miércoles, 13 de febrero de 2019

SAN VALENTÍN

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 12 DE FEBRERO DE 2019

Cuando era una chiquilla, mis compañeras y yo llegábamos el 15 de febrero a clase tarareando "Hoy es el día de los enamorados": todas habíamos visto la película en la tele la tarde anterior, y a todas se nos había quedado grabada la canción. Con nuestros uniformes, las calcetas enrolladas a media pierna y el pelo recogido en una coleta, éramos tan ingenuas que creíamos que los problemas de pareja se reducían a que Conchita Velasco se mosqueara con su novio porque iba mucho al fútbol, tan inocentes que nuestra idea del amor culminaba con un fundido a negro después del beso final, tan idiotas que pensábamos que San Valentín era un señor con sombrero. Después, cuando empecé a salir con chicos y a pintarme la raya del ojo en el ascensor de casa de M. porque nuestros padres aún no nos dejaban maquillarnos, recibir un regalo el Día de los Enamorados era la señal inequívoca de que sí, de que le gustabas. Hasta que llegó un día en el que ya no necesitamos esa señal porque había otras aún más inequívocas, como que te metiera la lengua hasta el corvejón. En ese momento, dejé de celebrar San Valentín. Y así seguimos.

Pero San Valentín se empeña en perseguirme: me llegan escapadas románticas, cenas para dos, hoteles con encanto, memes con corazones, playlists para enamorados. Y hasta un sorteo de un succionador de clítoris, que no sé ni lo que es. Tampoco sé ya lo que es vivir dentro de una canción de amor o de un ramo de rosas rojas. La poesía cursi de San Valentín se ha convertido en prosa cotidiana: en encontrarme una botella de leche fría por la mañana y unos pies calientes por la noche, en saber cuándo no hay que dirigirme la palabra y en escucharme cuando tengo ganas de hablar, en mentirme diciéndome que me queda bien un vestido imposible o en que sigo teniendo la misma cara de cría que hace treinta años, en recibir un mensaje deseándome suerte con la reunión y otro preguntándome qué tal ha ido todo. No es romántico, vale. Pero es mejor. Casi tanto como el "Dilema de amor", la cumbia epistemológica de Les Luthiers: "¡Qué bonito mi amor!, / hacer cada día / juntitos los dos / ¡la Espistemología!". Eso sí que es una canción de amor, y no las de Pablo Alborán. 



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