PUBLICADO EN LA VERDAD EL 5 DE MAYO DE 2015
Cuando a una le gustan tanto las
multitudes como ver la procesión del Miércoles Santo con Falete sentado en sus
rodillas, tiene muchas posibilidades de que la vida (cruel, cínica,
sorprendente) la ponga en la peor de las tesituras posibles. Y meterse en un
recinto con 30.000 modernos enfebrecidos, enfervorizados y encerveceados, lo
es. Pero, por amor, se puede creer que un cielo en un infierno cabe.
Me enamoré de Morrissey como una
colegiala (mejor dicho, siendo una colegiala) un día a volver de clase: “This
charming man” salía desde lo más profundo de un bar por el que pasaba todas las
tardes. Me paré en la puerta, me abrí de orejas y los calcetines del uniforme
se me cayeron al suelo. Y así empezó la historia de amor más larga que he
tenido en la vida. Seguía siendo la rara, la pava, la asocial, pero nunca más
volví a sentirme sola: había encontrado a un tipo de una ciudad de provincias que
contaba lo mismo que le pasaba a una tipa de otra ciudad de provincias,
separados los dos por un montón de kilómetros, un mar y un idioma. Y al tipo,
que sonaba a veces triste y angustiado, otras pícaro y divertido, siempre
ambiguo, lo acompañaba una guitarra turbadora.
Yo crecí, el grupo se disolvió y el
tipo siguió cantando. Y el engreído, excéntrico, bocazas y gordo Morrissey (¿cómo
puede un vegano radical estar hecho una vacaburra?) me siguió salvando de mí
misma. Por eso amo sus canciones atormentadas y extrañamente liberadoras con
tanta intensidad como odio sus tonterías. Por eso perdono sus aires de diva
decadente como las pantojistas perdonan a Isabel sus delitos. Porque Morrissey es
un gilipollas, pero es mi gilipollas.
Dispuesta a inmolarme por la
causa, acudí al concierto con más prejuicios que López Vázquez a un guateque
yeyé: en el bolso, una navaja afilada para rasurar a las hordas de modernos y,
en la boca, una lengua más afilada aún para criticar a las que llevan unos
shorts tan cortos que se tienen que hacer la brasileña para ponérselos, a las
que que se disfrazan de heroínas de Éric Rohmer sin saber quién es Éric Rohmer,
y a las descatalogadas por Stradivarius. Pero vi a Morrissey cantar mientras
sudaba bajo un atuendo de marinero de “Star Trek”, y volví a tener 13 años. Y
no saqué la navaja. Y sobreviví al SOS. Y fui feliz. Tanto, que creo que me
está saliendo barba.
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