PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 3 DE FEBRERO DE 2015
Si París bien vale una misa, Roma bien vale una amputación de
miembros. De pies, para ser exactos, que a punto estuve de cortármelos con el
cuchillo de la mantequilla del dolor que tenía. Pero a ver quién se resiste a pasear
Roma, esa ciudad exuberante, excesiva, golosa, decadente, divina y humana.
En Roma uno se siente como en casa, sobre todo porque no hay forma de
ir por la calle sin oír gritar en español: hordas de hispanos invadimos desde
el Panteón de Agripa hasta la trattoria más recóndita, que si el marsala es el
nuevo negro, los españoles somos los nuevos japoneses. La única diferencia es
que los hijos del imperio del sol naciente van cargadicos de bolsas de Prada,
Gucci y Armani, y los hijos del imperio del sol poniente hacen cola para
traerse bolsos falsos o hacerle una foto a una niñita junto a la estatua de Anubis
en los Museos Vaticanos mientras la abuela le dice “¿Has visto que perrito tan
bonito? ¿Qué hace el perrito? ¡Guau, guau!”.
Pero tras sortear abuelas ladradoras, japoneses consumistas, adoquines
mortales, modernos sin calcetines, coches asesinos y vendedores callejeros, empiezas
a gozar la ciudad: si Truman Capote decía de Venecia que es como comerse de golpe una
caja entera de bombones de licor, Roma es como devorar caviar a cucharadas. Y en Roma puedes disfrutar de un café con
tres dedos de espuma, de una conversación con un taxista ultra de la Roma
cagándose en la madre que parió a los fascistas de la Lazio, de un templo con
una cruz sobre una monumental cornamenta de ciervo donde ningún romano se
quiere casar para no salir por la puerta con los cuernos puestos, de iglesias
repletas de turistas que miran al techo y escasas de fieles que miren al suelo,
de helados gloriosos en el mes de enero, de la porchetta y del pecorino, de un
stendhalazo en cada esquina y de vistas maravillosas en una ciudad repleta de
vistas maravillosas: hay que tener los ojos de un camaleón (o los de Marty
Feldman) para poder verlo todo al mismo tiempo, porque la bellezza, con dos
zetas, te noquea, te aturde y te emborracha. Vivir un
año en Roma debería ser un derecho fundamental, como llevar una vez en la vida
un vestido de alta costura. Porque Roma es supercalifragilística y espialidosa.
2 comentarios:
Roma es tan abrumadora y bella como uno espera. O más. Dicen compañeros romanos que vivir allí es un infierno. Pero que en ocasiones vale la pena.Definitivamente a mí siempre me gustó más el calor que el frío.
Arrivederci Roma.
Ay, usted y yo juntos por Roma...
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