él era mentira. Yo nunca he llevado un diario, pero si lo llevara también mentiría. Al menos durante la época de los ochenta porque, por culpa del revival permanente en el que andamos, todos los recuerdos que tengo de ella son implantados, como los de Sean Young en “Blade Runner”: nunca estuve en Rock-Ola ni en el Penta, no vi a los Smiths en la Plaza de Camoens, no asistí a la inauguración de la exposición de Warhol en la galería de Fernando Vijande, no me pintaron los Costus, nunca conocí a Ceesepe ni a Ouka Lele. Los ochenta fueron de ellos, que no míos, porque todo aquello lo viví  a través de otros, en diferido, a lo Bárcenas, leyendo “La Luna de Madrid” (nunca un nombre fue tan bien puesto, porque para mí Madrid estaba tan lejos -o más- que la Luna), oyendo la radio, viendo “La edad de oro”, traficando con cintas de cassette grabadas de Radio 3. No hay nada más duro que ser moderna periférica. Y no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió, que canta Sabina. Pues eso.

Lo que sí sucedió (y eso es un recuerdo verdadero) es que Radio Futura lo petó en 1984 con “Escuela de Calor”, y servidora lo bailaba con los pies junticos, sin salirse de la losa, en una especie de chotis posmoderno. Aquel año los madrileños le quitaron a Giorgie Dann el título de “canción del verano” (primer aviso de que la movida acabaría haciéndose mainstream, a Alaska me remito), y los jóvenes y las jóvenas nos enamorábamos de Santiago Auserón (y nos preguntábamos cómo Santiago podía ser tan guapo y su hermano Luis tan feo). Hoy, cuando Auserón vuelve a tocar en directo, muchos van a verlo esperando que interprete sus temas ochenteros, y se quedan clavados al suelo cuando empieza con el son cubano. Nuestra memoria se ha quedado anclada en las canciones que nos hicieron felices, y es difícil dejar entrar a una nueva felicidad, pero aún nos queda el reflejo: por eso, cuando vamos al concierto de un grupo moderni y no nos sabemos ni un tema, ponemos el automático moviendo un poco la pierna e intentando pillar algo de estribillo. Y es entonces, y sólo entonces, al sentirnos fuera de lugar y sin querer reconocer que nos estamos aburriendo un poco, cuando nos damos cuenta de que nos hemos convertido en nuestros padres. 

Y eso también lo saben los que dirigen el cotarro: los que influyen hoy en los ámbitos de la comunicación son cuarentones (como nosotros) y consumidores compulsivos (como nosotros también), así que se reestrena “La historia interminable” y se hace una nueva versión de “Los Cazafantasmas” (ambas de 1984), nos volvemos locos con “Ochéntame otra vez”, compartimos en las redes nuestros recuerdos de EGB, compramos Madelman que no dejamos a nuestros hijos sacar de las cajas, suenan los Thompson Twins en “Historias corrientes”, los grupos tributo hacen el agosto y los grupos originales se vuelven a juntar para cantar sus canciones de siempre. Esto es un negocio, brother, el de embellecer la nostalgia pasándola por un filtro de Instagram.

Pero en su momento vivimos 1984 con intensidad adolescente, comprobando con alivio que aquello no era lo que nos había contado Orwell en su novela, aunque el combo Thatcher-Reagan, la reconversión industrial que sufrimos y Felipe González convenciéndonos para permanecer en la OTAN se le parecía bastante. Mientras, en Murcia llegaba por primera vez una mujer a la presidencia de una comunidad autónoma: María Antonia Martínez fue nuestra Hillary particular con acento de Molina de Segura. Ella juraba su cargo y nosotros, autonómicos y con nuestra propia movida a cuestas, escuchábamos a Farmacia de Guardia y a Azul y Negro, que en esta región variopinta lo mismo estábamos a la vanguardia del techno pop a tope con la laca y la raya en el ojo que le dábamos a la cazadora de cuero y a las Voll-Damm. O a la Coca-Cola: aquel verano nos hicieron falta muchas para permanecer despiertos frente al televisor viendo las olimpiadas de Los Ángeles y, a pesar del boicot del bloque soviético, para nosotros fueron la pera limonera: a las 4 de la mañana del 10 de agosto, la selección española de baloncesto conseguía la plata frente a EE.UU. (o frente a Marte, porque Patrick Ewing, Abdul-Jabbar y Michael Jordan parecían de otro planeta). Pero, aún perdiendo, ganamos: Epi, Corbalán, Fernando Martín y Romay nos quitaron de golpe y para siempre el complejo de ser unos señores bajitos con bigote. Nunca quisimos tanto al baloncesto como en aquella época, y nunca tantos posters de la selección se alternaron en las paredes de los chavales con los de Samantha Fox, representanta ilustre junto con Sabrina Salerno del teta-pop. La Fox había calentado el ambiente en julio saliendo en “Interviú”, y Cayetana Alba lo había enfriado apareciendo en bolas en “Indiscreta” (el único que tendría el poster de la Duquesa de Alba en la habitación por aquella época sería Alfonso Díez).

Tita Cervera
, en plena metamorfosis baronística, había cambiado el “Interviú” por el “¡Hola!”, donde anunciaba que se casaría con el barón Thyssen en cuanto obtuviera el divorcio de su última esposa: a la Tita Cervera de toalla en la cabeza sólo le faltaba un año para convertirse en la Carmen Thyssen de esmeraldas como cabezas de ajo al cuello. Pero si los futuros barones pasaban su último verano de solteros, Pantoja y Paquirri pasaban su último verano de casados: en septiembre el torero moriría en Pozoblanco. Y comenzó el mito, y Cantora se convirtió en Manderley, y la Isabel enamorada y pizpireta mutó en viuda de España. Luego vendrían las empanadillas de Encarna, la sombra de los pinos, el alcalde con el pantalón por los sobacos, el sitio que nunca se nombra, los hijos descarriados y el hermano carcelero. Y esa, que parece otra historia, es también la nuestra, porque los últimos treinta y dos años de este país se pueden explicar a través de la vida de Pantoja. Si alguna vez sale del frenopático en el que se ha convertido Cantora y vuelve a los escenarios, seguro que cuelga el cartel de “no hay billetes”. Como los van a colgar este agosto Nacha Pop, Los Secretos y Hombres G, que se van a dejar caer por aquí. Para ese ejercicio de nostalgia tendremos que llevarnos las gafas de lejos, tomarnos un protector de estómago antes de salir y un Espidifén al volver. Después, tres días en recuperación. Ya lo decía Lina Morgan: “¡Ay, madre, cómo se estropean los cuerpos!”



4 comentarios:

Víctor.- dijo...

Me encanta la imagen de Alfonso Díez y en habitación embelesado mirando el póster de Cayetana.

www.cuidatuimagen.wordpress.com dijo...

Pues yo me he identificado con lo de bailar con los pies junticos... y con el trapicheo musical (me hacía mis casettes mix grabando de vinilos prestados)...#todostenemosunpasado

www.cuidatuimagen.wordpress.com dijo...

Pues yo me he identificado con lo de bailar con los pies junticos... y con el trapicheo musical (me hacía mis casettes mix grabando de vinilos prestados)...#todostenemosunpasado

Rosa Palo dijo...

Todos tenemos un pasado y, Alfonso Díez, dos ;)