PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 12 DE JULIO DE 2016
Cada vez que alguien dice “empoderamiento”,
muere un gatito. Cada vez que alguien se defiende con un “Es mi verdad”, es que
miente como un bellaco. Y cada vez que alguien suelta lo de “Yo soy leal, pero
no fiel”, es que pone los cuernos. O lo intenta. Porque una cosa es establecer
relaciones libres entre iguales y otra muy distinta retorcer el lenguaje para
justificar determinados comportamiento. Sobre todo si, para tu pareja, fidelidad
y lealtad son sinónimos. Como para el diccionario.
Según esa hipótesis que diferencia ambos
conceptos, se deduce que decir en una cena de amigos que tu pareja ronca como
un brontosaurio, que se depila la espalda o que le gusta olerse los sobacos a
lo Joachim Löw es muchísimo peor que enrollarse con otro, dónde va a parar. Desconozco
si las parejas oficiales de los sospechosos habituales de la televisión roncan
o no, que su lealtad les impide decirlo en público, pero sus líos hasta con el
sursuncorda los han contado, ellos y ellas, con más pelos que señales, con
polideluxe de por medio (y con preguntas de seguridad nivel “¿Qué tiene tatuado
en la entrepierna?”) y previo pago de su importe. Unas veces han dado nombres y
apellidos; otras, las menos, se han acogido a la Primera Enmienda del cotilleo
(se dice el pecado pero no el pecador) para no revelar la identidad del otro,
pero han ido dejando tantas pistas que hasta la señora Fletcher en pleno ataque
de apoplejía hubiera descubierto al culpable. Y mientras nosotros lo flipábamos
en nuestro sofá, los afectados se quedaban clavaítos en el suyo. Pero es la ley
del mercado. Y de la selva, que en el negocio catódico viene a ser lo mismo.
Decía Woody Allen que, hoy en
día, la fidelidad solamente se ve en los equipos
de sonido. En la televisión no es que no se vea, es que no existe. Básicamente
porque no vende. Enterarse por la tele de que te han puesto los cuernos es casi
peor que enterarse de que ya no eres ministra, como le pasó a Emma Bonino
cuando Renzi la cesó. Sobre todo si no entiendes la diferenciación entre
“amores necesarios” y “amores contingentes” de la que hablaban Jean Paul Sartre
y Simone de Beauvoir. Y no veo yo a ninguno de estos leyendo “La plenitud de la
vida”. Por lo menos, hasta que ¡HOLA! no lo publique por entregas.
Me pasa como a @covanechi: puestos a que alguien se huela los sobacos,
mejor que sea Kevin Kline
1 comentario:
Como dice una Musa: sin tanta herencia religiosa menos problemas tendríamos para sobrellevar estos temas. Claro que ella también dice: Anda que voy a dejar de follar yo por orgullo.
¡Besos fieles y leales!
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