PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 20 DE SEPTIEMBRE DE 2016
Si te llamas Soledad Cabello, lo normal es que
acabes poniendo una peluquería en la Gran Vía madrileña; si te bautizaron como
Concepción Díez terminarás escribiendo libros sobre el embarazo, y si Melani
Costa es tu gracia, tienes que ser nadadora. Unos tienen el futuro predestinado
por el nombre que les han puesto; otros se predestinan a sí mismos al cambiar el
original por otro más adecuado a su nivel de megalomanía en sangre: Alejandro
Sanz comenzó su carrera con nombre de emperador, Alejandro Magno, y ha
conseguido que en su imperio nunca se ponga el sol (literalmente, que sus
dominios se extienden desde la finca en Extremadura hasta la casa con
embarcadero en Miami), mientras que Camilo Blanes se puso nombre de papa de
novela de Morris West, autoproclamándose Camilo Sexto (aunque luego cambiara la
“x” por la “s”) y convirtiéndose en vicario del peluconismo en la tierra.
Pero hasta los tocados por la gracia de Dios
envejecen: Camilo Sesto ha cumplido setenta años transfigurado en su propia
caricatura. Y, tras cada una de sus reapariciones, todos nos lanzamos al meme
infinito, al descojone y a dar lecciones: Debería de aprender a envejecer con
dignidad, oigo. Eso es lo que nos gustaría a todos, digo. Porque no se envejece
como se quiere, sino como se puede. Porque hay dignidad, y mucha, en los viejos
atildados de fina estampa que se emperejilan a primera hora de la mañana,
huelen a colonia fresca, usan sombrero y siempre llevan un pañuelo blanco y
planchado en el bolsillo, aun cuando tengan el cuerpo tan retorcido como un
sarmiento, aun cuando necesiten ayuda para levantarse. Pero cuando has sido
guapo oficial, mito viviente y póster de adolescentes, y te miras en el espejo
y ya no te reconoces, la vejez pesa como una losa. Por eso, a veces, la
dignidad también pasa por intentar recuperar el rostro que tuviste. Aunque el
resultado sea desastroso y te acabes convirtiendo en un campo de
experimentación para cirujanos plásticos.
Las que no envejecen ni envejecerán jamás son
las canciones de Camilo Sesto. No necesitan ni bótox en los estribillos ni
silicona en su música, que son incólumes e incorruptas, como el cuerpo del papa
Juan XXIII. Al final, la auto predestinación de Camilo se ha cumplido: gracias
a “Vivir así es morir de amor” o “Melina”, ha bendecido urbi et orbi a tres
generaciones. Y las que quedan. Habemus papam.
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