PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 13 DE MARZO DE 2018
Qué difícil resulta abstraerse de todo el
dolor que nos rodea en días como hoy. Qué duro es escuchar las noticias,
leerlas. Qué raro es ver que un paisaje luminoso que tú asocias con las risas y
con las cañas al sol se ha convertido en un lugar oscuro, terrible y frío. Qué
complicado es no dejarte llevar por la ira y por la furia. Por eso, en días
como hoy achuchamos más que nunca a nuestros hijos, y los estrujamos, y los llenamos
de besos y de mimos, pensando que un abrazo puede exorcizar los demonios que viven
cerca de nosotros, convencidos de que nuestros besos pueden protegerles del
mal.
Al mío no le he podido dar estos días todos
los achuchones que hubiera querido. El tío, que se me ha ido a París. De viaje
de estudios, dicen, como si fuera a estudiar algo más que el tiempo que es
capaz de estar sin ducharse: no quiero ni pensar a lo que tienen que oler esas
habitaciones ocupadas por adolescentes que le temen más al agua que Paquirrín a
quedarse encerrado en la Biblioteca Nacional. Ellos allí, invadiendo París de
hormonas y de tontunas sin cambiarse de calzoncillos, paseándose en régimen de
semilibertad por los Campos Elíseos y bloqueando la subida a la Torre Eiffel; nosotros
aquí, un poco nerviosos, un mucho solos, invadidos por la intranquilidad de saber
si comerán, si descansarán, si les lloverá mucho, si actuarán con dos dedos de
frente y si serán capaces de mandarnos un mensaje de vez en cuando, que tiempo para
subir historias a Instagram haciendo el pavo sí que tienen, pero para enviarles
una foto a sus padres, no. Mendigando wasaps, me hallo. Y desubicada, también. Qué
raro es no escuchar un bufido, una cartera golpeando el suelo, una puerta que
se abre a la hora de comer, un paso de comerme las lentejas, mamá, tía. Qué
difícil es, en un mundo lleno de peligros, soltarles la mano y esperar que todo
lo que le hemos dicho, todo lo que les hemos inculcado, haya ido calando en
ellos. Qué complicado es confiar en que ningún demonio les saldrá al encuentro.
Y qué tontos somos estos padres temerosos, que se preocupan por todo y a los
que les cuesta tanto asumir que sus hijos son cada día menos niños y más
adultos. Y que ya se ducharán algún día.
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