miércoles, 12 de agosto de 2015

MARÍA DUEÑAS


La máquina de escribir

PUBLICADO EL DOMINGO 9 DE AGOSTO DE 2015 EN LA VERDAD

Mi primera y última máquina de escribir fue una Olivetti Lettera 32. Me la regalaron mis padres cuando tenía ocho años. Era verde plomo, portátil, con un maletín a juego. Me encantaba el ruido de las teclas, el del retorno del carro, el que hacía cuando llegaba al final de la línea. Aquella máquina pudo haber cambiado mi vida, pero no lo hizo: nunca escribí una novela, nunca tuve ni la imaginación ni la paciencia que se requieren para componer 600 páginas, que lo mío son las columnas de usar y tirar y la biografía de Rosa Benito. En cambio, una Hispano-Olivetti sí le cambió la vida a Sira Quiroga. Y a María Dueñas, también.

Porque Sira no es la heroína de esta novela, lo es María, una profesora de Puertollano que vive en Cartagena, que es doctora en Filología Inglesa, que da clases en la Universidad de Murcia, que está casada con otro filólogo, que tiene dos hijos y que, en lugar de quedarse en el sofá por las tardes siguiendo las desventuras de los pantojos, va y escribe uno de los libros más famosos de los últimos tiempos, el único que he visto pasar de mano en mano entre las madres del colegio (junto con “50 sombras de Grey”, que el porno soft nos tiene desatadas). Y es una heroína porque, para ser novelista, hay que sacrificar ratos libres, vacaciones y fines de semana; hay que tener voluntad, fuerza y tesón. Y María tiene esas cualidades, que lleva mucha mili hecha: la mayor de ocho hermanos, preparó la tesis embarazada y con una niña pequeña en casa, y le tocó leerla en el noveno de mes de gestación. A partir de ahí, vinieron años de biberones, niños y clases en la universidad. Dueñas, que se define como una curranta (“pico y pala, pico y pala”), se ha pasado toda la vida tirando del carro. Así que, después de tanto lío, escribir una novela le pareció un paseo.

Pero, sobre todo, María Dueñas es una heroína porque a sus 50 años se pone unos vaqueros que le quedan clavaos: lo digo yo, que la he visto comprar en la sección de frutas y verduras de El Corte Inglés con un pintón estupendo; alta y delgada en su serena y espléndida madurez, que diría un redactor de ¡HOLA! al borde del coma diabético. No hay derecho a que el Señor la haya bendecido con el don de la escritura, con el de lucir palmito y, sobre todo, con el de la constancia: Dueñas afirma que ella se propone un objetivo y trabaja para lograrlo. Cuando lo consigue, va a por otro. Y me da a mí en la nariz con falta de rinoplastia que Dueñas aplica esa máxima a todas las facetas de su vida: a la docente, a la familiar, a la literaria y a la corporal, que la escritora sale todas las mañanas a pasear y, mientras lo hace, reflexiona sobre lo escrito y planifica su jornada de trabajo (ahí debe de estar el secreto de su éxito, que andar tonifica las neuronas y los muslos al mismo tiempo). Tras llegar a casa, le da a la tecla hasta las siete o las ocho. Todo organizado, planificado, estructurado. Y con mucha documentación previa porque, antes de zambullirse en la escritura, Dueñas se impregna de los lugares, del ambiente, de los colores, de la forma de vestir: para documentarse sobre el estilo de la época que retrata “El tiempo entre costuras”, le pidió ayuda a figurinista alemana Bina Daigeler, que luego se encargaría de la dirección de vestuario de la serie. Lo único que le reprocho es que tanto lujerío estilístico haya propiciado la vuelta del turbante, ese complemento que sólo le queda bien a la Jequesa de Qatar y a Farah Diba; las demás, queramos o no, parecemos unas locas con una toalla en la cabeza. Como ponga de moda la riñonera, no le compro ni un libro más.




Dueñas escribe las novelas como las buenas modistas hacen vestidos: primero hace el patrón, después corta e hilvana, y, por último, cose y da los retoques finales. Qué pena que yo no aprendiera ni a coser un botón, que tuve como profesora de pretecnología a la monja más mala de todo el urbi y de todo el orbe. Hacíamos ojales, presillas, vainica y punto de cruz tan acogotadas bajo su mirada aviesa y feroz, que no había día que no acabáramos con pinchazos en los dedos. Y ahí terminó mi romance con la costura. Tengo tal trauma que ahora hago los dobladillos con cinta adhesiva y, si me descuido, hasta con grapas.

“Usted viene del prêt-à-porter y esto es haute couture”, le decían las modistas de la maison a Raff Simons cuando preparaba su primera colección para Dior. Para muchos de los consagrados en la alta costura de la literatura, Dueñas también hace prêt-à-porter (según ese criterio, lo mío tiene que ser del Rastro Remar), y por eso vende tantos libros como Amancio Ortega camisetas: las andanzas de Sira Quiroga llevan más de tres millones de ejemplares vendidos y 46 ediciones. Pero a Dueñas, como a Ortega, eso no les quita el sueño: “¿Que dicen que es un libro de consumo? Me da exactamente igual. Estupendo. Que se consuma más, por favor", le contaba a Luz Sánchez-Mellado, que la escritora pasa de camarillas de intelectuales y de envidias entre literatos. Entre otras cosas, porque ella sólo quiere escribir y publicar. Chimpún. Y, además, porque con lo que ha ganado con las ventas de “El tiempo entre costuras”, “Misión Olvido” y “La templanza”, le da para comprarse la colección entera de Dior. Pero no lo ha hecho: sigue con sus vaqueros, sus botas planas y sus jerseys de cuello barco, que María es de olivica comía, huesecico al suelo. Tanto, que se pidió una excedencia en la Universidad para poder volver si las cosas de la literatura no le iban bien. Pero le van de maravilla. Porque María Dueñas es una máquina de escribir. Y de vender. 

No hay comentarios: