PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 7 DE JUNIO DE 2016
Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor
salta por la ventana. Y cuando entra el calor, también. Literalmente: en una ardiente
noche de junio, y mientras preparábamos los exámenes finales enjaulados en un
piso de estudiantes sin aire acondicionado, asfixiados y sudando más que si
viviéramos dentro de una obra de Tennessee Williams, el amor saltó por la
ventana a través de los gemidos de la vecina. Que si ay, que si Dios mío, que
si dale. La gata bajo el tejado de uralita caliente o cómo se puede colar una
película porno entre parágrafo y parágrafo de Derecho Romano, que estabas tú
con el interdictum de arboribus caedendis y, de repente, aquello se convertía
en una orgía de Calígula. Extasiados, salimos todos a los balcones, a oír sin
ver. Cuando terminó, el vecindario todavía estaba allí. Y aplaudiendo.
En verano, nuestras ciudades (la mía, la suya)
se convierten en una olla exprés donde el calor sofocante reactiva la locura y la
ansiedad, y las ventanas son las únicas murallas que separan sus instintos de
los nuestros. Por eso, cuando se abren de par en par, entra el aire fresco y sale
lo mejor de cada casa. Uno de mis vecinos se asoma al balcón cada tarde y grita
“¡Viva Cartagena!” (me consta que no es Federico Trillo porque no grita “Viva
Honduras”, ya esté aquí, en El Salvador o en Lo Poyo). Otro saca la tele al
jardín para ver a Bertín Osborne con la fresca. La de al lado sube el volumen
de la música ratonera a nivel Bershka, que siempre que entro en la tienda nunca
sé si pedirle a la dependienta tres tallas más de camiseta o un vodka con tónica.
La de más allá saca al Moranco que lleva dentro llamando a su hijo a gritos. Y
la de más acá (servidora) invita a comer a ocho púberes que se pasan la siesta
del domingo chillando y dando pelotazos. Es lo que tiene abrir las ventanas con
la casa llena de adolescentes puestos de pizza barbacoa: que saltan los
pequeños salvajes que llevan dentro. Y es lo que tiene abrir las ventanas en
política: que salta un caso de corrupción cada vez que dejan una rendija
abierta. Que Dios, Tennessee Williams y los tribunales los pillen confesados.
Y, a mí, el presidente de la asociación de vecinos. Estoy a una fiesta de que
me declaren persona non grata en el barrio.
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