martes, 15 de febrero de 2011

Engoyá viva

Viernes. Interior noche. Bar.
La gente no para de desearme suerte (¿¿¡¡por qué!!??). Empiezo a pensar que estoy nominada al Goya a la Petarda Revelación y no me he enterado.

Sábado. Interior noche. Casa de la ¿nominada?
Preparo la maleta, que consiste básicamente en dos bragas, dos camisetas y unos calcetines. El resto lo ocupa la sección de perfumería y cosmética de El Corte Inglés. Luis se queja de que no le cabe nada. "Lo siento", le digo. "Tú no vas a los Goya".

Domingo. Interior día. Coche del marido de la ¿nominada?
Reyes y yo no paramos de elucubrar acerca de qué nos deparará la noche, hablamos de los modelos, los maquillajes... Luis desiste en sus intentos de sacar otro tema de conversación. Hacemos una porra y nos apostamos la friolera de 5 euros.

Domingo. Exterior día. Frente al Teatro Real.
La gente se arremolina en los alrededores del Real: cámaras de televisión, aficionados... todos comentan algo sobre los Goya. Y yo pienso: "Sí, sí, pero vosotros no vais a entrar". Ya me conocen: son estas pequeñas mezquindades las que me mantienen viva.
Nos metemos en la Taberna del Real para picar algo. El camarero hace honor a la fama de mala follá que su gremio tiene en Madrid: nos mira como si fuera el ama de llaves de Rebeca, en esa mezcla única de desprecio y altanería que se traduce en "aunque les esté sirviendo, soy mucho mejor que ustedes, que son gilipollas por pagar un plato de queso a 16 euros". Y, después de ver los precios, creo que lleva razón. El camarero sólo emite sonidos guturales: para decirle a Reyes si quiere otra caña, le gruñe. Jurao. Nos devuelve un montón de calderilla; no sé si quiere que le dejemos veinte euros de propina por haber tenido la oportunidad de ver de cerca a un espécimen semejante. Dudo si dejárselos haciéndole la recomendación de que se los gaste en un buen logopeda. Al final, decido que siga conservando su propio lenguaje, que en esta España nuestra todos tenemos derecho a hablar como nos salga de la laringe.

Domingo. Interior día. Hotel.
Luis, inteligente, se larga para dejarnos solas en la sesión de chapa y pintura. Ante el espejo empiezo a arrepentirme de no haberme hecho una rinoplastia de urgencia y, una vez más, constato el hecho de que los hoteles siempre los diseñan los hombres: por una vez hay un espejo de aumento, pero ninguna luz sobre él que te permita retocarte las cejas en condiciones. Con el mismo pulso que el Marqués de Villaverde operando después de una farra (vamos, con un tembleque que pa qué) consigo que mi eye liner quede presentable. Me visto intentando que las carnes estén en su sitio: por fuera luzco ligera como una pluma; por dentro, soy el acorazado Potemkin. Las medias reductoras no reducen, sólo mueven las mollas de un sitio a otro. Oculto el pelo de la dehesa como puedo. Entra Reyes. "¡Qué guapa!", le digo. "¡Y tú!", me dice, que la muchacha es muy educada. Intentamos que nos quepa todo en nuestros mini bolsos (excuso decir que no lo conseguimos; me planteo si meterme los cuartos en la tetera; lo descarto ante la posibilidad de que las monedas se vayan a algún sitio que no deben).
Luis ha vuelto, bajamos al vestíbulo donde nos esperan Juan Diego, Ramón, Juan Antonio Porto con su Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en la solapa (¿he dicho ya que es el hombre al que más quiero en el mundo, verdad?) y Kike Aganzo, al que sólo conocía virtualmente y que me parece absolutamente encantador. Descubro que ir vestida de gala no es tan duro como parece, lo llevo hasta con dignidad.

