Los del Río
En 1993 se produjo el primer debate electoral en televisión, Carlos Collado dimitió como presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia y Rocío Jurado y Ortega Cano pasearon su amor recién estrenado por una Cartagena inmersa en una de las peores crisis de su historia
El verano es un territorio comanche donde todo está
permitido: los calores nos bajan tanto las defensas que transigimos con las
lorzas al aire, los sobacos selváticos, los shorts chumineros y las canciones
del verano. Tan pegajosas como una tarde bochornosa, tan facilonas como la
tabla del uno, las canciones del verano están diseñadas para poder ser recordadas
hasta con el encefalograma aplanado por la canícula: incorporan instrucciones
para no perderse en la coreografía (una mano en la cabeza, un movimiento
sexy, una mano en la cintura) y en sus letras “calor” siempre rima con
“amor”. Porque si el invierno es el tiempo de la soledad, la melancolía y la
lluvia tras la ventana, el verano está hecho para bailar el bimbó, batirse como
haciendo mayonesa y aserejearse. Y, sobre todo, para darle alegría a tu cuerpo,
Macarena.
“La Macarena” saltó a las pistas de baile en 1993 en forma
de rumbita, pero no sería hasta su remix en inglés (“When I dance they
call me Macarena / And the boys they say that I’m buena”, amárrame esos pavos) cuando
se convertiría en la canción española más famosa de la historia. Este
pelotazo es obra y gracia de Antonio Romero y Rafael Ruiz, dos amigos que,
siendo unos chiquillos, se presentaron juntos por primera vez en la Cadena SER
de Sevilla, dando el primer paso para convertirse en los cantantes de moda de
la sociedad andaluza, que no hay nada que le guste más a un pijo que bailar
sevillanas y hacer palmas, en esa atávica querencia tienen los señoritos por el
flamenquito y no por el flamenco. Los del Río fueron desgranando su ¡eje! y su
¡arsa! por el Rocío, la Feria de Sevilla y las salas de fiestas, hasta que las
noches con fino se convirtieron en noches con champán de la mano del Marqués de
Cubas, Fernando Falcó, que se los llevó a Madrid para que animaran las fiestas
señoritingas de la capital mientras él se casaba con Marta Chávarri, se
divorciaba de Marta Chávarri, se casaba con Esther Koplowitz (hermana de Alicia
Koplowitz, mujer de Alberto Cortina, con quien Chávarri le había puesto los
cuernos a Fernando Falcó; ahora les dejo un esquema, no se preocupen), se
divorciaba de Esther Koplowitz y se convertía en tito de Tamara Falcó, un
título más molón que el propio Marquesado de Cubas.
Los del Río, que no eran tan chulos como Camarón (se negó a
actuar en una fiesta privada de los Rolling Stones alegando que esos gachós no
sabían de flamenco y que él ya no actuaba para señoritos), siguieron en su
línea hasta que pegaron el pelotazo con “La Macarena”, y aquello fue el acabose:
todos nos pusimos a bailar haciendo posturitas como si no hubiera un mañana. “La
Macarena”, en principio, es muy de crucero por el Mediterráneo, muy de fiestas
patronales y muy de boda (durante una larguísima temporada, Macarena sustituyó
a Paquito -el chocolatero- como hitazo, y salían el abuelo, la tita con el
andador, el cuñao borrachuzo y los sobrinos pequeños a descuajeringarse con el
macarenismo), pero su éxito radica en que traspasó fronteras y llegó a
convertirse en un tema transversal e intergeneracional, que se dice ahora. La
pera, vamos.
Probablemente, “La Macarena” la bailaron hasta Felipe
González y José María Aznar, que en 1993 protagonizaron el primer debate
televisivo de la historia (si llegamos a saber lo que nos venía veinte años
después en el mundo del debate, nos habríamos arrancado los ojos en ese
momento). Felipe González aún no había pasado por la puerta giratoria, y Aznar
todavía no había descubierto el abdominalismo (una nueva religión que profesó
después de ser presidente y que lo convirtió en un abuelo vigoréxico con
pulseritas en las muñecas), pero allí estaban los dos, aguantando el tipo ante
las cámaras y a pique de que los eclipsaran los amores de copla de Rocío Jurado
y Ortega Cano, que habían comenzado a salir poco antes y que nos hacían salivar
a todos por aquello de la tonadillera y el torero.
La inmarcesible Rocío y el maestro fueron a Cartagena en
abril de ese año a procesionar tras la Virgen de la Caridad. La visita puso un
toque rosa en una Cartagena terriblemente gris, que estaba sufriendo una de las
peores crisis de su historia. Pero José y Rocío, recién enamorados, ajenos a
todo, tenían que pasear su amor por el mundo, que ellos no eran de natural
discretos. Mucho quejío, mucho suspiro, mucho arte: Rocío y José se besaban, se
entregaban, se derretían. Una exhibición pública de amor jamás vista. Mientras,
Carlos Collado dimitía como Presidente de la Comunidad Autónoma, Pérez Reverte (pre
académico y pre tuitero) daba el pregón de la Semana Santa de Cartagena, y en
los bares sonaban Nirvana y Pearl Jam, que estábamos todos con el grunge subido.
Posiblemente haya alguna versión grunge de “La Macarena” porque, según la SGAE, existen más de 4.700 versiones diferentes (hasta una cantada por Los del Mar, que hay que tener mucha guasa para fusilar a Los del Río llamándose así). La original vendió catorce millones de discos, y vimos a Miley Cyrus, a Justin Bieber, a Zac Efron y a Bill Clinton bailándola (aunque a Clinton el Insaciable, puesto a elegir una canción española, le hubiera gustado más “Lo estás haciendo muy bien”, de Semen Up: “Pero cariño no pares / tú sigue y no hables / y que Dios te lo pague / que lo haces muy bien”), y la oímos sonando en la final de la Super Bowl, en los Juegos de Atlanta y en la campaña electoral demócrata. Aquí, en cambio, lo más moderno que hemos escuchado últimamente en esta campaña electoral permanente en la que vivimos ha sido Quilapayún cerrando los mítines de Unidos Podemos. Una juerga, una risa, un jijí y un jajá que pa qué. Y desde aquí te lo digo, Pablo Iglesias: dale alegría a tu cuerpo, Macareno. Que falta te hace.
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