miércoles, 18 de diciembre de 2013

Tributo


PUBLICADO EL MARTES 17 DE DICIEMBRE DE 2013

Dice Elvira Lindo que la gente está mayor, que sales a la calle y parece el jardín de una residencia de ancianos. Y las fachadas, las paredes de la habitación de un adolescente de los ochenta, añado, porque están lleneticas de carteles de grupos y cantantes jurásicos: me encuentro un pasquín con el nombre de Eric Clapton a todo meter, otro de Héroes del Silencio y uno de Nirvana. ¿”Mano lenta” tocando al lado de mi casa? ¿Bunbury con sus antiguos compañeros? ¿Kurt Cobain resucitado? No, son grupos que hacen versiones de otros, que hay que leerlo todo hasta encontrar la palabra “tributo” en pequeñito.

Pues sí, la gente está mayor y quiere ir a un concierto donde se sepa las letras de las canciones, y cantar lo de “Entre dos tierras estáaaaaas…” a pleno pulmón, la épica maña en todo lo suyo. Yo no he sido nunca de Bunbury porque me da un poco de grima, con esas uñas negras y esa melena a la que le hace falta toda la línea Pantene para pelo grifao, pero qué sé yo de rockeros intensos. El caso es que te invitan a un concierto de un grupo estupendo y novísimo, lo last de lo last, y ves a las criaturas de veintipocos en trance coreando los temas, y tú con el automático puesto moviendo un poco la pierna, intentando pillar algo de estribillo y siguiendo un compás que no conoces, y se te queda la misma cara que a tu madre cuando le decías “Escucha esto, que es buenísimo” mientras ponías por enésima vez el “Meat is murder”. Por lo menos, como los Smiths cantaban en inglés me ahorré alguna bronca que otra, porque el día que escuchó “Todos los ahorcados mueren empalmados” pensó que su encantadora hija de trece años era una monstrua, pero no a lo Rosario Flores, sino a lo loca perdía, y empezó con la retahíla de “pa qué te llevo yo a un colegio de monjas” y lo de “esta cría necesita un psicólogo”. Normal: lo más fuerte que había oído mi madre en una canción era a Manolo Otero susurrar en modo calentorro.

Lo peor es que yo llevo el mismo camino, que ya estoy en ese punto en el que pongo cara de horror cuando mi hijo oye música. Lo siguiente es decirle que no le dejo jugar a la Wii porque lo digo yo y punto. Sí que estamos viejos, sí.

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