Domingo. Exterior noche. Lluvia.
Descubro que la dignidad me dura hasta que salgo a la calle: ¡maldita lluvia, maldito Madrid! Los 500 m hasta el Real se me hacen eternos; una carrera de obstáculos para un vestido largo con tacones: charcos, socavones, resbaladizas calles cuesta abajo. Es una noche de lluvia en Madrid y sí tenemos sitio a dónde ir, pero ¡lo que cuesta llegar! Y, por supuesto, todas las puertas están cerradas. "No, por aquí no, tiene ustedes que ir por el lateral" Pero si no hace falta que se explique, jefe: ¿cómo voy a entrar yo por la misma puerta que Imanol Arias, que está aquí, al ladico mío? Primer ¡ay! de la noche.
Nos acercamos a la puerta principal. No veo nada, sólo oigo pitidos y consignas de los manifestantes. Jugamos a acertar quién está entrando en cada momento por los decibelios del griterío.

Domingo. Interior noche. Teatro Real.
Entramos por el lateral. "Espera, Juan Antonio, antes de subir vamos al hall". Bueno, al ¡¡¡¡jaaaaaarrlll!!!, porque así, nada más llegar y que recuerde: Pepe Sacristán que se choca con Reyes, Ana Álvarez (guapa no, lo siguiente), que estuvo en el FICC y a la que Reyes saluda, se preguntan por los hijos, ya saben, esas cosas que te hacen creer por un momento que tú perteneces a la misma tribu, Álvaro de Luna y su encantadora mujer, a los que Reyes también saluda (¡que sí, que somos de los vuestros!), Massiel, enanica, todo cabeza y tetas, Roque Baños ("Señor Baños, mucha suerte"), Alberto Iglesias, Albert Espinosa, Eduardo Campoy, director de la Academia de Cine (momentazo, es íntimo de Porto y nos lo presenta)... empiezo a hiperventilar.

Domingo. Interior noche. La gala.
Ocupamos nuestros asientos del anfiteatro. No veo una leche; compruebo que en las entradas aparece el diagnóstico de un oculista: visibilidad reducida. Me da lo mismo, yo hubiera visto la gala en directo aunque fuera colgada de una lámpara. Delante de nosotros se sienta Miriam Ocáriz; no la reconozco con el pelo largo. Por cierto, que Leonor Watling lleva un diseño suyo que no le favorece nada. Mientras, en la pantalla central vemos imágenes de la entrada; aparece Sinde junto a de la Iglesia: carcajadas entre el respetable ante la cara del dimitido Presidente. Me gusta mucho el Jesús del Pozo de Sinde.
Comienza la gala. Buenafuente se mueve por el escenario y mi vista empeora; paso de "reducida" a "nula". Dos pantallas en los laterales intentan curar mi ceguera momentánea, pero ni el doctor Barraquer ni ná, porque de vez en cuando se olvidan de emitir la señal. . Estoy sentada justo al lado de la mesa de control; por los pinganillos se oyen frases muy propias de los de realización de estos eventos tales como "me cago en la puta", "vaya una puta mierda" "pero ¿qué coño estáis haciendo?", "vamos, vamos, vamos, que se nos escapa" y sobre todo "¡a Maragall le suena el móvil, a Maragall le suena el móvil"!
Definitivamente, la gala se ve mejor en casa, con tu cigarrico, tus zapatillas y tu vodka con tónica. No sé dónde meter las piernas, me arrepiento de no haberme puesto el Tena Lady, hace calor y tengo hambre. Pero soy feliz.
Álex de la Iglesia suelta su discurso. Pocos aplausos en el Real; por cierto, tras la emisión de cada video por lo bajini se oyen aplausos pregrabados que se mezclan con los del público.
Porto se emociona al ver las imágenes de los compañeros que ya no están, también durante el discurso de Mario Camus, Goya de Honor y gran amigo suyo (han trabajado juntos en diversas ocasiones). Se ríe al ver a Sinde ("Salió en mi primera película - Boris- ¡con 45 días! Su padre la llevó al rodaje sin que lo supiera su madre") y nos ameniza la gala con comentarios jugosísimos e irreproducibles. Desde aquí propongo a Porto como tertuliano para el Sálvame Diario; va a dejar en mantillas a Charo Vega.
El personal comienza a aburrirse y se dedica a mandar mensajes. Yo no tengo casi cobertura.
Sale Juanjo Puigcorbé con Rosa María Sardá. Temo por la vida de Emilio Aragón, que está en la platea a puñetazo y medio de Puigcorbé.
Termina la gala. Quiero verla en mi casa a ver si me entero de algo. Reyes ha ganado la porra.

