lunes, 25 de agosto de 2014

Verde


PUBLICADO EN LA VERDAD EL MIÉRCOLES 20 DE AGOSTO DE 2014

Decía Julio Camba que la contemplación de la Naturaleza le producía una sola inspiración: la de dormir. A mí la que me produce sueño es la naturaleza humana, que es ver una tertulia y quedarme frita en el sofá. En cambio la otra, la que se escribe con mayúscula, la bucólica, verde y campestre, me provoca unas ganas de rodar por los prados que me río yo de Heidi, de Blanquita y de Copo de Nieve.

El verde norteño no es gratuito, claro. Como el moreno de Ana Mato, el color hay que currárselo, y esos tonos esmeralda sólo se consiguen soportando todo un año de lluvias y de bajas temperaturas: cuando les decimos a los norteños lo de “¡Qué gustico, que fresco más bueno!”, ellos nos miran con cara de odio, que están ya hasta el sirimiri de tormentas y de no poder bañarse sin riesgo de hipotermia. Da igual: seguimos flipando al dormir con edredón en agosto, al comernos un plato de cuchara sin sudar, al comprobar que podemos ir a andar a la hora de la siesta sin que te pegue el chicharrero, al ver vacas sueltas por los prados, al encontrarnos con ríos caudalosos de aguas limpias, al ponernos una rebequica por las noches o al recoger moras y arándonos silvestres en las orillas de los senderos.

El verde del norte ha propiciado siempre un veraneo decimonónico, elegante y decadente; de pasar la tarde echándose una partida en el casino y un jersey sobre los hombros; de paseos por playas brumosas y solitarias o por caminos empinados y angostos. Los pudientes han veraneado siempre en verde, mientras que el resto sudamos en el gris de la ciudad o en el azul de las playas chiringuiteras, abarrotadas y mediterráneas. Por eso a muchos de nuestros políticos les encanta ir al norte en verano; de hecho, a los Pujol les gusta tanto que se compraron varias casas en el Pirineo catalán para, así, despertarse todas las mañanas viendo un paisaje cubierto de billetes. Tanto les mola que se lo han llevado crudo, como las lechugas. Porque el verde es el color del dinero. Y el de la vergüenza, pero la vergüenza era verde y se la comió un burro.


NOTA: Servidora se equivocó de Pirineo, que estuve en el navarro, y no en el catalán. 



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