PUBLICADO EL MARTES 8 DE SEPTIEMBRE DE 2015 EN LA VERDAD
Acabo de dejar al heredero en el colegio.
Lleva encima un sueño que ni les cuento, libros que huelen a nuevo y un
pantalón del Primark. Sí, del Primark, que soy una madre desnaturalizada: si
fuera por las revistas, servidora se tenía que haber gastado tres sueldos en un
pantaloncito corto de Dolce & Gabbana, medio en unas zapatillas de Boss y
la extra de verano en un jersey de Burberry; así iría con el conjunto ideal
para restregarse por el patio del colegio y mancharse con rotulador del que no
salta. Si las cabezas están malas, las de las editoras de moda están para lobotomizarlas.
Mi abuela, que había sido modista de joven, me
hacía vestidos aprovechando cualquier retal. Ahora Suri Cruise, la hija de Tom
Cruise y Katie Holmes, tiene un armario valorado en tres millones de euros, la retoña
de Kim Kardashian llena de babas y mocos una cazadora de Balmain de 1.300
pavos, y la pequeña de Beyoncé se tira helados de chocolate sobre minivestidos
de Dior. Y, encima, no les dura ni una puesta, que todos los niños del mundo,
hasta los de los famosos, tienen la malísima costumbre de crecer sin pedir
permiso: de una temporada a otra las camisetas les quedan por encima del
ombligo, los pantalones les están más ajustados que los que llevaba Ramoncín
cuando era el Rey del Pollo Frito y los tenis no les caben ni envolviéndoles el
pie como a las geishas.
Pero todavía puedo llorar por un ojo, porque
tengo un niño y no una niña: en cuanto las crías crecen un poco, encontrar ropa
adecuada para su edad es un imposible. Es tal la afición de las marcas por vestirlas
como a camareras de un bar de Benidorm, que hasta les ponen relleno en la parte
de arriba de los bikinis. Hipersexualización infantil, se llama. Y aquí no hay
lucha de clases alguna, que lo hacen tanto las firmas carísimas como las
baratas. Decía Rousseau que la infancia tiene sus
propias maneras de ver, pensar y sentir, y que no hay nada más insensato que
pretender sustituirlas por las nuestras. Convertir a las niñas en tronistas de
once años es una insensatez. Con esos modelos que les proponemos, que luego no
nos extrañe si, antes de cumplir los veinte, salen contando que
Paquirrín se tira pedos cuando hace la caidita de Roma. Así estamos.
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