miércoles, 7 de febrero de 2018

TERREMOTOS

PUBLICADA EL MARTES 7 DE FEBRERO EN LA VERDAD

Ando revuelta. Del estómago, de la cabeza, del ánimo. Y cuando una anda revuelta, no debe escribir nada. O, al menos, no debe publicar lo que escribe, que luego hasta el frutero me pregunta si me pasa algo cuando voy a por medio kilo de cebollas. Pero el desorden y el alboroto, con cebollas o sin ellas, siguen ahí. Y la necesidad de ordenar una cabeza densa y confusa, también.

La culpa del terremoto la tiene una película, una bella, luminosa y extraordinaria película llamada "Call me by your name". Ya ven, qué cosas: una, que se pensaba inmune hasta a la kriptonita, sigue siendo sensible a la fulguración del celuloide. Y una, que se creía de vuelta de todo, o de casi todo, que se agarraba a la ironía, a la frivolidad y a la rapidez verbal como forma de vencer los desastres cotidianos, que se suponía ya domesticada, amansada y adaptada al medio, una, digo, de repente, se da cuenta de la fragilidad de sus cimientos. Y también se da cuenta de que ha vivido la mayoría de las primeras veces, que no hay segundas oportunidades, que ya están aquí los rumberos, que desde esta columna casi medio siglo os contempla y que ha dejado de ser la pequeña de la clase para empezar a llevarles a todos veinte años, los mismos que le sobran, los mismos que quisiera tener, y se rinde prematuramente, y se convierte en una idiota melancólica y ridícula que comienza a añorar los días vacíos y las noches llenas, cuando aún no había miedo al futuro, ni tampoco al presente.

Pero entonces, una, curiosa, descubre que el guionista de la película es James Ivory, que tiene ochenta y nueve años, y que ha adaptado una novela de André Aciman, que tiene sesenta y siete. Y en ese momento decide que si dos hombres de esa edad han podido recrear de una forma tan extraordinaria el verano del primer amor, del descubrimiento de la belleza y el dolor, todavía hay esperanza, y que en lugar de huir de la vida habrá que lanzarse a ella, y dejar de añorar los paraísos perdidos, y disfrutar del que se tiene. Y sí, frutero, estoy perfectamente, no se preocupe. Que una es como un rascacielos japonés, capaz de seguir en pie a pesar de los terremotos. Por cierto, además de las cebollas, póngame dos calabacines, que hoy toca zarangollo. Y un melocotón.



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