miércoles, 22 de junio de 2016

EL GRADUADO

PUBLICADO EL MARTES 21 DE JUNIO DE 2016 EN LA VERDAD

Mi hijo se ha graduado. En la Universidad no, en Primaria, que servidora es primípara añosa. Pero es que ahora es terminar lo que sea y venga banda y venga birrete y venga “Gaudeamus Igitur” y venga pompa y circunstancia: acabas un curso de Peluquería por CCC y te hacen una ceremonia que ni el Príncipe de Asturias. Y, a poco que te despistes, te nombran doctor Honoris Causa; a Mario Conde me remito. O a Mike Tyson, que en su discurso de agradecimiento por el doctorado concedido soltó “No estoy muy seguro de qué tipo de doctor soy, pero mirando todas las tías guapas de aquí, creo que voy a ser doctor de ginecología”. Eso sí que es dejar K.O. al respetable. Menos mal que aquello se compensó cuando hicieron doctora a la Rana Gustavo en Letras Anfibias por la Universidad de Long Island. A un paso estamos de que le den el Nobel de la Paz a la cerdita Peggy.

Pero ahí están los graduados, los medio hombres y las medio mujeres, con su cara de a ver si terminamos pronto que queremos irnos a jugar a la Play, con su beca, su birrete y su verano por delante. Y ahí estamos nosotros, con nuestra cara de cómo es posible que hayan acabado la escuela si anteayer los estábamos matriculando en Infantil, con nuestro orgullo y nuestra satisfacción, con nuestro temor por el paso al instituto. Porque los seguimos viendo tan pequeños como el primer día de colegio, cuando los llevábamos de la mano con una cartera diminuta a la espalda y nos los comíamos a besos antes de entrar a clase; ahora no consienten ni que les des un achuchón delante de los amigos. Pero mientras lo único que nos queda a nosotros por graduarnos es la vista, a ellos les queda todo por vivir. Tienen que encontrar su lugar en el mundo, tienen que superar la contradicción que les produce el miedo a crecer con las ganas de hacerlo. Han pasado de vivir en una novela de
Stevenson a hacerlo en una de Salinger, de ser Jim Hawkins a convertirse en Holden Caulfield. Y mientras, nosotros seguiremos ahí, como el guardián entre el centeno: vigilando a nuestros hijos para que, cuando jueguen en un campo cerca de un precipicio y empiecen a correr sin mirar adonde van, podamos sostenerlos antes de que caigan. O, al menos, intentarlo.

No hay comentarios: