sábado, 12 de noviembre de 2011

Cantando voy

Publicado el 25 de octubre en LA VERDAD

Voy cantando por la calle con los auriculares puestos. Sí, cantando. Con poquita voz pero desagradable. Y en inglés, en ese mismo inglés resuelto y patético que me permite decirle a un recepcionista de un hotel en Ámsterdam “Please, give me a plane” (avión) en lugar de “Please, give me a map” (plano), así que imagínense el cuadro. No, no sufran: no llego al extremo de la Duquesa de Alba de ponerme a bailar en medio de la calle, descalza y con los dedos llenos de tiritas (esas tiritas que acercan tanto la aristocracia al pueblo, prueba de que los zapatos nuevos nos rozan a todos, nobles y plebeyos), pero casi. Y buscando canciones para caminar encuentro una emisora donde hacen la selección de música en función de clasificaciones tales como “Me siento tierna”, “Estoy rallada”, “Estoy sonrojada”, “Me siento happy” o “Me siento blogger”, que debe de ser la que oye Cristina Tárrega para inspirarse. Me entra la risa, se me ocurren tres clasificaciones más absolutamente impublicables, y vuelvo a los clásicos.

Miro a la gente que se cruza conmigo y que también lleva auriculares, o esos cascos enormes y ochenteros que les hacen parecer un cruce entre la Dama de Elche y Carmen Lomana vestida de fallera, pero nadie canta, lo cual me sorprende porque mientras voy por la calle asesinando las canciones de Paul Weller (sí, vale, soy una antigua; si quieren moderneo lean los artículos de Jam Albarracín) dejo de darle vueltas a todo lo que me sucede y nos sucede, a las incertidumbres, a los fantasmas internos y a los externos. Y por eso canto: porque mi mal espanto. De hecho habitualmente más que happy me siento como la chica que soñaba con una caja de cerillas y un bidón de gasolina, porque está la cosa que dan ganas de pegarle fuego; qué les voy a contar a ustedes. Reconvierto mi ira escuchando Walls come tumbling down a todo trapo (No tienes que quedarte con esta mierda, no tienes que quedarte sentado y relajado, realmente puedes intentar cambiarlo), que no hace falta tener pinta de okupa para rebelarse, oiga, que una se puede rebelar finísimamente, y pienso que sí, que los muros pueden caer, y que puedo hacer algo más que maldecir y lamentarme, y que a esto podemos hacerle frente, y voy tamborileando con los dedos sobre el muslo derecho. Y apago la cerilla.

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