PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 13 DE JUNIO DE 2017
“En 2020 hablaremos más
con un bot que con nuestro novio”. Así titulaba Manuel Jabois una entrevista a
Rebeca G. Marciel, que es una tipa listísima que se dedica a intentar fusionar
el arte con la ciencia, a fundar startups y a hacer otras cosas que no sé lo
qué son. Un bot sí sé lo que es: un programa informático autónomo que imita el
comportamiento de un ser humano. Lo que viene siendo el HAL 9000 de "2001:
Una odisea del espacio", pero sin mala leche. Acabáramos: no sé si en el
futuro veremos atacar naves en llamas
más allá de Orión, pero en el presente estamos
viendo cómo podemos encargar comida, enviar una carta, encontrar
hoteles, conocer los titulares de las últimas noticias o buscar productos en Amazon
gracias a estas aplicaciones. Pero también estamos viendo cafés servidos dentro de una cáscara de aguacate,
coches veganos con el interior hecho de cuero de champiñón y gente que se tatúa
tuits de famosos (sólo le pido a Dios y a la RAE que nadie se tatúe los tuits
de Paquirrín, que los escribe con faltas de ortografía). Que los seres humanos
somos complejos y paradójicos, capaces de lo mejor y de lo peor, ya lo
sabíamos; lo de ahora no es más que una constatación. Lo resumía el
escritor Alphonse Karr: "El
hombre todo lo perfecciona en torno suyo; lo que no acierta es a perfeccionarse
a sí mismo".
Según Marciel, los
bots serán cada vez más conversacionales, aprenderán de nuestro comportamiento,
interpretarán las inflexiones en nuestro tono
de voz y serán capaces de hablar con nosotros entendiendo cada vez más nuestros
deseos o necesidades. Y lo harán mejor que un humano, seguro: un bot no habla sólo para escucharse a sí mismo, ni te
interrumpe, ni te da opiniones que no has pedido, ni te cuenta cosas que no te
interesan, ni te hace una compilación de sus sufrimientos, ni te hace una
compilación de sus hazañas; un bot se abre de orejas y te escucha. Al final, va
a ser más satisfactorio hablar con Siri que con una persona. Y me juego la
lengua a que Siri acabará aprendiendo también a interpretar los silencios. Porque,
a pesar de todo lo que hablamos, es sorprendente ver cuántas cosas se quedan
sin contar. Las más importantes. Las que el otro tiene que saber qué queremos
decir al callarnos.
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