Domingo. Interior noche. El cóctel.
¡Al fin, un aseo! Restauradas y con 500 ml menos de líquidos, bajamos a la segunda planta. La hiperventilación pasa a ser fibrilación. "¡No proceso, Reyes, no proceso!" es la frase de la noche; soy incapaz de acumular tanta información mientras escaneo la sala: a mi derecha Antonio de la Torre, y de ahí y en ángulo de 180º Alberto Ammann, Hugo Silva, Icíar Bollaín, Paul Laverty, Carlos Santos, Laia Marull, Marina Gatell, Lucía Etxebarría con el acompañante más estiloso de la noche, María Luisa San José, Isabel Prinz, Dafne Fernández, Xabier Elorriaga (altísimo), María Comas, la niña ganadora del Goya por Pa negre... ¡y Yola Berrocal! (mira por dónde, no soy la única impostora) Y (otra exclamación) ¡un tío en chándal! que no era Óscar Jaenada.
Me da miedo sacar la cámara y avergonzar a Porto; el pobre no entiende que estemos tan emocionadas. "¡Pero si son gente normal, coño!", me dice todo el rato. Hombre, lo de Ammann no es normal, señor Porto. Y lo de Hugo Silva, tampoco.
Anda, pero si conozco a alguien: Pablo Blanco, montador y productor que ha estado en el FICC este año. Lo saludo dándome el pisto. Manolo Zarzo se nos presenta presumiendo de segunda esposa: Zarzo tiene 78 años y su mujer (morena, alta, guapetona) rondará los cuarenta (aquí pisto nos damos más de uno). Me giro: Trueba ve a Juan Antonio Porto y se para a hablar con él ("ha sido alumno mío", nos dice después Porto). Me muero.
La comida no aparece por ninguna parte y servidora ya se ha echado tres cervezas al estómago vacío. Ya sé que dedicarse al cine y pasar hambre es la misma cosa, pero se están torrando. Aparece un camarero: "Por favor, pasen al salón Goya donde estamos sirviendo unos aperitivos". Y en el salón Goya: Trueba charlando con Mariscal (Goya al Mejor Largo de Animación por Chico y Rita), Leire Pajín (de esta muchacha no digo nada, sólo aporto el enlace del Facebook y el comentario de Reyes acerca de sus zapatos rojos) y Pasqual Maragall. Nos ponemos de cháchara con el productor de Bicicleta, cuchara, manzana (Goya al Mejor Documental), encantador, que nos hace una foto con Mariscal. Reyes, al quite: "Hemos puesto su película en el FICC".
Tengo el Goya a dos centímetros: en tres segundos ideo un plan perfecto para robarlo; en dos, lo desecho. Efectivamente, no me cabe en el bolso. A los próximos Goya voy con un shopping bag y que le den por saco al estilismo.
Otro momentazo: aparece ¡Fernando Chinarro! Sí, sí, el Señor Chinarro de "Los payasos de la tele". Me abalanzo hacia él para hacernos una foto ("lo de la fama de este hombre es increíble", afirma su acompañante, que por lo visto no sabe que es el ídolo de una generación) mientras que por el rabillo del ojo miro por si aparece Puigcorbé persiguiendo a Emilio Aragón y, con Chinarro, ya tenemos el episodio de hoy.
Tras el chinarrazo me tiro a por los canapés, mejor dicho, me tiro los canapés: una masa de morcilla con manzana cae sobre mi vestido. Con un donaire entre Santurce y Bilbao, me arremango la falda luciendo las pantorrillas. Reyes ya no puede comerse ni un petit four más, Porto comienza a dar señales de cansancio y decidimos que es el momento de irnos. Todavía nos da tiempo a que Porto ayude a Carmen Alborch a ponerse el abrigo.
En la puerta, Lola Dueñas pide un taxi. "¡Lola, Lola!" "Ay, que te he quitao el taxi!" "Que no, que sólo quería decirte que te adoro" "¡Qué bonica, dame dos besos!" Muac, muac. "Pero ¿seguro que no quieres el taxi?" "Que no, Lola, gracias" "Pues nada, hasta luego. A la Plaza de Santa Ana, por favor". Y ahí perdí la oportunidad de colarme en un fiestón, porque un "Lola, compartimos taxi" hubiera quedado estupendo, pero mi falta de reflejos es antológica. Veo a Lola Dueñas de cerca y la cámara no le hace justicia, es muy bonica. No se me va de la cabeza la imagen de María Navarro. Los misterios de la genética.
Porto se va y nos deja felices, un poco piripis (yo me despido hasta de los técnicos del Teatro Real), y volvemos andandico al hotel.

