PUBLICADO EN LA VERDAD EL 26 DE MARZO DE 2013
Carolina ya es abuela. Eso no es un titular, es el fin de los tiempos,
el Papa Negro y la pera limonera todo junto. Diga usted conmigo que sí,
compañera, porque el abuelazgo carolino nos envejece prematuramente a todas las
demás, a las que nos hemos ido deshojando mientras veíamos cómo Carolina vivía
en un perpetuo Baile de la Rosa sin marchitarse, a las que podemos enumerar sus
novios de memoria (¡ay, Robertino!, ¿dónde estarás?) y a las que hemos merendado
bocadillos de chorizo con las migas y la envidia cayendo sobre titulares como
“Carolina descansando a bordo del Pachá III”, “Carolina descansando en la
Provenza” o “Carolina descansando en el Beach Club”. Porque Carolina siempre
está descansando. ¿De qué?
Por eso no creo que ahora se vaya herniar ejerciendo de yaya, que no
la veo yo persiguiendo al crío por el parque, ni saliendo al balcón del palacio
gritando “¡Nene, sube, que ya está la comida!”. Si sale al balcón será para
sacar al niño y enseñarlo como si fuera un nuevo complemento, que los perritos
esos enanos y chuchurríos están muy vistos y el tito Karl ya no sabe ni qué
nuevo modelo de bolso diseñar.
El fallo es que la criatura ha sido varón, cuando aquí las que parten
el bacalao son las grimaldas, porque ellos son meros satélites que giran en
torno a las mujeres de la familia. El auténtico heredero no es Alberto, sino
Carolina, y luego lo será Carlota, que para eso ellas lucen mejor un vestido de
alta costura, por mucho que al príncipe le guste el palabra de honor. En
Carolinalandia tendría que haber una ley sálica al revés por la que sólo las
mujeres heredaran el trono, que los príncipes habrán hecho el cabra en todas
las playas paradisíacas del mundo y habrán meado fuera del tiesto (sobre todo
Ernesto de Hannover), pero las princesas, con su belleza, su poderío y sus
maromos inconvenientes son las que han puesto a Mónaco en la órbita
internacional, que sólo nos faltó que Estefanía de Mónaco se enrollara con
Ángel Cristo para que la fiesta fuera completa. Y por eso, porque es la alteza
menos serenísima del mundo y porque ha sobrevivido a escándalos, cuernos,
divorcios y Bailes de la Cruz Roja, la noticia no es que Andrea ha sido padre,
sino que Carolina es abuela. Maravillosa, sí, pero abuela al fin y al cabo.
Tempus fugit.