lunes, 25 de marzo de 2019

AZUL

PUBLICADO EL MARTES 19 DE MARZO DE 2019 EN LA VERDAD

"¡Ay! Qué difícil es acertar con un hombre, ¿verdad?", me dice, en pleno ataque de sororidad, la dependienta de la planta de caballeros de El Corte Inglés al verme al borde del parraque revolviendo entre polos de colorines y camisas de rayas. "Han venido ya hoy varias señoras desesperadas, como usted". Acabáramos: el no saber qué regalarle a un tío al que ya se lo hemos regalado todo nos hermana más a las mujeres en la lucha contra el heteropatriarcado que la brecha salarial. Acto seguido, la dependienta intenta sacarme de mi padecimiento proponiéndome que le compre a mi santo un polo naranja. Naranja. Como si eso fuera un color posible para un hombre monocromo que se mueve en la gama de azules del Pantone. "En fin, tenía que intentarlo. Que haya suerte", me dice mientras dobla el polo.

Cambio de planta y voy a la de perfumes. A la media hora, y mareada por los olores a madera, a cedro y a limón salvaje del Caribe, estoy peor que si me hubiera fumado un porro, Amparo. Descarto las colonias junto con las corbatas, los calzoncillos y los calcetines, que esos son regalos de ir a visitar al abuelo a la residencia, y pruebo con las cajas de experiencias sensoriales. Cenas gourmets, masajes en balnearios, viajes en globo y conducción extrema. Para conducción extrema ya tiene bastante con ir conmigo de copiloto, y la única experiencia sensorial que realmente le apetece es ver cómo gana el Madrid, algo que aún no está en mi mano. En medio de mi agonía, empiezo a echar de menos que mi santo no sea como Don Pantunflo, un hombre filatélico, numismático y colombófilo al que poder regalarle un sello conmemorativo, una moneda de plata o una paloma mensajera, aunque tuviera que convertir la buhardilla en un palomar. Definitivamente, Doña Jaimita lo tenía más fácil que yo. 

Abatida, vuelvo a la planta de ropa de caballeros y le compro una camisa azul. Creo que ya tiene tres exactamente iguales, pero para qué vamos a poner en juego un matrimonio por tratar de innovar, que una empieza regalando un polo naranja y acaba en un local de intercambio de parejas: no abramos la puerta a lo desconocido. Mientras estoy en la cola para pagar, recibo una llamada de mi suegra. "Hazme un favor y cómprale algo a tu marido de mi parte", me dice. Me he echado a llorar.   

PANTOJISMO POLÍTICO

PUBLICADO EL MARTES 12 DE MARZO DE 2019 EN LA VERDAD

Hubo un tiempo en el que salías a comer con tus amigos un sábado y hablabas de lo tontos que están los críos, de las pocas esperanzas que tenías de ponerte bikini ese verano, del último libro que habías leído y de la serie que estabas viendo. Fueron años tranquilos en los que lo único que te llegaba por wasap eran felicitaciones de cumpleaños, invitaciones de comunión y memes que ya habías vito en Twitter. Ahora, no: ahora, en cuanto vas por la segunda cerveza, las conversaciones con los colegas se convierten en una suerte de debate político tenso y vociferante, de los de carajillo en la mano y palillo en la boca, mientras que por el móvil sólo recibes panfletos incendiarios destinados a ponerte de mala leche desde primera hora de la mañana. Estoy empezando a echar de menos al negro del wasap. 

Vivimos en un momento donde no hay espacio para los matices. Y una, que se ha manejado siempre en la gama cromática de los grises topo, de los azules oscuro casi negros y de los rosas palo, no sabe cómo moverse entre rojos chillones, azules eléctricos y naranjas fosforitos; una rueda cromática ácida y agresiva encaminada a encandilarte echando mano de los instintos primarios, los mismos instintos que te provocan ganas de salir a la calle con una lata de gasolina en una mano y un mechero en la otra, endevé la mierda de la Sole. Y esos son, precisamente, los días en los que hay que hacer ejercicios espirituales de democracia, en los que hay que intentar distinguir tus propios pensamientos del ruido de fondo que se ha generado interesadamente, como cuando el crío te vuelve loca pidiéndote un móvil, y joer, mamá, y que el mío está hecho polvo, y que necesito otro nuevo, y que lo necesito ya, y una tiene que aguantar la brasa a la hora de desayunar, de comer y de cenar, que estos niños son incansables. Pues eso: que estamos en un período de política adolescente, regido por las pulsiones, el griterío y la inmediatez del resultado, y no por la reflexión, el equilibrio y el diálogo. Y que estoy hasta la peineta. Del pantojismo político, digo. Del conmigo o contra mí. De la polarización política y social. Y de que intenten embutirme en un vestido que no me gusta dos tallas más pequeño. A punto estoy de que me revienten las costuras. 



