
Hasta que nació el interfecto sólo me prohibía las pelis de miedo, por lo que servidora no ha visto ni "El resplandor" (aunque ahí lo terrorífico no sé si es Nicholson o el doblaje, no sé, no sé) ni "Henry. Retrato de un asesino" ni, por supuesto, las sagas de "Scream", "Viernes 13", "Pesadilla en Elm Street" o "Sé lo que hicisteis". Vale. Me dan miedo las pelis de miedo. Hasta ahí normal. Lo que no es normal ¿o sí? es que desde el AÑO I d.P. (después de Pedro) me emocione con cualquier cosa. Y cuando digo "con cualquier cosa" quiero decir "con cualquier cosa", lo cual comprende desde el anuncio de El Almendro hasta lo que ustedes quieran imaginar, y en especial con cualquier filme, telefilme, serie, teleserie, diario o telediario donde un niño sufra. No voy a hacer una lista y humillarme públicamente enumerando todo lo que me hace hipar como una cría pequeña después de un berrinche, que una todavía tiene un público y a él se debe, pero piensen en una peli que les haya hecho llorar a ustedes últimamente y seguro que yo he gastado el doble de kleenex. Así que ahora me prohíbo a priori cualquier cosa susceptible de provocarme una llantera sin fin: "4ª Planta" de Antonio Mercero y "Cobardes" de Corbacho encabezan la lista. Y "La vida es bella" también, que por eso la recomendó el Papa, porque no tiene hijos. Y menos mal que "El Bola" la estrenaron a.P. (antes de Pedro), que si no también me la pierdo. Me temo que la rotura del termostato me va a impedir ver un buen número de buenas pelis.
Y el caso es que las señales de que yo era una llorona potencial estaban ahí, claras y precisas, pero no supe interpretarlas en su momento: cuando era pequeña me negaba a ver Heidi y Marco y me autocastigaba en mi habitación para que mis padres (sobre todo mi madre, que esperaba ansiosa su venganza por lo de Estrenos TV) no vieran que sufría como una condenada con las ¿aventuras? ¿no eran desgracias de manual? de los chiquillos. Lo mismo me pasaba con Calimero, la primera serie sobre bullying infantil, también autocensurada ("Y a mí ¿por qué nadie me quiere?", hombre, por Dios, y ahora dicen que Shin Chan es malo pa los críos). Toda una infancia televisiva mutilada por el miedo a reconocer que unos simples dibujos animados podían hacerme llorar a mares.
Y esta vez las señales también me avisaron, sólo que en forma de resumen de contraportada: "... la novela transcurre en un paisaje literalmente quemado por lo que parece haber sido un reciente holocausto nuclear. Un padre trata de salvar a su hijo emprendiendo un viaje con él. .. amenazados por bandas de caníbales... recorren los lugares donde el padre pasó una infancia recordada a veces en forma de breves bocetos del paraíso perdido, y avanzan hacia el sur, hacia el mar, huyendo de un frío capaz de romper las rocas". Ya ven. Libro holocaústico de padre con niño. La vida es una juerga.
Es la reseña de "La carretera", de Cormac McCarthy, el mismo de "No es país para viejos" y "Todos los caballos bellos" (Ja y Pe unidos por McCarthy, curioso). Y me dirán ustedes ¿por qué después de leer eso y sabiendo que tienes el termostato roto para siempre te atreves a meterte en una novela que es probable que te haga sufrir más que una depilación brasileña? Pues porque lleva 4 meses sobre mi mesilla de noche, al ladito de mi cama, esperando pacientemente a que yo reúna la fuerza suficiente para hincarle el diente. Y pensé que ayer era el día (o la noche). Pero me equivoqué. Como una pava, como una lela, como una tonta del culo. Me entregué al mayor hijo de puta de la novela americana después de Faulkner. McCarthy tiene que ser de la Asociación Nacional del Rifle, porque McCarthy no escribe, McCarthy te pega dos tiros en la cabeza y se queda tan ancho. Y la que te quedas tirada en la carretera, o en medio de la noche, eres tú. Así que cuando no pude más, cuando la angustia me subía por la garganta, cuando ya no pude soportar los diálogos aparentemente intrascendentes entre el padre y el hijo, cuando tenía las heridas abiertas otra vez y empezaban a sangrar y a manchar las sábanas, cerré el libro. Pero no lloré. Estaba tan ocupada intentando volver a meter las tripas dentro del agujero de mi estómago que ni siquiera lloré. Y entonces el termostato señaló "lavado en seco".
¿Y saben que era lo único que tenía para leer al lado de "La carretera" y salir de ese desastre? No había nada de verdadera enjundia literaria que me hiciera respirar y reconciliarme con la vida, algo tipo "Los Grimaldi" de Mª Eugenia Yagüe, no. Tenía "Rayuela", otra que me ha esperado sin rechistar durante medio año. La compré porque está en mi lista mental de libros que tengo que leerme antes o después (¿antes o después de qué?) y, sobre todo, por el entusiasmo mostrado por mi compañero bloguero de "La Cajita". Sin comerlo ni beberlo me vi envuelta en Cortázar y en La Maga y, durante algunas páginas, la angustia se disipó. Espero que Cortázar me de un respiro. Todavía no tengo fuerzas para volver a la carretera.