miércoles, 16 de mayo de 2018

HABICHUELAS DE BOTE

PUBLICADO EN LA VERDAD EL 8 DE MAYO DE 2018
Cuando abro el periódico los martes, siempre me resulta extraño ver enmarcadas estas columnas dentro de la sección de "Opinión". Están ahí porque se supone que opino algo, claro, y con cierto criterio, además, pero esa es una suposición tan atrevida como afirmar que este año ganamos Eurovisión, que los trikinis le favorecen a alguien o que la quinoa está buena. Por eso me siento rara, porque una escribe desde la perplejidad y la estupefacción, intentando escapar de juicios paralelos y de pronunciamientos unilaterales, que a lo más que llego es a poner a caldo los estilismos de Terelu o a criticar sin piedad el criterio musical de los autobuseros reguetoneros. Y por eso, en estos momentos en los que tenemos que opinar sobre todo y sobre todos, en los que hay que volcar la bilis en público, ofenderse por las cosas más nimias y firmar iniciativas de change.org a cascoporro, me siento estúpida por no pontificar teniendo un lugar privilegiado para hacerlo. 
Con las opiniones tendríamos que hacer lo mismo que con las habichuelas: ponerlas a remojo, hacerlas a fuego lento y dejarlas reposar, que están mejor de un día para otro. Pero hoy, cuando no sólo se exige pronunciarse sino también hacerlo a la mayor brevedad posible, dejar reposar una opinión es un lujo. Así que el personal tira de habichuelas de bote, y se levanta con el argumentario en el móvil para saber qué decir en cada momento sin tener que calentarse la cabeza. O, tal y como reflexionaba uno de los personajes de Simone de Beauvoir en "Los Mandarines", "Puesto que de todas maneras no se pude vivir a su gusto, ¿por qué no renunciar del todo? Perderse en el seno de un gran partido, confundir la propia voluntad con una enorme voluntad colectiva; ¡qué paz, qué fuerza!". Pues eso. Qué tranquilidad aferrarse a una verdad absoluta, aunque sea impuesta. O aunque sea mentira. Qué gusto llegar a casa y abrir un bote de habichuelas, calentar y servir. El problema surge cuando una reconoce que no tiene ni idea de nada, pero tampoco tiene la fe del carbonero; entonces, está jodida. Dicen que Umbral tenía una columna escrita a favor de un tema y otra en contra, y que publicaba aquella por la que le pagasen más. A mí me pagan lo mismo. Al final, se ve que el criterio te lo dan las perras. 

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