PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 7 DE ABRIL DE 2015
Leo en el muro de M.: “Me
ha costado encontrar información de la brutalidad del ataque terrorista a Kenia
en las redes sociales… no debo seguir a la gente adecuada y mi TL es una frivolidad
de mierda total”. Tu TL y el mío, amiga: 147 muertos y nosotros preguntándonos
si, finalmente, el Migue le habrá comprado a la hija de Belén Esteban la maleta
para poder irse de viaje de estudios. Dramas del primer mundo.
Dice Javier
Cercas en su último libro que “la realidad mata, la ficción nos salva”. Cierto,
nos salvan la ficción, y el humor, y la superficialidad. Constituyen una
burbuja que nos aísla del dolor, del propio y del ajeno: si de verdad
supiéramos lo que ocurre en otros lugares, nuestras buenas conciencias europeas
no serían capaces de soportarlo. Porque la realidad mata, y lo hace a tiros. Pero,
a veces, hasta a las más inconscientes se nos revuelven las entrañas cuando
vemos muertos de primera, muertos de segunda y muertos de tercera regional:
todos hemos sido Charlie Hebdo; ninguno somos un estudiante asesinado. Y no lo
somos porque los conflictos que se desarrollan más allá de nuestro ombligo se
han convertido en un ruido de fondo y, ante ellos, la angustia sólo nos dura un
destello; el tiempo de ver una pieza en el telediario, de hacer click con el
ratón o de escribir una columna. Y seguirá siendo así hasta que Hollywood lleve
al cine la matanza de Garissa, y Lupita Nyong’o interprete a la chica que
permaneció oculta durante 48 horas en un armario, embadurnada de la sangre de una
de sus compañeras asesinadas para hacer creer a los terroristas que estaba
muerta: entonces lloraremos un poco más. Sobre hora y media, aproximadamente.
Titula Owen Jones una
columna en “The Guardian” acerca de las matanzas del Congo con un rotundo
“Seamos honestos: ignoramos las atrocidades del Congo porque está en África” y,
entre otras cosas, afirma que nos olvidamos de las guerras complejas en países
sin peso estratégico porque no nos afectan directamente. Bien, seré honesta. Honesta
e imbécil: la única guerra compleja que me afecta directamente es mi lucha
contra la celulitis, que mis muslos sí que tienen peso estratégico. Por eso, acabo
la columna y me meto en internet a ver si encuentro unos pantalones cortos con
los que no parezca una butifarra. Y mi buena conciencia europea se queda
tranquila porque he sido una estudiante asesinada durante 400 palabras.
2 comentarios:
Nuestra aculturización religiosa, caciquil, feudal e incluso de consumismo posmoderno (elíjase la quiera) nos ha adoctrinado muy bien: no pensar, no protestar, no AFRONTAR.
No queda, supuestamente, el humor. Pero no es verdad. Porque el humor crítico de cierto grado tampoco se nos permite.
Un beso enorme
Usted lo ha dicho todo. Y muy bien. Como siempre.
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