miércoles, 10 de abril de 2019

VIDAS DESNATADAS

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 26 DE MARZO DE 2019

Los domingos por la noche me como a Dios por una pata. Tal cual. Cobijada en el sofá, tapada con una manta y viendo la vida de otros, me levanto cada diez minutos a atacar la despensa como una cerdaperra, o como una vacaburra, que los híbridos son de mucho jalar, y hago mezclas gastronómicas tan raras como las que hacen los niños en las bodas con los restos de bebida que quedan en las copas de los mayores: un poco de vino blanco, otro poco de cerveza, una chispa de café, un dedo de orujo de hierbas y cuatro sobres de azúcar, y a ver si eres valiente y lo pruebas, Fernandito, que de verdad que está buenísimo. 

Es el vértigo de la semana que comienza el que provoca un vacío interior que sólo se cura llenándolo de comida, como si las calorías, en lugar de ir a la cintura, fueran al espíritu: mientras no se demuestre lo contrario, un bocadillo de lomo consuela más que una ensalada verde, un trozo de bizcocho más que una pera, una cerveza más que un vaso de agua. A partir del lunes, los días vuelven a ser desnatados y desgrasados, inodoros e insípidos, sin sal ni aceite; vuelven a estar comprimidos en una agenda y planificados con escuadra y cartabón, que para conjurar el futuro todo ha de medirse, desde las horas de trabajo, que son muchas, hasta las de sueño, que son pocas, porque una es de la España que madruga y de la España que trasnocha, que las dos me hielan el corazón y me rompen los ciclos circadianos, y así voy, bostezante, muerta viviente, siempre ojerosa. Y luego está la vida. La que te sorprende y te descuadra la organización, la que hace que te dejes las anotaciones sin cumplir, la que no te avisa y te parte por la mitad, la que te mete un gancho de derecha aunque siempre vayas con la guardia alta, la que no podemos planear por mucho que queramos. Por eso, cuando viene lo bueno hay que celebrarlo, ya sea martes o sábado, ya venga en forma de noticia alegre, de sol inesperado o de encuentro fortuito y feliz. Y, a ser posible, debe de celebrarse con café, copa, puro y una sobremesa de tres horas, que nunca nadie ha celebrado nada con una pechuga a la plancha. Ni con una infusión de alcachofas.

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