Domingo. Interior noche. El hotel.
Luis duerme como un bendito. En plena euforia goyesca y sin nadie con quien comentar la jugada, me dedico a enviar mensajes.

Lunes. Exterior día. El retonno.
Llamo a Telefónica para que me prohíba mandar mensajes a partir de las tres de la mañana. Nos entonamos con un chocolate con churros, y al ladico del hotel me encuentro con Escaleto (esto es sólo para los fans irredentos de "Sálvame"; ellos sabrán quién es). Va por la calle en la que vive J. J. Vázquez; lo mismo va a despertarlo con unos croissants rellenos de Obegrass y las audiencias del De Luxe.
Pasamos a ver a Sonia un momento antes de irnos (un beso, guapa). En el coche, llamadas y más llamadas: "¿Qué taaallll?". "¡Fenomenaaaalll!". Me llama Porto: "Oye, que ayer no me acosté hasta que me acordé del título de la película de Camus. Era La vieja música, que lo comprobé en los libros". Me suena raro lo de "lo comprobé en los libros"; ni Wikipedia ni leches, "los libros". Qué rápido nos acostumbramos a lo nuevo, porque mi Larousse ilustrada duerme el sueño de los justos en una estantería.
En casa, y en pleno proceso de desgoyización acelerado por un "¡Mamá, hazme la cena!", leo que Álex de la Iglesia ya está rodando a esa misma hora en Cartagena. Lo de este tío es increíble. Igual que lo mío: he estado en el 25 aniversario de los Goya. Pellízquenme.

jueves, 10 de febrero de 2011

Me voy a los Goya

Me voy a los Goya. Y lo primero que se preguntarán ustedes es "¿Qué te vas a poner?", porque es exactamente lo que me ha preguntado todo el mundo. No "¿Cómo lo has conseguido?" ni nada por el estilo, no. Convencida de que a Vargas Llosa le preguntaron lo mismo cuando dijo que le habían dado el Nobel, les aclaro la duda: vestido gris largo de French Connection, chaqueta negra de Tara Jarmon, broche de Fairly, zapatos de Adolfo Domínguez, pelo Tita Thyssen Hair Style (vamos, que me peino yo con los consejos inestimables de mi coiffeur Antoñito) y cara Ikea Make-Up (vamos, que también me maquillo yo) realizado a base de todas las muestras que he podido conseguir. De hecho, las dependientas de El Corte Inglés están empezando a sospechar de mis "extraños" problemas de piel que me obligan a probar los productos antes de llevármelos; esas dependientas de cosmética que han tenido que estudiar Químicas para colocarte un contorno de ojos de 125 euros (enzima LOXL, flavonoides, alfahidroxiácidos, retinol, ácido hialurónico, péptidos, kinetina...), que sólo utilizan infinitivos acabados en -ar (alisar, reafirmar, detoxificar, afinar, sublimar, iluminar, reactivar, regenerar) y que tienen una maravillosa pronunciación del francés (no saben ustedes la cantidad de formas distintas que hay de decir "Fond de teint sérum régénérateur d'eclat"; aquí la pronunciación varía mucho si eres de Santa Lucía, que vas más por lo parisino, o si eres de la Calle del Alto, que te sale un acento marsellés que pa qué).

