PUBLICADO EN LA VERDAD EL 20 DE JULIO DE 2016
Lo dijo Hillary Clinton en una conferencia ante estudiantes de
derecho: «Lo más importante que tengo que deciros hoy es que el pelo importa, algo que ni mi familia ni
Yale me enseñaron. Prestad atención a vuestro peinado, porque el resto
del mundo lo hará». Eso sí es una lección de vida y no aquella tontuna de
“conectar los puntos” que soltó Steve Jobs en Stanford. François Hollande debió
de sentirse impelido por las palabras de Clinton porque, obediente, le hizo
caso y se dispuso a pagarle a su peluquero casi 10.000 euros al mes por
atusarle el cabello cada mañana y antes de cada comparecencia pública. Total,
pa ná: el resultado es el mismo que si le lamiera la cabeza una vaca loca, que
de donde no hay no se puede sacar. Los complejos físicos de este hombre de
estado producirían hasta ternura si su inseguridad capilar no costara más al
erario público que su propio sueldo.
Hillary sabía de lo que hablaba: pasada aquella época loca en la que
se dejó una melena a lo María Ostiz, la demócrata desembolsa 600 euros por
corte y 600 por hacerse el color. Catalina de Cambridge va a la misma peluquería
a la que iba su suegra Diana de Gales, y paga 1.000 euros por un tratamiento que
dura seis horas. Debe de ser una prueba que le hacen pasar a las futuras reinas
consorte, porque hay que tener tanta paciencia para aguantar seis horas en la
peluquería como para resistir un desfile militar, la apertura del Parlamento o
una cena de Porcelanosa.
La suerte que tienen tanto Hollande como Clinton es que ellos se
conforman con un peluquero: Donald Trump necesita un taxidermista que le
acondicione la rata muerta que lleva en la cabeza, y Anasagasti un aparejador
técnico que le monte esa complejísima estructura capilar en forma de ensaimada que
luce desde hace años. Hasta Boris Johnson, aparentemente despeinado, requiere
de un profesional que le tiña, aunque salga hasta su mismísimo padre a
desmentirlo defendiendo el color natural del cabello de su retoño. Más les
valdría que los peluqueros les peinaran las ideas en lugar de la cabeza. Mejor
nos iría.
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