miércoles, 25 de abril de 2012

Ladrones de libros


PUBLICADO EL 24 DE ABRIL DE 2012 EN LA VERDAD

A.
jamás devuelve un libro: su foto aparece en un cartel de SE BUSCA colgado en la puerta de la Biblioteca Municipal. Con la entrada prohibida y en pleno monazo, intentó colarse disfrazado de concursante de “Mujeres, hombres y viceversa”, pero la falta de tatuajes le delató.

F. es un lector bulímico que roba el periódico para poder leer a su columnista favorito: como no comulga con la línea editorial del diario, prefiere mangarlo a comprarlo.

A. y F. se hicieron yonquis de la palabra escrita desde muy pequeños: tuvieron a su alcance los cuentos de Perrault, los tebeos de Ibáñez, del Tío Vázquez y de Escobar, los libros de Enid Blyton. Y llegó el fatídico día en el que un familiar, lector voraz que quería perpetuar su vicio infame en la nueva generación, les regaló “La isla del tesoro”. A partir de ese momento estuvieron irremediablemente perdidos y acabaron leyendo todas las noches de su vida: si estaban cansados se dormían con el libro sobre el pecho; si llegaban pedo, leían hasta que las letras dejaban de bailar ante sus ojos; si tenían insomnio utilizaban los libros para ahuyentar los fantasmas que les visitaban de madrugada.

Yo he tenido más suerte que mis amigos: conseguí salir a tiempo y, ahora, lo más largo que leo tiene 140 caracteres. Me libré por lo pelos gracias a una durísima rehabilitación en la que me obligaron a quemar mis libros a 451º Fahrenheit y en la que no me dejaron leer ni el prospecto del Espidifén. Así que mantengan los libros fuera del alcance de los niños, que se empieza por Gerónimo Stilton y se acaba esnifando tinta y poniéndose ciego con el olor del papel recién impreso. Sigan el ejemplo de la Mazagatos, que tras afirmar “Me encanta cómo escribe Vargas Llosa. No he leído nada sobre él pero le sigo” ha conseguido mantenerse durante décadas en el candelabro dejándose la piel en el pellejo. O el de Victoria Beckham, que confiesa que nunca ha leído un libro porque no tiene tiempo.

Y en esta semana peligrosísima, donde los libros salen a la calle provocándonos con títulos sugerentes, portadas llamativas y páginas lleneticas de historias, encierren a los niños bajo siete llaves: que no salgan de casa, que no vean los escaparates de las librerías, que no se enteren de las actividades que organizan las bibliotecas, que no toquen un cuento ni con un palo. Que los libros los carga el Diablo.

2 comentarios:

Piticli con su zarzaparrilla en el páramo dijo...

¡¡¡¡OHHHH!!!! Yo he seguido el mismo curso iniciático (salvo por "La Isla del Tesoro", que en mi caso fueron historias detectivescas), hasta lograr la liberación de semejante hechizo gracias al desarrollo de un vida plena adulta con su tiempo escaso y las nuevas tecnologías que nos permiten ahorrarnos tantas horas de onanismo mental analógico.

¡Tenemos que salvar a las nuevas generaciones!

Rosa Palo dijo...

Yo también me inicié con historias de detectives: el primer libro "de adultos" que leí fue uno de Agatha Christie y, a partir de ahí, me hice íntima de Poirot y de Miss Marple. Ha sido duro abandonar a tantos personajes queridos, pero si uno quiere salir, puede hacerlo. Es cuestión de fuerza de voluntad.

Me encanta leer sus cabeceras: "Piticli con su zarzaparrilla en el páramo". ¡Es que me lo imagino perfectamente!