Lo segundo que me dicen: quieren que
- me haga muchas fotos para ver el modelo
- me haga muchas fotos con actores famosos
- les pida autógrafos
- twittee la gala
- les mande un SMS diciéndoles dónde estoy sentada (¿¡!?)
- les salude (¿¿¡¡??!!)
todo ello subida a unos tacones de vértigo, cuando no saben que voy a concentrar la poca energía que me queda en no meterme un goyón subiendo las escaleras del Teatro Real. Porque ¿les he dicho que este año los Goya son en el Real? Tenemos una suerte de mil demonios: marco incomparable, movidón en la Academia, manifestantes en la puerta contra la ley Sinde... ¿qué más se puede pedir? Y, en medio de todo ello, servidora al más puro estilo Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí. Menos mal que voy acompañada de nuestro hombre en la Academia, Juan Antonio Porto, del cual ya les hablé en A dos grados Porto de Clint Eastwood, el hombre al que más quiero en el mundo en estos momentos con permiso de mi santo esposo, y de mi Reyes de mi alma que, además de llevar 30 años de festivales en la cabeza, lo mismo se toma un gintonic con Gemma Cuervo que se mete en un submarino con José Luis Garci.

Nos advierte Porto que, una vez que nos sentemos, ya no se sale ni al cuarto de baño. Estoy pensando seriamente en sondarme y no ingerir líquidos hasta el lunes por la mañana, en una terapia radicalmente conductista destinada a acabar con mi eneuresis maduril. Y como estará por allí Concha Velasco, siempre puedo pedirle un Tena Lady, que seguro que lleva en el bolso. Si le cabe, claro, porque ¿me pueden explicar ustedes cómo quieren que meta el tabaco, el móvil, el dinero, los Smint, la nariz roja de payaso, la Moleskine y el brillo de labios en un bolsico apropiado para la mujer de David el Gnomo? O para Lara Rodríguez, que viene a ser lo mismo.

Así que entre mis intentos de no parecerme a Belén Esteban cabalgando sobre sus FURIEZZA ("Para una mujer elegante, sofisticada y pasional que busca el éxito en los eventos a los que acude", reza su línea de FIESTA, ¡si es que nos definen perfectamente a las dos, qué ojo clínico!), encontrar el bolso perfecto, no babear delante de los famosos, sobrevivir al abrazo de boa constrictor que supone llevar un sujetador con la espalda baja, estar constantemente de frente ("de perfil pareces una gitana preñá", me suelta mi santo, "pues tendrás que andar como una egipcia", replica Juan Diego) y, sobre todo, que no descubran que soy una impostora (tengo la sensación de que todo el mundo se va a preguntar "¿pero qué hace esta tía aquí?"), estoy engoyá perdía. Pero eso sí, más feliz que un chambi, agradecida y emocionada, igualica que Lina Morgan. Y ustedes, por si acaso, pongan una velica a San Luis García Berlanga para que no me caiga, que me veo con los piños clavaos en la alfombra roja.

Voy a entrar en la web de Louis Vuitton a ver si tienen sondas de fiesta. Les cuento la semana que viene. Felices Goya.