jueves, 10 de diciembre de 2015

REPÚBLICA INDEPENDIENTE

PUBLICADO EL MARTES 1 DE DICIEMBRE EN LA VERDAD

Leo este fin de semana un artículo en El Mundo titulado “¿Por qué todas las parejas discuten en Ikea?”. Hay titulares que lo clavan: pelearse cuando vas a comprar muebles con el santo es un hecho antropológico, que no conozco un solo matrimonio que no acabe tirándose las albóndigas suecas a la cabeza después de pasar una tarde en Ikea. Según el texto, los conflictos revelan diversos aspectos de la relación, como la lucha por el liderazgo a la hora de tomar decisiones, el reparto de tareas o el nivel de compromiso. Eso por lo que respecta a ir juntos a la tienda, porque si hablamos de montar muebles al alimón, ya entramos en el terreno de la trifulca monumental, la bronca tremebúndica o la cruz de navajas por un quítame allá ese tornillo: la primera y última vez que mi santo y yo nos pusimos a montar una librería, lo único que montamos fue un pollo. Él es de la escuela de “para qué me voy a leer las instrucciones si puedo poner esta tuerca donde me da la gana y si no encaja la aprieto hasta que entre”, y yo de estudiármelas como si estuviera opositando a Notarías. Al final, bronca y una estantería que, cuando cambias un libro de sitio, te cae todo el peso de la literatura occidental encima.


Pero una, que aprende de los errores y que está dispuesta a hacer cualquier cosa en tal de salvar su matrimonio (o casi), juró no volver a montar un mueble en pareja nunca más, así se pusiera delante Fassbender en elástica sport con un destornillador en la oreja: desde entonces, siempre contratamos una empresa de montaje. La jugada nos sale más cara que si amuebláramos la casa en Roche Bobois, pero nadie dijo que la vida en pareja fuera fácil. Ni barata. Temblando estoy porque después de Navidades nos metemos en obras. Una insensatez como otra cualquiera, pero es que hemos llegado a unos niveles de humedad que tengo las cara de Bélmez en las paredes del salón, con cuerpo y todo, que no sé si llamar a los pintores o a Iker Jiménez. Y, encima, antes de la reforma tengo que contratar arquitecto, ingeniero, artesano, carpintero, albañil, armador y terapeuta de pareja, que mi casa, más que república independiente, va a ser un estado de guerra durante una buena temporada. Ganas me dan de irme a vivir debajo de un puente.

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