PUBLICADO EN LA VERDAD EL 21 DE ABRIL DE 2015
“¡Qué mayores estamos, nena!”, me dice
mi santo mientras vemos a Ana Belén y a Víctor Manuel charlando con Pepa Bueno.
Sí, estamos mayores, pero sólo Víctor, él y yo, porque Ana, la jodía, ha
firmado un pacto, no sé si con el diablo o con la mejor esteticista de Madrid, y
ahí está viendo pasar el tiempo, delgada, guapa, entusiasmada, la musa
intergeneracional hecha más de hueso que de carne, la tipa que consiguió
convertir una boca fea en una sonrisa hermosa, tan pizpireta y tan juncal como
cuando cantaba “España, camisa blanca de mi esperanza” en el 84.
Y sí, estamos mayores porque nos
sabemos sus canciones, las de ella y las de Víctor. Y porque nos cuesta tres
días recuperarnos de una juerga, porque amanecemos como si el mercancías de las
4:30 nos hubiera arrollado durante la madrugada, porque nos tomamos un
protector de estómago antes de salir a cenar y porque hemos sobrevivido a
conciertos, fiestas, decepciones, angustias y tristezas, a la cebolla
caramelizada y a las reducciones de Pedro Ximénez. Tenemos mucha calle detrás,
que dice la Esteban. Y más de la mitad de esa calle la hemos recorrido juntos.
Nos conocimos sin canas, a estrenar. Él
fumaba Ducados, yo Fortuna a escondidas. Ahora, él toma pastillas para el colesterol
y yo uso gafas; seguimos fumando. Soportamos nuestras manías y compartimos
nuestros silencios. Unas veces somos Pepa y Avelino, otras Antonio y Mercedes,
muchas los Roper. Él lleva con humor que le nombre en las columnas, las pilas
de periódicos acumulados en la mesa del comedor y mi mala leche matinal; yo,
que vea el fútbol y que se deje los armarios abiertos. Él ha visto cómo me
invadía la celulitis, yo cómo le han ido saliendo arrugas alrededor de los
ojos. Y ambos vemos cómo el niño que duerme en la habitación contigua crece mágicamente
por las noches, mientras a nosotros nos vuelve a arrollar el mercancías.
Dice la escritora Nina Bawden que “Una
buena razón para escribir novelas sobre la base de tu vida es que tienes algo
para leer en la vejez, cuando se te ha olvidado lo que pasó”. Yo no tengo
novelas, pero sí columnas. Me gustará leerlas cuando no sepa ni dónde he puesto
las gafas y él, atento, las encuentre, las limpie con el faldón de su camisa y
me las acerque, regañándome por haberlas perdido una vez más.
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