EL LIBRO GORDO DE PEDRETE

PUBLICADO EL MARTES 26 DE FEBRERO DE 2019 EN LA VERDAD

Miren que me cuesta a mí escribir estas columnas: sangre, sudor, lágrimas, cinco cigarrillos y dos cafés, para ser exactos. Miren que yo escribo, y repaso, y borro, y vuelvo a borrar; total, para juntar 400 palabras de nada que mañana acabarán envolviendo media docena de huevos. Y para que, encima, me llegue un tío, con ese tumbao que tienen los guapos al caminar, y se plante un libro de más de 300 páginas. El libro gordo de Pedrete. En fin. 

Dice Stefan Zweig en sus memorias (y eso sí que son unas memorias) que “Toda forma de publicidad significa un estorbo en el equilibrio natural del hombre”. Acabáramos: a Sánchez no sólo no le estorba la publicidad, sino que la busca. Desesperadamente. Y sólo desde esa búsqueda, y desde la altura himaláyica de su autoestima, se puede entender que haya perpetrado este libro, más hagiográfico, más vacío y más cursi aún que las memorias que publicó Tita Cervera en "¡Hola!". Las interesantes eran las de su ex Espartaco Santoni: cuenta que, después de una noche de sexo salvaje con Tita, ella se levantó con las hemorroides tan inflamadas que “parecían un ramo de uvas”. O las memorias de Alfredo Landa, que le costaron enemistarse con media profesión y que fueron escritas maravillosamente por Marcos Ordóñez: en ellas describe con todo lujo de detalles cómo Amparo Soler Leal y Alfredo Matas le invitaron a una cama redonda con Maurice Ronet. Eso sí que son líos de cama, y no contar que has cambiado el colchón de la Moncloa.

Tampoco lo es el asunto de Albert Rivera con Malú: una generación que se levantó una mañana desayunándose con el idilio entre Boyer y Preysler, ya no se sorprende de nada. Ni siquiera de que Jesús Calleja y Mercedes Milá presenten las memorias de un presidente del gobierno. Ni de que Sánchez justifique su llamada a "Sálvame" afirmando en el libro que él tiene"amigos varones, profesionales de reconocido prestigio en sus ámbitos, que ven ese programa". El "Yo tengo amigos que ven Sálvame" de Pedro Sánchez es tan tonto como el "Yo tengo amigos de izquierdas" de Carmen Lomana. A estas alturas, lo único que nos dejaría picuetos sería ver a Sánchezsentado un sábado en el "Deluxe". Pero no lo hará. Le da miedo Conchita la poligrafista. Toma, y a mí. 

FEMENINA

PUBLICADO EL MARTES 5 DE MARZO DE 2019 EN LA VERDAD

Acabo el domingo derrengada en el sofá viendo la entrevista de Jordi Évole a Tita Cervera en "Salvados". Ella, iluminada como un Caravaggio y brillante, como un suelo recién encerado, a la pregunta "¿Es usted feminista?" contesta "Soy femenina, las mujeres somos muy bonitas y muy guapas, muy especiales, y somos las mamás de los hombres". Lo suelta sin despeinarse, que ella ya viene despeinada de casa. Menos mal que Tita, que es más lista que el hambre, habla a continuación de la necesidad de equiparar sueldos porque hombres y mujeres somos igual de inteligentes. Acabáramos. Pero es que una señora que tenía un Lichtestein en el cuarto de baño puede ser lo que le de la gana: femenina, perro, gato, unicornio, mamá de hombres o de dragones. Las demás mujeres, las que en el aseo sólo tenemos un mueble de Ikea mal montado, sólo podemos ser feministas. 

El feminismo es el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre, tal y como lo define la RAE. Punto. Que todavía tengamos que estar explicando estas cosas a estas alturas es alucinante. Que todavía haya gente que no se defina como feminista porque lo identifica con un grupo de tías feas, gordas y sin depilar que odian a los hombres y que salen a las calle con unas tijeras de podar dispuestas castrarlos, es más alucinante aún. Entre eso, el ruido de fondo y los listos que intentan capitalizar el feminismo para anotarse un tanto, estamos apañadas: no sé si me da más miedo un cavernícola ignorante o un modernito al que se le cae la fachada en cuanto rascas un poco con la uña. 

Lo cierto es que yo no soy ni bonita, ni guapa, ni especial, pero sí soy mamá de un hombre. El hombre que ahora mismo está con una gripe virulenta que lo tiene sin comer, hecho un vendo, tirado en el sofá. El hombre que recibe por igual los cuidados de su padre y de su madre: los besos de uno, los mimos de otra, el paracetamol de los dos. El hombre que con catorce años se define como feminista porque es de sentido común que todos tengamos los mismo derechos y las mismas oportunidades, mamá, hija. Pues eso, Tita, hija. Que voy a ver si arreglo el mueble del baño, que el segundo cajón se me atranca cada vez que intento abrirlo.