PUBLICADO EN LA VERDAD EL 1 DE JULIO DE 2014
Vivo con un
hombre y medio. Hasta hace dos días vivía con un hombre y cuarto pero, mientras
yo pasaba el tiempo escribiendo columnas, el cuarto se ha convertido en mitad.
Ha crecido sin que nos diéramos cuenta, sin pedirnos permiso y sin
consideración alguna: teníamos la absurda esperanza de que fuera siempre un
niño chiquitillo, pero la esperanza ha saltado por los aires al comprobar que
el vello suave que cubría sus piernas se ha convertido en un pelufo indecente,
que empieza a asomarle una sombra de bigote, que su olor dulce se ha convertido
en acre, que sus piernas delgaduchas se han vuelto musculosas, que sus
calcetines de deporte y los míos se confunden en los cajones. Ya lo dicen las
abuelas, que es hacer la Comunión y empezar a espumar. Y este enano ha espumado
como un capuchino con chocolate.
El medio
hombre sigue pensando que yo soy la mujer más hermosa del universo; no ve ni mi
celulitis ni mis ojeras, y hasta mis brazos colganderos le parecen suaves y
confortables, y los sigue buscando para que le abracen. Pero, envuelto en ellos
mientras vemos la tele, me pregunta “Esa presentadora es guapa, ¿verdad,
mamá?”. Y sí, claro que es guapa, guapísima. Y, en menos de lo que me imagino, esa
presentadora guapa guapísima me destronará, y después lo hará una compañera de
clase, y a continuación una nueva amiga, y entonces ellas pasarán a ser las
mujeres más hermosas del universo. Y mis brazos, que por ese tiempo estarán más
colganderos aún, tendrán que seguir abiertos para acogerlo cuando le rompan el
corazón. Porque el medio hombre querrá conocer el amor como ya quiere conocer
el mundo: con un sentido común que hoy es aplastante, pero que mañana será aplastado
por las convenciones y las reglas, pregunta por qué existen las guerras, el
hambre, la enfermedad, la injusticia; cuestiona todo lo que ve y todo lo que le
rodea. Nos cuestiona a nosotros, nos desafía, mide sus fuerzas a ver hasta
dónde puede tirar de la cuerda; quiere saber si, a pesar de las contestaciones
y de las malas caras que nos pone a veces, seguimos queriéndole por encima de
todo. Y un día, en medio de las preguntas, las discusiones, los partidos de
fútbol, los juegos y los libros, levantaré la vista del ordenador y me daré
cuenta de que ya tengo dos hombres en casa.
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