miércoles, 1 de julio de 2015

BAJO PRESIÓN


PUBLICADO EL MARTES 30 DE JUNIO EN LA VERDAD

Paseando sola en mi ciudad, a lo Betty Missiego, me topo con un extraño combo urbanístico: una clínica de fertilidad junto a una de estética. Están pegaditas, tabique por medio y en perfecta simetría, para que salgas recién fecundada por una puerta y entres por la otra a pedir cita para operarte las tetas, el culo y el muslamen antes de que el útero vuelva a su sitio, que las mujeres de hoy en día no tenemos tiempo que perder. Acabáramos.

Hasta ahora, la única ventaja de estar recién parida era que podías lucir los kilos cogidos durante el embarazo sin sentir un solo gramo de culpabilidad: cubrías tu vacaburrez  con una túnica hecha con la carpa de un circo de tres previsistas, la justificabas con un “Es que acabo de parir” y chimpún. Pero en los últimos tiempos ha surgido una nueva corriente cuya única misión en el mundo es añadirnos más presión que una Coca-Cola mezclada con Mentos: abres una revista y te salta a los ojos una famosa de chichinabo con un bebé en brazos bajo el titular “Luce espléndida tras su reciente maternidad”. Yo, tras mi lejana maternidad, lucía patética: con ojeras, con las tetas como badajos, con caderas de mesonera y con la piel de la barriga tan estirada que podía haber forrado de cuero los sillones de cualquier dictador ugandés. Y todo porque no me hice una “Mommy Makeover”, una operación en la que, aprovechando la anestesia de la cesárea, te recortan abdomen, te ponen las tetas en las amígdalas y te dejan cinturita de avispa: entras a paritorio hecha una Venus de Willendorf y sales como una escultura de Giacometti.  

Naomi Wolf escribió que “La dieta es el sedante más potente de la historia de las mujeres”. Y, aunque a mí estar a régimen me pone de los nervios, lo cierto es que mientras luchamos contra nosotras mismas intentando ser más guapas y más delgadas, no nos rebelamos contra otras tiranías. Por eso dejamos que nos fertilicen, nos recolecten y nos poden como si fuéramos una mata de habas. Y en ello seguimos, que servidora es incapaz de mostrar sus carnes morenas en la playa sin hacer recuento de estrías, michelines y celulitis y sin preguntarse si no estaría mejor con un cortecico por aquí y otro por allá. Arrabal se equivocó: lo que iba a llegar no era el milenarismo, sino el gilipollismo. 



1 comentario:

Hong Kong Blues dijo...

Yo, que soy un gran defensor de la mujer, siento un deseo terrible de regalar cheques de lobotomía a alguna fémina de ésas que, especialmente tras la maternidad, es la mayor enemiga del avance de la paridad.
A su hallazgo añadiría un tercer local adjunto: una bella clínica psiquiátrica (por supuesto, vegana).