lunes, 25 de agosto de 2014

Juan Antonio Roca

El olor del dinero

Emma Thompson tiene sus dos Oscar en el cuarto de baño de su casa de Londres. Es todo un detalle: los invitados pueden cogerlos después de hacer aguas menores e improvisar un discurso de agradecimiento frente al espejo. Yo no tengo un Oscar en el aseo, pero sí una botella de gel “Heno de Pravia” que hace las veces de galardón. Y dos discursos de aceptación preparados, uno para el Premio Julio Camba de Periodismo y otro para el Goya, que si Lolita fue Actriz Revelación a los cuarenta y cuatro años, yo no pierdo la esperanza.

Juan Antonio Roca, en cambio, tenía un Miró en el cuarto de baño. Colgar una obra de arte en el retrete es una macarrada digna de un sacabarrigas, pero también es una suerte de metáfora por la cual el arte taparía el olor a mierda. El de la suya, que este cartagenero es de pituitaria fina y no quiere que un olor nauseabundo bloquee su olfato de hurón, el que le ha hecho recorrer todo el mundo persiguiendo leones, hipopótamos y elefantes. Pero, sobre todo, el que le ha llevado a seguir el rastro de la pasta.

El facultativo de minas disfrazado de bazanero era, en realidad, un cazador blanco con corazón negro, más negro que la pez. Y el olor de los billetes lo condujo hasta su primera pieza de caza mayor, Tomás Olivo, con quien empezó a hacer dinero hasta que Olivo lo despidió por comprarse un BMW con el dinero de la sociedad e invertir en unos terrenos sin decirle nada. El muchacho ya prometía.

Descalabrado por el lance, Roca se recompuso, cargó la escopeta y volvió a la caza: en 1986 viajó a Marbella, lugar famoso por su fauna salvaje, se agazapó tras una mesa del Club Financiero Inmobiliario y se dispuso a esperar, pacientemente, a su próxima víctima. La pieza a la que acechaba era aún más peligrosa que el tiburón de las finanzas que le había malherido en Cartagena. Porque, esta vez, Roca quería hacerse con un orco.

Y el orco era Jesús Gil, presidente del Atletico de Madrid y Alcalde de Marbella desde 1991, un señor que lo mismo arruinaba un club de fútbol, que saqueaba una ciudad o que salía haciendo el tonto en la tele. Aunque lo de un mafioso presentando un programa de televisión no era nada nuevo (antes ya lo había hecho Frank Rosenthal, el Sam "Ace" Rothstein interpretado por Robert de Niro en “Casino”), lo de Gil alcanzó el culmen en la era Lazarov, una época espeluznante donde los programas de entretenimiento eran presentados por Norma Duval, Andoni Ferreño, Loreto Valverde y Leticia Sabater.
Gil aparecía en un jacuzzi (a los de la raza cobriza les gusta remojarse los lereles en burbujas), con pavas en bikini alrededor y el micrófono sujeto en el cordón de oro, dando una imagen sólo apta para parafílicos. Los copresentadores eran Jeannette Rodríguez, Pepe Da Rosa e “Imperioso”, y hasta Benny Hill apareció como invitado especial. Inenarrable. Y lo peor de todo es que Gil creó escuela: años después llegó Hugo Chávez con “Aló, presidente”, cambiando el bañador por el chándal y, tras él, su sucesor puso en antena “En contacto con Maduro”, que con ese nombre parece uno de esos programas de Juan Y Medio en Canal Sur donde salen viejos con ganas de arrimar la cebolleta.

Pero mientras Gil reventaba los audímetros y los ojos de los que veían el programa, a Roca no lo conocía nadie. Era el alcalde en la sombra, el hombre que siempre estuvo allí pero que nunca vimos. Porque si hubiéramos visto su cara de hurón, su pinta de tío del campo pero de los listos, de los que cuando te das la vuelta ha plantado sus limoneros en tus fanegas, nadie en su sano juicio hubiera puesto Marbella en sus manos. Nadie excepto Jesús Gil, que lo hizo gerente de urbanismo de 1992 a 2003. Y en esos años logró forjar una fortuna: obras de arte de Sorolla, Sicilia, Arroyo, Tapies o Picasso, cuadras de caballos, ganaderías de toros bravos, cochazos de lujo, hoteles, palacetes, fincas, yate, jet privado, helicóptero... Un patrimonio multimillonario puesto en peligro cuando, en 2002, Gil dejó la alcaldía por inhabilitación y pasó a ocupar su lugar Julián Muñoz, el hombre de talle imperio. Muñoz mandó automáticamente a Roca a tomar viento, pero Roca organizó una moción de censura, puso a Marisol Yagüe al frente de la alcaldía y recuperó el poder. Yagüe era cantante en un coro rociero y representante a domicilio de una firma de cosméticos, lo cual explica su pasión por los polvos egipcios. Tras la moción de censura, el ayuntamiento de Marbella estalló, y mientras Yagüe, Isabel García Marcos, Mayte Zaldívar, Jesús Gil y Julián Muñoz se insultaban y acusaban mutuamente en televisión, Roca contemplaba la tormenta sentado en un sillón de cuero y acariciando un gato.

Pero en 2006 llegó el acabose. Con la “Operación Malaya” vimos cómo entalegaban a Muñoz, cómo Yagüe y García Marcos entraban a la cárcel hechas unas “Chaneles” y salían convertidas en unas chonis, cómo detenían a una tonadillera, a una ex esposa, a empresarios y concejales. Y, al fin, le vimos la cara a Roca. Nosotros y la justicia. Cuando llegó al trullo, los presos lo esperaban como agua de mayo para sacarle hasta el saín, y le cantaban “¡Qué tendrá Marbella!” a su paso. Pero Roca le dio la vuelta a la tortilla y se hizo el jefe del módulo. De nuevo, era el alcalde en la sombra. Y esta vez de verdad, porque va a estar sin ver el sol muchos años. Pero lo que para los demás es una condena, para Roca es sólo un proceso de hibernación: “El juez no me ha pillado ni la cuarta parte del dinero que tengo”, le dijo a su compañero de celda. Así que, cuando salga, el hurón regresará a su madriguera, cogerá la pasta y volverá a la carga. Es el instinto del cazador.  

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